Voces en Cuarentena: Los tiroteos de nuestros sueños
“En los tiroteos busqué un cuarto escondido en la parte de atrás de la casa para dormir. Aquí todo el mundo durmiendo en el piso. No dormíamos en realidad. Medio agarrabas sueño y en la madrugada era plomo y plomo. A las 3 am sonaba el plomo. Era como si tuvieras una pesadilla y te despertabas y veías que eso en verdad si estaba pasando, no era un sueño”.
Para los que veíamos desde afuera la situación del barrio José Félix Rivas en el mes de mayo, nos parecía surreal que los enfrentamientos se prolongaran por más de una semana. Vimos videos, nos llegaban imágenes y audios sobre lo que vivían miles de familias, pero aun así no podíamos comprender qué era lo que allí ocurría. Parecía irreal que, en un barrio tan poblado, las bandas armadas se enfrentaran por días enteros con un despliegue casi pirotécnico, poblando el espacio con el sonido de sus cañones y silenciando las palabras de los habitantes. No era irreal, tuvimos que repetirnos una y otra vez, y fue así como pudimos movilizarnos para corroborar y buscar testimonio de lo que allí estaba ocurriendo.
Para Luis, un joven proveniente del barrio José Félix Rivas, la violencia de los tiroteos penetró hasta lo más íntimo de su vida: sus sueños y pesadillas.
“La verdad es que era poco lo que dormíamos. Hasta ahora es que me pongo a pensar que esto era así para toda la parte alta del barrio, son muchas familias así. Por momentos no sabía si estaba despierto o dormido”.
La irrealidad no era sólo para nosotros, el público del espectáculo de la violencia armada, era aún más confusa para quienes debían bajar sus cabezas para dormir.
¿Cómo distinguir y diferenciar entre una cosa y otra cuando todo es tan intrincado y confuso? Al oír el relato de Luis, es inevitable preguntarse por cómo podríamos movernos en unas tramas sociales tan difusas. Cuando conversamos sobre la situación del barrio, Luis comenzó comentándonos que desconfiaba de nosotros “tú sabes cómo es esto, uno nunca termina de saber con quién está hablando. Uno anda cuidándose todo el tiempo, con mucha desconfianza” era lógico pensar que él se sentía muy vulnerable y lo único que podía hacer era buscar cuidarse a sí mismo.
Poco a poco nos fue comentando cómo el miedo, para él, estaba haciendo estragos en su comunidad “Nosotros no vivíamos así, sabíamos que ese hombre era el que mandaba, pero no nos sentíamos con este miedo”. La situación que Luis nos iba describiendo sólo parecía empeorar, pues días después de los enfrentamientos, el gobierno nacional decidió enviar al FAES al lugar. “Cuando supe que le FAES venía, tuve más miedo. Lo comentamos con la gente, daban más miedo porque sabemos lo que hacen”. Era, como a decir del popular dicho, el remedio peor que la enfermedad.
“En medio de los enfrentamientos, y luego con el FAES, nos tocaba ir a buscar agua a uno de estos pozos en la parte alta. Los pozos están custodiados, la banda los agarró y cobran a las personas por buscar agua, entonces no sabíamos si nos iba a parar la banda o el FAES. Un día en esas me detuvo una alcabala y pasé un gran rato. Tuve mucho miedo, porque sabemos cómo ellos entran a las casas y lo que hacen pues”
Temerles a las bandas, temerle al gobierno, temerle a la sed, temerle al virus. El paisaje que Luis nos enseñaba era como el de aquel que, en medio de un terror nocturno, lucha por despertar y no puede hacerlo.
“No llega el agua desde hace mucho. En medio de las balaceras también debemos buscar el agua y el gas. Ni te cuento del gas. El camión que pasa lo vende en 50 bs, pero puede durar mucho tiempo sin pasar, entonces nos toca ir más arriba, bien lejos, a comprarlo en 400 bs. No está fácil. Ahora en cuarentena por la pandemia, siente uno que todo es como las calles de aquí, cuesta arriba”.
Estar expuestos a las pesadillas de los tiroteos y al desierto de no tener servicios básicos ciertamente han marcado las vivencias de Luis y sus cercanos. “Por aquí ya se nos quitó hasta las ganas de reunirnos. Siempre lo hacíamos, en una acera, hablábamos, alguno compraba algo. Ahora no es así, todo solo, se nos acabó la fiesta”.
El miedo y la desconfianza son poderosas armas usadas con intencionalidad. Alejar a la comunidad, romper los vínculos de solidaridad y desgarrar el tejido social suelen ser los propósitos y los logros de la violencia.
“De alguna forma nos las arreglamos. Ahora la gente está encontrando unos pozitos de agua. De ahí es que a veces agarramos también. Vamos a los pozitos”.
En situaciones de violencia crónica el miedo se inscribe en el cuerpo. Los pequeños encuentros, como en los pocitos, la creatividad para buscar agua, son muestras del ingenio de las personas para reconstruir sus espacios perdidos por la violencia; pero también nos hacen pensar ¿hasta cuándo podrán aguantar? ¿Tendrá límite lo que vivimos?
Luis comentó con desdén que “ahí se van llevando las cosas”, vivir el día, evitar un tiroteo, sostener el hogar, son las grandes prioridades y proyectos de cientos de familias del barrio José Félix Rivas. Una vez más, esta realidad no enseña que no hay tiroteo bueno, todos son nocivos vengan de donde vengan. La esperanza de la gente está puesta en poder dormir sin sentir que el terror llega a sus casas.
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