Concluimos el Diplomado “Impactos de la violencia, movilización de víctimas y demandas de justicia en Venezuela”: Un espacio de aprendizaje y reflexión crucial para el país

Estamos muy contentos y queremos compartir que concluimos el diplomado titulado “Impactos de la violencia, movilización de víctimas y demandas de justicia en Venezuela”, realizado en colaboración entre la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) y la Red de Acción e Investigación por la Convivencia Ciudadana (REACIN).

El diplomado se llevó a cabo entre  el 25 de marzo y el 22 de julio, y contó con la participación de 25 personas seleccionadas y becadas al 100% por REACIN, entre más de 70 postulados, todas ellas vinculadas al trabajo con temas de violencia, víctimas, asistencia humanitaria y otras áreas afines.

h

El grupo reunido presentaba una diversidad de perfiles, incluyendo profesionales en el campo de la seguridad y atención a víctimas, miembros de organizaciones sociales, periodistas, académicos/as y estudiantes. La variedad de enfoques y experiencias enriqueció ampliamente el desarrollo del programa y fomentó un diálogo interdisciplinario muy valioso.

El diplomado fue cuidadosamente coordinado por Andrea Chacón y Chelina Sepúlveda, quienes se ocuparon de la estructuración y la articulación  de los contenidos académicos y logísticos.

Además, el programa contó con la participación de reconocidos profesores/as y expertos/as en el ámbito, quienes aportaron su sólida experiencia y conocimientos especializados para enriquecer la formación de los participantes. Los/as profesores/as que contribuyeron su experiencia y conocimiento fueron:

– Verónica Zubillaga (Universidad Simón Bolívar – USB)

– Andrea Chacón (Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey – ITESM)

– Keymer Ávila (Universidad Central de Venezuela – UCV)

– Manuel Llorens (Universidad Católica Andrés Bello – UCAB)

– Francisco Sánchez (Universidad de Florida – UFL)

Asimismo, el diplomado contó con la  participación de seis invitados/as internacionales, expertos/as en diversos campos relacionados, quienes enriquecieron las discusiones con sus perspectivas globales:

– Vivian Khedari (Senior Mental Health Advisor, The New School NY)

– Ana Cepeda (Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey-ITESM)

– Ignacio Irazuzta (Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey-ITESM /Universidad del País Vasco-UPV/EHU)

– Gabriel Gatti (Universidad del País Vasco-UPV/EHU)

– Óscar Carbonell (Guernica Centre)

– Mariana Mora (Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social – CIESAS)

El diplomado se estructuró en cinco módulos que abordaron temas cruciales en el contexto de la violencia en Venezuela:

Módulo 1. Violencia en Venezuela.

Módulo 2. Seguridad Ciudadana, Políticas, Policía y Violencia Institucional.

Módulo 3. Impactos y Respuestas a la Violencia en las Comunidades.

Módulo 4. Violencia y Subjetividad. La Perspectiva de las Víctimas.

Módulo 5. Búsqueda de verdad, sentidos de justicia y movilización de víctimas en América Latina.

Los módulos introductorios, los dos primeros, pretendían ubicar un contexto y lenguaje común para hablar de las violencias que ocurren en nuestra región y en nuestro país. A partir de ello, se inició el abordaje de los impactos y respuestas a la violencia en las comunidades, llevando la mirada a lo micro, entendiendo cómo se vive, experimenta y significa las violencias desde las comunidades, sus propias dinámicas y las personas vinculadas a ellas.

Por último, se abordaron y cuestionaron conceptos vinculados a la construcción social de las figuras de la víctima y el victimario, cómo estos conceptos se han relacionado a temas de ciudadanía, y de qué manera, a partir de ahí se construye agencia.

Finalmente, en el último módulo se abordaron temas de memoria, entendimiento de los sentidos de justicia, el acompañamiento a personas con experiencia de victimización y todo lo vinculado a búsqueda de verdad y movilización de víctimas.

Uno de los elementos más valorados por los/as participantes fue el tema del abordaje psicoemocional de personas víctimas de la violencia y del propio aprendizaje asociado a la propia gestión emocional y de contención de las personas que trabajamos en esta área.

La experiencia recibió una calificación altamente positiva por parte de los asistentes, quienes destacaron su utilidad y aplicabilidad en su quehacer diario, tanto en el ámbito académico como profesional y activista. El conocimiento adquirido y las reflexiones sostenidas auguran un impacto significativo en la búsqueda de la mejora de la situación en Venezuela.

Asimismo, los debates y reflexiones en torno a la construcción social de las figuras de la víctima y el victimario, tanto como su vinculación con la ciudadanía y la agencia, proporcionaron una visión crítica y profunda que dejó una huella significativa en los asistentes.

En nombre de la organización y los coordinadores, deseamos felicitar a todos los involucrados por el éxito de este diplomado y por su compromiso con la construcción de conocimiento y áreas de acción para la atención a temas vinculados con la violencia y las personas víctimas de ella.

Michael Reed

Michael Reed en Contrapunto: Justicia venezolana no ha sancionado a las cadenas de mando por violaciones de DDHH pero de que podría hacerlo, podría

En días recientes publicamos una entrevista a Cristian Correa, abogado del International Center for Transitional Justice (ICTJ), hecha por el medio digital Contrapunto.

Continuando en el marco de la conferencia Asegurando Justicia para Venezuela, que llevamos a cabo en julio del año en curso, esta vez publicamos una entrevista hecha por el mismo medio a Michael Reed-Hurtado.

Reed-Hurtado es un abogado colombo-estadounidense y Profesor de la Universidad de Georgetown. Fue uno de los invitados internacionales con quien compartimos durante las pasadas jornadas de julio.

«La demanda de justicia de la ciudadanía venezolana no la puede satisfacer la Corte Penal Internacional», subraya el abogado colombo-estadounidense, del Centro Guernica para la Justicia Internacional. Afirma que en Venezuela tan solo se inicia el largo y doloroso recorrido hacia el reconocimiento de las víctimas, «que implica confrontar la negación de distintos procesos de victimización y diversas formas de sufrimiento que se han extendido durante décadas»

Pareciera que Michael Reed-Hurtado no solo quiere nadar contra la corriente, sino también caer pesado. Cuando el abogado colombo-estadounidense, del Centro Guernica para la Justicia Internacional y la Universidad de Georgetown, afirma que «la demanda de justicia de la ciudadanía venezolana no la puede satisfacer la Corte Penal Internacional», más de un ceño seguramente se frunce.

Hace alusión no solo a la represión gubernamental contra las protestas en 2014 y 2017 y a los presos políticos, sino también a los operativos policiales contra comunidades empobrecidas. También, a las operaciones contra la insurgencia. «Hay muchas violaciones de derechos humanos que se han cometido en territorio venezolano durante muchísimo tiempo, y el ejercicio de responsabilidad en los sucesivos gobiernos ha sido débil o ausente. Hay un problema histórico de asunción de responsabilidad, hay un problema histórico en el que cuerpos de seguridad cometen crímenes de manera impune. Hay un pasado de represión contrainsurgente que no ha sido objeto de investigación», describe.

La conversación con contrapunto.com transcurre en dos tiempos. El primero, un diálogo por zoom. El segundo, por wasap. Ambos son consecuencia de las reflexiones generadas durante jornadas organizadas por la Red de Activismo e Investigación por la Convivencia (Reacin).

Las expectativas sobre la CPI están apartadas de la realidad, asevera, y recuerda que el Estatuto de Roma parte de la complementariedad; es decir, que los procesos de justicia «se sigan en el foro doméstico». Por eso gran parte de la tarea es «promover esfuerzos concretos y reales de justicia en los países». Quien ignore este principio «está manipulando de manera intencional o no conoce lo suficiente para entender que el propósito de la CPI es no actuar, sino promover que las cosas se hagan en el foro doméstico».

No hay la menor duda, reitera, «de que se han cometido violaciones graves de derechos humanos en territorio venezolano, no hay la menor duda de que hay compromiso de las autoridades estatales en el planeamiento y ejecución, pero no todo se resuelve a golpe de derecho penal; ni siquiera con una, dos o tres acciones ejemplarizantes que pueda tomar la CPI».

Como abogado, remarca que se saca mucho más provecho al robustecer y promover acciones concretas en el el país que decir que se va a adelantar un caso y sostener la responsabilidad penal de cinco personas. «Esto no quiere decir que el derecho penal no tenga lugar en la respuesta a los problemas que plantea Venezuela», aclara.

El sistema de justicia no ha sancionado a las cadenas de mando por violaciones de derechos humanos. «No lo ha hecho, pero de que podría, podría», recuerda. Todo depende de capacidad técnica y voluntad política.

Mucha retórica y pocos dientes

«El uso del derecho penal internacional (DPI) para enmarcar las denuncias de violaciones manifiestas a los derechos humanos y otras situaciones derivadas del abuso de poder en Venezuela es extendido y se torna problemático. Por un lado, el derecho penal internacional es un poderoso recurso retórico que emociona y parece dar renovado vigor a las voces que claman justicia; por otro lado, es un recurso con pocos dientes y (algo) escandaloso», afirma.

En su opinión el derecho penal internacional «puede ser útil en el contexto venezolano, pero el radiante camino de promesas y expectativas que se ha tendido está repleto de delirios y trampas. El éxito retórico de este paradigma puede conducir a terrenos pantanosos. Por ejemplo: la politización y la instrumentalización de una rama del derecho internacional que carece de un corpus juris consolidado pueden llevar a evoluciones poco útiles (incluyendo su dilución, en la medida en que el ladrido del DPI es mucho más fuerte que su mordida)». También señala que la promesa de una CPI «que produce justicia cuando el sistema nacional protege a los presuntos responsables probablemente se puede aguar, contribuyendo, aún más, a la imagen de un órgano internacional inefectivo que, no ha sabido despegar (o aterrizar) en los contextos latinoamericanos».

Reed aclara que no quiere desanimar a nadie. «No se trata de desalentar a quienes en Venezuela promueven procurar justicia en relación con graves crímenes amparados por el poder, pero sí aterrizar algunas de las aspiraciones que se han extendido sobre la CPI».

Las instancias internacionales, «además de contribuir al reconocimiento de las violaciones y las personas victimizadas, elaboran el rastro de la injusticia y hacen explícito el incumplimiento de los compromisos internacionales por parte de Estados que, como el venezolano, niegan y ocultan las atrocidades y sus responsabilidades». Son «instancias valiosas, pero no reemplazan la (necesaria) acción estatal. Los mecanismos internacionales de protección (por ejemplo, los del sistema interamericano) limitan, controlan, condicionan y complementan la acción estatal, de acuerdo con compromisos soberanos; pero no la sustituyen».

Es decir, que las presiones internacionales «son medios para conseguir cambios en el plano nacional, no son un fin en sí mismo». Por ende, la acción de la CPI «debe maximizarse para fortalecer el proceso de procuración de justicia en Venezuela. La intervención de la CPI no debe ser vista como un fin en sí mismo; además, es un instrumento particularmente selectivo: de hacerse cargo de algunos casos, no escogerá más que un manojo. El resto debe tramitarse en sede nacional».

CPI: Muy específica

Según su análisis, en Venezuela «hay un universo amplio y variado de conductas que exigen la puesta en marcha de mecanismos efectivos de rendición de cuentas» y que no forman parte del examen de la CPI. «Se trata de conductas graves que requieren justicia, pero que no son crímenes de lesa humanidad o no son los crímenes de lesa humanidad sobre los cuales ha decidido enfocarse la Fiscalía. Estas tendrán que ser juzgadas, eventualmente, en sede nacional. Ante la perpetración masiva de conductas, la respuesta al cúmulo de casos no provendrá de un organismo internacional que aplica esta rama del derecho internacional público. Como en todas las otras realidades, la investigación y juzgamiento de esos casos recae sobre las autoridades nacionales».

La intervención de la CPI es muy específica, enfatiza. «La carga preponderante de investigación, juzgamiento y establecimiento de responsabilidades de conductas que acarrean crímenes internacionales recaerá, en todo caso, sobre las autoridades nacionales. Es decir, el proceso de hacer justicia será principalmente nacional. En resumidas cuentas, el proceso ante la CPI es lento, engorroso e incierto, y hay muchos factores (legales, políticos, económicos y de seguridad) que lo condicionan y que seguramente lo empantanarán. En el mejor de los casos, la ruta es farragosa e incierta y extraña para la mayoría de la ciudadanía venezolana. Además, el recorrido será resistido activamente».

Es hora de pensar, sostiene, «cómo se puede conducir este camino para que tenga efectos favorables en la búsqueda de la justicia en Venezuela: la activación de la competencia de la CPI no es un fin en sí mismo, es un medio para promover justicia en el plano nacional».

Una respuesta a las víctimas

¿A qué deben aspirar las personas victimizadas? «Las personas victimizadas deben aspirar a la realización de sus derechos a la verdad, la justicia y la reparación. Y esas aspiraciones solo se pueden satisfacer mediante un proceso robusto de consecución de justicia. El proceso de reivindicación ya se inició; hay ciudadanas valientes y demandantes que encaran la negación oficial y demandan justicia por la muerte de sus familiares». E incluso en condiciones adversas «su proceso de reclamación es el punto de partida. Ahora, es el turno de la sociedad y del Estado: deben reaccionar. ¿Cómo las van a acoger? ¿Cómo van a reconocer su sufrimiento y cómo van a procesar sus reclamos?».

Con base en su experiencia, Reed-Hurtado asevera que, aunque se habla sobre víctimas, «en Venezuela tan solo se inicia el largo y doloroso recorrido hacia su reconocimiento, que implica confrontar la negación de distintos procesos de victimización y diversas formas de sufrimiento que se han extendido durante décadas. Siguen proliferando los discursos justificativos de la violencia; continúan negándose ciertos hechos; se sigue culpabilizando a ciertas víctimas; y, censurablemente, hay unas víctimas que siguen valiendo más que otras».

Esto indica que «el camino será largo y, poco o nada, se ha reflexionado sobre las implicaciones de tender ese recorrido en torno a una víctima-ideal, un modelo único (abstracto) que nada tiene que ver con el universo real, plural y diverso de las personas que han sido victimizadas en Venezuela».

Es deber del Estado venezolano, insiste, «desplegar el poder público de manera responsable y transparente para hacer justicia, según las pruebas, especialmente en el caso de patrones de perpetración sistemática, como lo ilustran las ejecuciones cometidas por miembros de los cuerpos de seguridad en contra de jóvenes pobres que habitan barrios marginales de diferentes centros urbanos».

Cristian Correa en Contrapunto: En Venezuela tenemos que dar garantías para que cualquier proceso de justicia no sea la justicia de los vencedores

El pasado mes de julio, llevamos a cabo la conferencia Asegurando Justicia en Venezuela, una jornada intensiva de tres días que convocó presencial y virtualmente a académicos, activistas de Derechos Humanos, periodistas y miembros de la sociedad organizada, dentro y fuera del país.
Bajo el objetivo de construir reflexiones entorno la violencia armada y su legado, y la búsqueda de justicia en Venezuela,  estos encuentros también se propusieron vislumbrar las rutas posibles para construir una sociedad más inclusiva y pacífica. 
Margarita López Maya (Universidad Central de Venezuela), Mariela Ramírez (Dale Letra), Geoff Ramsey (WOLA), Temir Porras (Paris School of International Affairs), Marino Alvarado (PROVEA), Luis Cedeño (Paz Activa), Benigno Alarcón (Centro de Estudios Políticos-UCAB), Michael Reed-Hurtado (Georgetown University) y Cristián Correa (International Center for Transitional Justice (ICTJ), fueron solo algunos de los ponentes que participaron en la conferencia.
Cristian Correa, abogado experto en Derechos Humanos del Centro Internacional de Justicia Transicional, fue entrevistado por Vanessa Davies, también ponente de uno de los días de la jornada.
Compartimos con ustedes la entrevista hecha para el medio digital Contrapunto.

Foto por Vanessa Davies

Del derecho penal se espera la capacidad de igualación de poder, porque la violencia refuerza el poder del perpetrador “y uno busca que el derecho penal equipare los poderes. Pero la equiparación del poder no está necesariamente en la sanción, sino en cómo el proceso ayuda a que ese personaje poderoso baje la cabeza, reconozca su responsabilidad, y en qué medida eso es más sanador para la víctima que saber que el perpetrador va a estar 25 años en la cárcel”

Si algo queda claro al escuchar a Cristián Correa, integrante del Centro Internacional para la Justicia Transicional (ICTJ, por sus siglas en inglés), es que no hay fórmulas que funcionen para resolver todos los conflictos del mundo. Tampoco las hay para dar salidas al conflicto de Venezuela. Correa visitó Venezuela y participó en una actividad académica realizada la semana pasada en Caracas y organizada por la Red de Activismo e Investigación por la Convivencia, la Universidad Simón Bolívar, WOLA, la Universidad de Tulane y la Universidad de Florida.

“Teóricamente pareciera que fuera necesario” un cambio político para la justicia, porque “son mecanismos que deben gozar de legitimidad amplia”, pero la realidad es que la vía para lograrlo “es comenzar a hacer cambios ahora”, afirma. “En todas las transiciones ha habido acciones y procesos sociales y políticos que se avanzan durante la existencia del régimen anterior, y que son los sientan las bases de los procesos que se pueden hacer después”.

Correa considera que para el contexto venezolano sería importante examinar “la Colombia de 2006”, en la que “hay una ley de justicia y paz, en la que hay presencia de paramilitares, en la que Uribe sigue siendo presidente, pero hay un proceso de reconocimiento de los desplazados y se ven forzados a hablar de reparación. No pueden desmovilizar a los paramilitares sin que haya un examen de responsabilidad penal y sin que haya alguna referencia a algo muy primigenio de reparación de justicia y paz, y luego, de reparación administrativa”.

Lo que se hizo en ese momento en Colombia, relata, fue determinante para lo que se avanzó posteriormente. Por eso “no puede uno exigir al proceso de negociación definir una agenda de la nada. Hay que iniciar acciones que sean ariete contra la resistencia de ambas partes de colocar estos temas en la mesa para forzar a tener que ver este tema, y tener que verlo de una forma propiamente venezolana”.

-¿Hacer qué cosas ahora?

-Reconocimiento de las experiencias de personas que han sufrido. Capacidad de juntar a personas que han sufrido, compartir esos sufrimientos y reconocer la experiencia común. Compartir que yo pude haber sido oprimido por uno, tú pudiste haber sido oprimido por otro, pero nuestra experiencia es común. Hacer procesos humanitarios, que reconocen a personas que han sufrido sin tener que poner el rótulo de si es o no es violación. Pero los números fuerzan a hacerse la pregunta.

-¿Encuentros de víctimas?

-Encuentros de víctimas, organización de víctimas, vínculos entre sociedad civil y víctimas.

-¿Para qué?

-Para generar mecanismos de presión a los actores políticos de que este problema hay que resolverlo de una forma que responda a las necesidades de esas víctimas. ¿Por qué? Si vamos a interrumpir los ciclos de violencia que han plagado al país en 60 años o en toda su historia es a través del reconocimiento de derechos de víctimas; se pueden reconocer esas historias y decir “esto no es simplemente un cambio de gobierno, esto es un cambio de cómo nos miramos y nos reconocemos”, especialmente en un país cruzado por diferencias sociales, por incapacidad de mirarse a los ojos con dignidad.

-¿Sería que las víctimas de todos puedan encontrarse y exigir que el tema esté en la agenda?

-Claro. Y agregaría la necesidad de recomponer ciertas necesidades básicas en lo humanitario, en los servicios de salud, en los servicios de educación, de agua, de electricidad. Es un área que les compete a todos, que todos necesitan y hay un interés común de que eso funcione. Y, también, hacerse cargo de los expulsados, y generar condiciones suficientes para que el retorno sea posible.

-¿Cuáles son las barreras para que las víctimas se encuentren? ¿Cómo se puede trabajar?

-La forma cómo se plantea el ser víctima es muy importante para ver si hay cosas que te unen o te dividen. Creo que la experiencia del sufrimiento común es algo que nos humaniza, que tenemos todos como seres humanos. Yo perdí un hijo, tú perdiste un hijo, y no importa tanto el cómo o el quién. Es esa experiencia. La capacidad de víctimas que tienen acceso a ciertas instancias de poder de hablar en favor de los derechos de las otras víctimas, porque no quiero que a otro le ocurra lo que me pasó a mí, o lo que le pasó a otro, o a mi hijo, o a mi hija. ¿Cómo fortalecer esa empatía común como seres humanos que hemos experimentado la pérdida, y que nos une esa pérdida?

Foto por Vanessa Davies

-¿Se necesitan organizaciones que intenten ese esfuerzo de encuentro?

-Hay una labor importante que está haciendo y que puede hacer con mayor fortaleza la sociedad civil. Hay que pedirles a los actores políticos dar espacio y comprometerse a no utilizar o enfatizar el que estas son tus víctimas y estas son mis víctimas. De la experiencia colombiana la mesa en La Habana es forzada a reconocer la experiencia común de víctimas cuando las víctimas llegan a ella y los confrontan a ambos: a gobierno y a FARC. Usted no diga que hace esto por mí. Que las víctimas confronten a su lado porque no escucha a las víctimas que ese lado ha causado.

-¿Eso le corresponde a la sociedad civil? ¿Tratar de hacer esos vasos comunicantes?

-Y les corresponde a los actores políticos dejar hacer y dar espacio, y comprometerse a no manipular el dolor para traer agua a su molino.

-¿Eso implica que el sistema de justicia actúe, o es otro tipo de reparación?

-Cuando hablamos de justicia distingo entre justicia penal y otras formas de justicia. Procesos como estos requieren examinar no solamente responsabilidades penales, sino responsabilidades políticas, responsabilidades históricas, complicidad de medios de prensa, de colegios de abogados, del pueblo, de fiscalía. Cuando hablamos de responsabilidad penal es como el sistema de salud: la cirugía es una pequeña medida, y para mí la cirugía es el derecho penal. Pero ¿qué pasa con las vacunaciones, las campañas de lavado de manos, la clínica local de primeros auxilios, el enfermero? Después tienes un hospital de base, la especialidades y la cirugía. La justicia es lo mismo. El tribunal penal y el fiscal son la cirugía final, y están todos los procesos de reparación que tienen que ser masivos y que deben ir mucho más allá de responsabilidades penales.

-¿Quién los ejecuta?

-En este momento se pueden empezar a hacer procesos de reconocimiento de verdad y de reencuentro de víctimas previos a establecer mecanismos. Y forzar a las partes que tienen la responsabilidad de ayudar a superar la crisis para establecer mecanismos que sean consensuados, que representen a todos, que tengan la autoridad moral para establecer formas de reconocimiento de responsabilidades, de escuchar a víctimas y que el país las escuche. Y luego de eso podemos empezar a revisar qué condiciones hay para hacer cirugía.

-¿No pondría ese punto como primero?

-Siempre hablamos que el derecho penal es el último recurso, y en estas discusiones es la primera pregunta aunque debe ser la última. El derecho penal nos produce tanta ansiedad, porque es fuerte en sus consecuencias. Pero es un elefante en una cristalería, es tremendamente peligroso. ¿Cómo canalizar el derecho penal para que sea una contribución a la pacificación de los próximos 50 años, y no un instrumento de revancha? La no instrumentalización del derecho penal es central. Hay que pensar que una cosa es investigación, otra cosa es la condena o asignación de responsabilidades y otra cosa es el castigo. Creo que investigar y juzgar es central, pero puede haber miles de formas para aplicar consecuencias.

Por ejemplo, insiste Correa, hay personas que no tuvieron capacidad para decir que no, “y eso hay que considerarlo”. Hay personas “que pueden estar dispuestas a colaborar”. Se pregunta: “¿Qué hacemos con aquellos que colaboran hasta el punto de ser capaces de enfrentar a las víctimas y pedir perdón?”.

Del derecho penal se espera, explica, la capacidad de igualación de poder, porque la violencia refuerza el poder del perpetrador “y uno busca que el derecho penal equipare los poderes. Pero la equiparación del poder no está necesariamente en la sanción, sino en cómo el proceso ayuda a que ese personaje poderoso baje la cabeza, reconozca su responsabilidad, y en qué medida eso es más sanador para la víctima que saber que el perpetrador va a estar 25 años en la cárcel”.

Cita los casos de gran corrupción, y se pregunta: ¿Es más importante el castigo, o lo más importante es que se devuelva el dinero mal habido? Los que entregan información, y que devuelven 60% de lo llevado, eso vale mucho más “que si lo seco en la cárcel”. Por eso “hablamos de una justicia que sea capaz de establecer condicionalidades que ayudan a la sanación”.

Para Correa “las víctimas tienen que estar en la mesa, pero estas son responsabilidades de Estado. ¿Cuándo un Estado está en condiciones de eso? Toma tiempo”. Hace alusión a los casos de Argentina y de Chile. “Las condiciones para hacer justicia en términos equitativos, justos e inclusivos toma tiempo”.

Hoy habría que trabajar “las garantías que tenemos que dar para que cualquier proceso de justicia no sea la justicia de los vencedores, que tengamos la capacidad de examinar lo más grave y desde una perspectiva restaurativa”, que se garantice equilibrio y que no sea venganza. Rememora que en Perú juzgaron a Abimael Guzmán y a Alberto Fujimori. A ambos.

Manuel Llorens en Papel Literario: secuelas culturales de la violencia crónica

“Interesa atender a la violencia venezolana no solo por los episodios terribles y las consecuencias más evidentes. Interesa comprender las consecuencias que esa violencia generan en la conformación de nuestra manera de vivir, de relacionarnos entre nosotros, sus efectos en la cultura”

A comienzos de julio Caracas estuvo sometida a enfrentamientos armados que detuvieron la ciudad, cerraron la circulación por distintas zonas y mandaron a la gente en estampida, a buscar refugio. No mucho antes, en abril, bombardeos y enfrentamientos, entre grupos disidentes de la FARC y las Fuerzas Armadas venezolanas, fueron reportados en la frontera de Apure con Colombia.

Entre las imágenes que circularon por redes sociales los días de zozobra, pudimos observar mujeres con bolsos improvisados e hijos pequeños en los brazos tratando de huir de los enfrentamientos. A su vez, en dos semanas se reportaron hasta 5.000 personas que cruzaron apuradamente la frontera hacia Colombia desde Apure, intentando salvar sus vidas. Se trata de comunidades resquebrajadas por miedo, impotencia y dolor.

A los pocos días del enfrentamiento, en medio de las incursiones de la policía en el barrio, reportajes describieron a la Cota 905 como un vecindario fantasma, con algunos hogares vacíos, abandonados por familias que salieron despavoridas, así como casas habitadas pero silenciosas, esperando aterrados que un escuadrón tumbara sus puertas. Los que se atrevieron a hablar con la prensa lo hicieron en susurros. El ambiente es de terror sigiloso. El tiroteo terminó, pero la amenaza de la policía –la misma que ha ejecutado extrajudicialmente a miles de jóvenes en estos años–.


Se ha informado que, de aproximadamente 60 fallecidos a partir de los tiroteos, solo 6 han sido confirmados como miembros de las bandas delictivas. Los reportes de ejecuciones por parte de la policía a jóvenes en sus propios hogares, se asemeja a las múltiples denuncias detalladas en los informes de la Comisión de las Naciones Unidas. Pero además de la suma de horror estatal y el horror delincuencial, llama la atención las respuestas que publican las personas en respuesta a estas denuncias. Respuestas que minimizan el horror de las ejecuciones extrajudiciales acusando a distancia de que “seguramente eran malandros, no los vengan a defender ahora”. Algunos aplauden y aúpan la retaliación indiscriminada.

Interesa atender a la violencia venezolana no solo por los episodios terribles y las consecuencias más evidentes. Interesa comprender las consecuencias que esa violencia generan en la conformación de nuestra manera de vivir, de relacionarnos entre nosotros, sus efectos en la cultura.


En las investigaciones que venimos realizando uno de los focos ha sido comprender cómo la violencia crónica afecta a las comunidades, cómo transforma nuestros estilos de vida.

En una serie de estudios etnográficos realizamos observación y entrevistas en tres comunidades que han sido afectadas gravemente por la violencia. En primer lugar, trabajamos en Los Valles del Tuy, que es la zona en que aumentó a más velocidad el homicidio en los últimos años. En segundo lugar, investigamos la serie de linchamientos que sucedieron en la urbanización de Los Ruices a partir del 2015 y, finalmente, un sector de La Vega acosado por la violencia

Si bien es cierto que en cada caso las expresiones de violencia fueron muy distintas, hay semejanzas en varias consecuencias del funcionamiento de las comunidades. En Los
Ruices los vecinos nos contaron su impotencia y hastío ante la cantidad de robos que han padecido. Con ambivalencia hablaron del horror de presenciar linchamientos en las cuadras donde vivían tanto como la justificación de entender que era una reacción a la sensación de desprotección.

El desamparo vivido, acentuado luego de las protestas de 2014 en que la Guardia, junto a los colectivos armados, intimidaron a los residentes de la zona, aumentó la cohesión interna de Los Ruices y la desconfianza en las autoridades. Un grafiti apareció en la pared de una construcción que advertía: “Los Ruices se respeta”. Lo que condujo a que algunos miembros de la comunidad se organizaran y ejecutaran acciones de linchamientos. Un grupo se armó con bates y palos, movidos por la convicción de estar haciendo justicia, dispuestos a salir ante la señal de robo, para descargar su impotencia y frustración en el cuerpo del presunto victimario.

En La Vega, compartimos por tres años con varias comunidades que sufrían el acoso de varias pandillas rivales que ocupaban espacios contiguos en la zona. Los vecinos nos contaron el asedio constante, las muchas veces que se vieron atrapados entre fuego cruzado, las invasiones de las bandas de un sector a otro buscando venganza, la sensación continua estar vigilados por los grupos armados que colocan gariteros en las entradas y salidas del sector. Un vecino nos dijo, “yo trato de no saber mucho, no escucho, no veo”, para explicar como cualquier pedazo de información puede conducir a que se le señale de traidor o “sapo”.

En ese ambiente paranoico, la gente habla en susurros y mira de reojo, tratando de continuar con la vida. Una escuela maravillosa, conducida por unas monjas, funge de espacio de tregua e intenta negociar un poco de aire para respirar. En ocasiones se hacen los velatorios allí, para evitar que la banda contraria aproveche el ritual para asesinar a sus contrarios.

Pero aún más significativa es el hecho de que, como en Los Ruices, las opiniones de los vecinos sobre los jóvenes violentos son ambivalentes. A pesar del temor continuo que imponen, en un lugar carente de instituciones, un conocido violento, dispuesto a morir por proteger su sector, puede representar la versión más concreta de seguridad. En algunas de las conversaciones con niños que pudimos registrar, nos explicaban, refiriéndose a los malandros de su sector: “ellos nos cuidan, son buenos con nosotros,
nos dan comida”. La policía no hace mucho por cambiar estas percepciones. Los registros de continuas incursiones violentas que atropellan a justos por pecadores son reportados por todas las comunidades.

En Los Valles del Tuy registramos situaciones aún más dramáticas, de bandas terriblemente violentas que tienen acosada a la población, al punto de haber invadido algunas por completo y obligado a los residentes a abandonar sus casas. Una persona nos contó en una entrevista, “ya no tenemos vecinos, ya que todos decidieron huir”. Muchos espacios están controlados por alcabalas improvisadas que restringen las salidas y entradas. Todos refieren sentirse continuamente vigilados y temerosos de los actos de horror con que las bandas intimidan a todos. Una mujer desplazada de su sector nos contó que diez hombres armados llegaron a su casa, uno con una granada: “Estaba con mi esposo y mis hijos. Entré al cuarto y les dije ‘ay, hijos, nos vinieron a matar’”. Las comunidades nos transmitieron el terror continuo en que viven.

Viven en un péndulo constante entre la guerra y la paz. Por un lado, viven aterrados y desarrollan estrategias de sobrevivencia como las de un país en guerra, por otra, intentan continuar con sus rutinas como si todo fuera normal.

Pero los impactos en la convivencia y el funcionamiento de las comunidades son dramáticos. El miedo que hace que la gente hable en susurros y esté continuamente alerta a cualquier señal de amenaza, los cambios de horarios y rutinas para evitar los lugares y horas de riesgo, el aislamiento dentro de los hogares, el esfuerzo por enseñar a los hijos a desconfiar y a protegerse, el escepticismo en la bondad de los otros y la absoluta desconfianza en el Estado, así como la decisión de tomar la justicia en las propias manos apoyando los violentos locales, configuran patrones de vida que alteran profundamente la cultura.

Ignacio Martín-Baró, psicólogo social y sacerdote jesuita que estudió el impacto en la población de la Guerra Civil en El Salvador lo describió como trauma psico-social. El término subraya que los daños no se evidenciaban solamente en los individuos sino también en el tejido social. De todas las consecuencias nefastas que venimos describiendo, subrayemos dos particularmente preocupantes.

En primer lugar, Martín-Baró habló de la “militarización de la mente”. Se refería a las actitudes y creencias que se instalan en aquellos que crecen en lugares donde la violencia es la norma. Se refiere a la conclusión de que, solo recurriendo a la fuerza, solo respondiendo a la violencia con más violencia, se pueden resolver los conflictos. Una creencia que se expresa en la idealización del hombre fuerte, la exaltación de las armas, la celebración de la guerra. Lo militar termina arropando lo civil. El militarismo, que no se refiere al aparato militar, sino a las actitudes que sostienen una sociedad que enfatiza lo militar, se instala en la exaltación de la fuerza sobre la razón, el clamor por cuerpos de seguridad cada vez más férreos, el clamor de “ojo por ojo”, sobre la ética del cuidado.

Paradójicamente, el crecimiento de lo militar, no va de la mano de la instalación del orden que la fantasía militarista pregona. Como ha sucedido en otros países latinoamericanos y africanos, lo militar más bien va de la mano con el deterioro del estado de derecho y el abandono de amplias zonas del país. Es precisamente la lógica militarista la que deteriora la institucionalidad y deja al país a la deriva, dividido en feudos comandados por diversas fuerzas oficiales o paraestatales. Venezuela es prueba fiel del fracaso estrepitoso que ha representado la lógica militarista. Es la mano dura y no su falta la que nos metió en este lío.

Finalmente, la violencia conduce a la deshumanización. Los comentarios que alientan los operativos de violencia indiscriminada de la policía desprecian el terrible sufrimiento de los miembros de esas comunidades, colocando a todos sus miembros en el mismo saco estigmatizado. Provocan una herida doble, a la de sufrir los horrores de la violencia le suman la deshumanización de desconocer las injusticias padecidas.

Estas consideraciones, que podrían lucir lejanas de una publicación cultural, no lo son ya que la lucha por la palabra, es una tarea de resistencia, una apuesta a una cultura basada en la ciudadanía, es un esfuerzo crucial para rehumanizarnos y resistir al militarismo que nos han impuesto. El arte es el cultivo de la imaginación, de la posibilidad de pensar el mundo desde ojos ajenos, puede ser un ejercicio de empatía. Ante estos ciclos terribles de violencia que se han instalado en nuestra cultura, necesitamos de ciudadanos, escritores y políticos como Andrés Eloy Blanco, que, confrontado con los horrores de la violencia y el militarismo que padeció en carne propia, respondió con su
“Canto bajo el olivo”:

Por mí, ni un odio, hijo mío,
ni un solo rencor por mí,
no derramar ni la sangre
que cabe en un colibrí,
ni andar cobrándole al hijo
la cuenta del padre ruin
y no olvidar que las hijas
del que me hiciera sufrir
para ti han de ser sagradas
como las hijas del Cid.

Verónica Zubillaga en Cinco 8: La guerra con las bandas no ha terminado

Nuestra investigadora, Verónica Zubillaga, ofreció recientemente una entrevista al portal digital Cinco 8, sobre la lógica bélica con la que se ha asumido la gestión de la seguridad en el país.

Las redes sociales son útiles para denunciar cosas pero también sirven para otros propósitos, y los gobiernos lo saben, así como los delincuentes y los que cometen crímenes con uniforme y credencial. En Venezuela se ha vuelto frecuente que se viralicen videos de delincuentes exhibiendo su poder de fuego, y al día siguiente imágenes en las que esos mismos hombres aparecen muertos, con la etiqueta de “abatidos” encima. Es fácil constatar cómo los cuerpos de seguridad reciben elogios en los comentarios, y no necesariamente de bots o trolls en nómina, sino de ciudadanos comunes que aplauden a los oficiales por aplicar lo que la legislación venezolana no permite: la pena de muerte.

Eso ocurrió con el video reciente de una ejecución, hecho con celular por una persona oculta tras un muro, en el que se ve con claridad brutal cómo dos agentes con pasamontañas ejecutan a un joven encadenado en un barrio. Hubo más aplausos que condena. Poco después, se difundió un audio en el que un oficial explica —como si explicara cómo armar una mesa o preparar una tortilla— cómo matar a alguien sin dejar evidencia. Importante esto último, porque, por más que sea, las Naciones Unidas y las ONG están mirando. Por más que sea, hay un supuesto proceso de negociación en México por el que el régimen de Maduro quiere aliviar sanciones.

Como recuerdan Keymer Ávila y Manuel Llorens en un artículo para Caracas Chronicles, esas ejecuciones rondan las cuatro mil por año, según las cifras que a partir de fuentes oficiales maneja la oficina de la Alta Comisionada Michelle Bachelet. Claro, se sabe que estas cosas tienen historia. Que las ejecuciones extrajudiciales por “resistencia a la autoridad” han ocurrido siempre y que en la era chavista prosperaron, por ejemplo, los “grupos de exterminio” de policías en varias partes del país. Lo que sí es nuevo es la proporción de muertes a manos del Estado y el poder armado y territorial de las mayores bandas criminales y los grupos de civiles armados. 

Alguien que puede explicar con detalle los patrones detrás de estos fenómenos, porque lleva años investigándolos, es Verónica Zubillaga.

De zona de paz a zona de guerra

Profesora asociada de la Universidad Simón Bolívar con un doctorado en Sociología de la universidad de Louvain en Bélgica, Zubillaga es cofundadora de la Red de Activismo e Investigación por la Convivencia, Reacin. Tiene tiempo diciendo que cuando se derrumba la capacidad del Estado para manejar la exclusión social, la conflictividad y el crecimiento de la criminalidad, el gobierno de Maduro opta por una respuesta de mano dura que termina fortaleciendo a los grupos criminales y torna al Estado en un agente fundamental de violación de derechos humanos. 

Es un círculo vicioso. Un Estado que no crea oportunidades de inserción educativa y económica para los jóvenes pobres, y que estimula las economías criminales, reacciona a la criminalidad con violencia extrema. Y las bandas criminales que absorben a esos jóvenes se arman para defender sus negocios ilegales y sus territorios con más violencia extrema. 

Esta investigadora ha conectado la teoría acumulada en el mundo sobre la relación entre gobiernos y grupos criminales —las muchas experiencias en América Latina de respuesta armada en nombre de la guerra contra las drogas que terminan intensificando la conflictividad y la exclusión que alimenta esa violencia— con el trabajo de campo en las comunidades, creando sus propios marcos de interpretación para nuestra realidad. De eso está lleno el libro que editó con Manuel Llorens en 2020, Dicen que están matando gente en Venezuela: violencia armada y políticas de seguridad ciudadana (Editorial Dahbar), que contiene historias de la gente que intenta sobrevivir en ese entorno de continuo sometimiento a quien lleva el rifle de asalto. 

Sobre el fenómeno de las megabandas y en particular de la de alias El Koki en el suroeste de Caracas, mucha gente cree que los gobiernos chavistas armaron a las bandas para reprimir o someter a la población, y ahora no hallan cómo controlarla, y otra gente cree que estas bandas fueron armadas por la oposición para resistir al gobierno. ¿Son mitos? 

Verónica Zubillaga dice que el crecimiento de las bandas es sobre todo producto de decisiones que se fueron tomando en el camino, no el producto de un plan sistemático del gobierno, y que ha ocurrido en otros países.

Las políticas de “Mano Dura” y “Mano Súper Dura” como las llamaron oficialmente en El Salvador contribuyeron al efecto no esperado de la reorganización y fortalecimiento de las maras. Y en México, la militarización de la “guerra contra el narco” estimuló actos de violencia extrema por parte de las bandas en su competencia interna o su conflicto con el Estado. 

En Venezuela, luego de una reforma policial inconclusa que incluyó un proceso de consulta con la población y las expectativas truncadas de al fin tener en este país una policía respetuosa de los derechos humanos, en 2009 comienza una fase de encarcelamiento masivo con el Dispositivo Bicentenario de Seguridad. Eran los tiempos en que el general Benavides decía que “el destino de todo delincuente es la cárcel o bajo tierra”. En dos años se duplicó la población carcelaria, que alcanzó las cincuenta mil personas en 2012, y vino la pérdida de control de las prisiones, las bandas carcelarias, el nuevo vocabulario protagonizado por los “pranes”, y también la lógica económica, sumamente lucrativa, de las prisiones llenas de jóvenes que sabían que tarde o temprano llegarían a ellas y se venían preparando. “El Estado social se reduce y el Estado penal se amplía”, dice Zubillaga. “Una enorme población juvenil no tiene dónde insertarse, porque los jóvenes son los grandes huérfanos de la revolución: no hubo misiones para ellos en el período dorado de las misiones”. 

Zubillaga, con su colega estadounidense Rebecca Hanson, trabaja en la tesis de que mientras en El Salvador el experimento de las zonas de paz y los pactos con las maras requirieron la participación de varios actores del sector público y privado, nacionales e internacionales y lograron la reducción coyuntural de los homicidios, en Venezuela fueron la iniciativa de un solo sector del gobierno, sin ninguna coordinación con otros sectores, y generaron oportunidades para crear alianzas entre jóvenes que se pretendía alejar de la delincuencia. Según la investigadora, “aquí se cedió la soberanía territorial a estos grupos, sin seguimiento”. Los policías seguían entrando a las zonas de paz para actividades de extorsión. A las armas que ya tenían, las bandas sumaron las que provienen de la distribución de armas que se hizo entre algunos actores en las comunidades para defender al gobierno en caso de un alzamiento, con el pretexto de la amenaza de invasión extranjera, y las que llegaron mediante el mercado negro que ofrece municiones hechas en Cavim o pertenecientes a los cuerpos policiales. 

Cuando el plan de las zonas de paz fracasó y en 2015 el gobierno viró hacia la guerra con un nuevo operativo de seguridad cuyo nombre es prácticamente una declaración bélica, Operación de Liberación del Pueblo, las bandas de la zona centro-sur-oeste de Caracas crearon una alianza contra las fuerzas de seguridad. Sabían que tenían cómo defenderse.

La necropolítica: política de la muerte

La OLP se estrenó con una incursión en La Cota 905 que dejó 14 muertos y unos 200 detenidos. Luego siguió por el resto del país. “La OLP fue nefasta”, dice Zubillaga. “Dos años de policías invadiendo estas zonas, violando masivamente todo tipo de derechos. Hubo matanzas de jóvenes, robos masivos en las comunidades. Cuando en 2017 Luisa Ortega rompió con el gobierno, dijo que en 2016, el año más violento de nuestra historia, el 21 por ciento de las muertes violentas las habían causado agentes policiales. El concepto de necropolítica de Achille Mbembe me pareció más que sugerente: el mismo Estado decreta a parte de su población como enemigo interno y se dedica a matar sistemáticamente. La militarización de la seguridad, como una matriz para entender la realidad, dentro de la cual Maduro explica y activa la OLP como una forma de contrarrestar, dice él en su discurso, el paramilitarismo que atenta contra la revolución, es un claro ejemplo de necropolítica”. 

En el marco del lanzamiento de la OLP se etiqueta a estas comunidades como  “corredores de la muerte”, categoría estigmatizante con la que jefes chavistas como el expolicía Freddy Bernal definen esos laberintos de ciudad informal en los que operan las alianzas de las bandas para justificar que se trata de zonas a las que hay que entrar a matar. 

Ya no es aquella vieja policía que encarcelaba hombres pobres sin razón, en nombre de la ley de vagos y maleantes, ni siquiera del encarcelamiento masivo de los años previos: ahora van a ejecutar.

“Un policía me dijo que se había comenzado a eliminar porque se pensaba que las prisiones solo hacían que los delincuentes salieran de ahí más poderosos”, dice Zubillaga. En un artículo que escribió con Rebecca Hanson, Zubillaga describe este proceso como un paso del punitivismo carcelario a la matanza sistemática: el gobierno decidió que no bastaba arrojar gente en masa a cárceles hechas para castigar; ahora había que matar en masa. 

La gobernanza criminal

En 2017 se hizo evidente el fracaso de las OLP para erradicar las bandas. En medio de la intensa conflictividad política de ese momento, se abrió un período de nuevos acuerdos entre sectores del gobierno y los jefes de la Cota 905. Pero esta vez, con otros funcionarios de gobierno y mayor unificación estatal, se logró forjar una cohabitación estratégica con las bandas de la zona centro-sur-oeste. “Una vez que pactaron con sectores del gobierno, dejaron de cometer crímenes espectaculares y que generan pánico social, como el secuestro, para concentrarse, con la tolerancia oficial, en actividades ilícitas que produjeron rentas importantes como el microtráfico de drogas o la extorsión. En ese contexto, el negocio floreciente del tráfico de drogas no generaba competencia entre bandas y los acuerdos con gente del gobierno también redujeron los enfrentamientos con la policía”. 

Durante la gobernanza de la banda, en la Cota 905 no se permitía robar al vecino ni el abuso sexual. “Las bandas regulan su propia violencia y la vida social en las comunidades. Los vecinos te dicen que en la Cota 905 o en el 23 no te roban como sí te roban en Altamira. Por eso hablamos de gobernanzas criminales por el poder real y la capacidad de regular la vida social en sus comunidades”. Desde entonces, las bandas y los grupos armados ejercen un tipo de dominación territorial y social, como la que decían tener los colectivos en el oeste de Caracas y antes de eso las guerrillas; una gobernabilidad forjada a punta de un despotismo armado, que hoy se aplica en varias ciudades venezolanas, y en regiones valiosas para el tráfico de oro, de drogas y de personas, en sitios tan diversos como El Callao, San Antonio del Táchira o el Alto Orinoco. Han aprovechado el retiro del Estado para controlar un territorio como base de operaciones de su economía criminal y espacio de protección, es decir, como un feudo. Ahí, las bandas son un poder que actúa en asociación coyuntural, o en confrontación con agentes del Estado. 

Mientras, tanto en la percepción de la gente como en las cifras, se advierte un descenso en los homicidios en Venezuela en relación con años anteriores. Pero ¿es a causa de las ejecuciones?

Verónica Zubillaga coincide en que, en efecto, desde 2017 han descendido las cifras anuales de muertes violentas, pero esta tendencia no es el producto de una política de seguridad ciudadana.

El primero de los factores es la migración, que ha extraído del país tanto dinero como jóvenes que podrían ser reclutados por las bandas. El segundo es la articulación y organización entre los grupos armados con jefaturas reconocidas, así como una racionalización de la violencia. “No es que la violencia haya desaparecido, sino que es una más organizada y dirigida. Por esto han disminuido los casos de ‘resistencia a la autoridad’, pero siguen siendo horrorosos como se ve en el video y el audio que circularon en días pasados. Los reportes internacionales de DDHH han hecho más visible la magnitud de la violencia policial en las comunidades de los sectores populares. Han contribuido a poner cierto freno, si se quiere. En vez de la OLP, hay una violencia igualmente letal, pero más apuntada como la de las FAES. Es más dirigida, no de tierra arrasada”.

Porque el colapso económico, la migración, la minería, la dolarización y el deterioro que se acumula por las sanciones, han alterado el mapa de las economías criminales. Negocios como el secuestro ya no son tan rentables, advierte Zubillaga, mientras que se pluralizan los actores armados organizados en la ciudad de Caracas: bandas libres, bandas carcelarias, grupos armados compuestos de militares o policías, o colectivos.

Mientras tanto, hay caraqueños desplazados por la violencia, zonas enteras controladas por las bandas en la costa mirandina o Paria, y una relativa, tensa y frágil calma en Petare o la Cota 905 que no sabemos cuánto puede durar. 

El quiebre de los pactos

Las bandas no se conformaron. Querían más tierra. Y el pacto colapsó. “Los intentos de expansión del control territorial por parte de la banda llevaron a enfrentamientos con bandas de otros sectores que no se quisieron doblegar, como en La Vega. La continua provocación por parte del liderazgo de las bandas de la Cota produjo la ruptura de los acuerdos con el gobierno”. Y así llegamos a la situación de hoy, que favorece esas batallas de días en la Cota 905 o en Petare, o en pueblos de los llanos y de Oriente, entre fuerzas de seguridad y bandas, con armamento de guerra. 

Fue el quiebre de los pactos entre las bandas y la policía lo que desembocó en la irrupción armada de la policía de julio, que arrasó con las comunidades y obligó al desplazamiento de los líderes. Por eso parece que alias El Koki está en Colombia. “Sin embargo —advierte la investigadora—, con la sola presencia policial y sin políticas sociales para atender a la población de esa zona tan golpeada, es predecible que surjan de nuevo bandas que se enfrenten entre sí. Es fundamental apoyar el trabajo de organizaciones que hacen vida en la comunidad para restituir el tejido social y otorgar oportunidades para los niños, adolescentes y jóvenes. Hay, además un gran trauma entre la población. El Estado debe pedir disculpas y reparar tanto daño causado”.

Verónica Zubillaga es clara: los factores que alimentan el círculo vicioso de rearme y enfrentamiento entre cuerpos de seguridad y bandas no han desaparecido. Y manda un mensaje que debería llegar a aquel hotel en México: “La cualidad y el horror de la violencia policial sigue allí. Por eso es urgente comenzar a pensar y a conversar sobre formas de justicia y reparación a las víctimas, punto además que actualmente forma parte de los acuerdos de entendimiento entre el gobierno y la oposición”.  

“El Arauca todo lo puede dar y todo lo puede quitar”: un relato etnográfico en la frontera.

El Arauca es así, todo lo puede dar y todo lo puede quitar; así mismo es la vida en la frontera, de un lado puedes encontrar todo y del otro lado puedes perderlo. Siempre ha sido así para nosotros.”

Estas palabras me las compartió Ramiro, un apureño que me guio por algunos recorridos en el río Arauca. Nuestro primer encuentro fue en Guasdualito, esa importante ciudad del estado Apure. Ramiro parecía tranquilo, se mostraba seguro de lo que me decía, pero con una profunda desconfianza hacia mí; cuando le dije que no era necesario que hablara de algo con lo que no se sintiera cómodo,  

supongo que en todo el país es así, pero nosotros nos criamos sintiéndonos vigilados. Sin saber con quién hablar, este puede ser miliciano, paraco, compa, camarada… nunca sabemos quién es quién. Crecimos con ese cuidado”,

Respondió.

El Arauca es así, todo lo puede dar y todo lo puede quitar

Me dijo una vez más; subimos a su moto y tomamos la carretera hacia el sur de estado, rodamos cerca de media hora y llegamos a El Amparo.

Era un día caluroso y el viento parecía haberse quedado sin ese sentido refrescante al que siempre estuve acostumbrado. Pasamos por un puñado de alcabalas de militares y policías. Todos éramos requisados. La mayoría tenía que pagar para seguir con sus caminos. En este lado de la frontera todos los caminos llevan al Arauca– pensé en ese momento.

Pareciera que los guardias huelen el apuro

A duras penas pude oír el comentario, el viento soplando en mi oído por la velocidad de la moto me dificultaba seguirle el hilo a la conversación. Comencé a ver el rostro de las personas en las siguientes alcabalas. Era así como decía Ramiro, parecía haber mucha urgencia. Luego entendí algo que se me hacía extraño, podía ver el rostro de las personas, nadie usaba tapabocas.

El paisaje era hermoso y desolador. Si intentaba fijarme en el horizonte, cada vez se me hacía más borroso. El calor y la humedad nublaban la carretera. Sentí en ese momento que estaba viviendo una metáfora que me describía el destino del país. Acalorado, con necesidad de salir de allí, sin horizonte y con la esperanza de llegar a algún destino.

Llegamos a El Amparo. Una de las capitales de lo que podríamos llamar las cartografías históricas del horror en Venezuela. Le pregunté a Ramiro por la masacre que allí ocurrió, me respondió que no estaba seguro de cuál le estaba hablando, pues en sus casi cincuenta años de vida ha escuchado mucho plomo en el monte. No indagué más.

Llegamos al pequeño puerto para cruzar el río. En ese momento pasó algo inesperado, las personas comenzaron a ponerse los tapabocas.

– “Ya te puedes imaginar quiénes cuidan el lugar. Han exigido que se use tapabocas”

Me dijo Ramiro mientras poníamos los cascos en la moto y él se ponía su sombrero de cuero e´ vaca.

– “Aquí no va a pasarles nada”

Agregó refiriéndose a los cascos

– “pero me gusta dejarla guardada para que no lleve tanto sol.”

Al salir de guardar su moto en un garaje, una joven pareja llenaba botellas plásticas de litro con gasolina,

“fíjate

Refunfuñó

– “antes la llevábamos a Colombia ahora la traemos y la vendemos de a litro”  

Decía mientras movía la cabeza en señal reproche.

En el puerto las personas hacían filas y otras se sentaban en unas banquitas de cemento; algunos parecían estar en una rutina del día a día: ir a Arauca para hacer las compras del día, surtir la bodega o ir a trabajar en el sector comercial. Otros, tal y como yo, teníamos una pinta de venir del interior del país. Al menos eso me hizo sentir Ramiro, para los nacidos en la frontera todos los que vienen del centro y de la capital vienen del interior del país. Los de la pinta de ajenos traían grandes maletas, bolsas y cualquier cosa que sirva para guardar ropa. Las dejaban cerca del pequeño puerto y algunos jóvenes se las echaban al hombro y las subían en las canoas.

“¡Esta hija de puta sí pesa!”

Gimió uno de los chamos mientras levantaba la maleta, Ramiro se rio mientras decía con su acento llanero pausado

“muchacho, lo que llevan ahí es la vida.”

¿Puede caber una vida en una maleta?

Nadie hacía preguntas. Nadie hablaba. Todos sabían lo que había por hacer: pagar, cola y silencio.

“El río está bajito”

Dijo Ramiro. El canoero asintió moviendo la cabeza. El motor de la lancha zumbaba y el agua lavaba nuestras caras. No podía diferenciar si era agua o eran lágrimas lo que corría por el rostro de las personas. Fue un cruce de tal vez dos minutos. Al bajarnos Ramiro me vio y dijo:

– “Y de verdad hay muchos que en esa maleta llevan todo ¿cuánto se recuerda en ese ratico?”

Sentí que Ramiro entendía mi propósito allí. Yo quería saber cómo se construye y gestiona la vida en el paso fronterizo de Arauca. ¿Quiénes están haciendo vida en la frontera? ¿De qué viven las personas en el paso fronterizo? ¿Cómo se vive con la presencia de los grupos armados?

Al llegar al “otro lado” había un pequeño puesto, nos cobraron por el cruce en canoa y seguimos nuestro camino ¿Quiénes cobran el paso, Ramiro? Le pregunté mientras caminábamos.

“Ese es el tipo de cosas que todos sabemos, pero no queremos decir en voz alta. Eso se sabe

Me respondió de inmediato. Caminamos algunos metros más y nos increparon muchos chamos, descalzos o en cholas, comprando oro o dólares. Todos venezolanos. Al pasar la playa Ramiro calmó el paso y me preguntó:

– “¿Viste algún arma? ¿Alguien te paró o te dijo qué hacer?”

A lo que respondí moviendo la cabeza de un lado a otro: no.

– “Eso es el control aquí. Nadie se atreve a dudar de eso. Eso se sabe. Por eso las cosas aquí funcionan. No se necesita ver a alguien armado para saber eso

Y aceleró el paso.

El departamento de Arauca ha sido una zona con presencia histórica de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo (FARC-EP) y del Ejército de Liberación Nacional (ELN). En medio de una guerra que se ha extendido por más de 50 años, estos grupos se disputaron el control territorial de algunas zonas. En otros casos, coexistían manteniendo actividades en un mismo territorio. En la actualidad, luego del acuerdo de Paz del 2016 y la desmovilización de las FARC-EP, el ELN fortaleció su presencia y control armado. Sin embargo, algunas estructuras armadas de las FARC no apegadas al acuerdo de paz, conocidas como disidencias, siguieron operando en algunas zonas con una debilitada pero histórica presencia. La gente lo sabe. La ausencia de políticas de seguridad efectivas tanto de Colombia como de Venezuela lo corrobora.

La frontera funciona como un espacio donde los grupos armados se mueven de un lugar a otro con fluidez, de tal manera que establecen controles de un lado y de otro. Estas soberanías u órdenes territoriales muchas veces se negocian entre los actores armados Estadales y no Estadales. El imaginario construido desde los centros de poder invita a pensar en la frontera como en una película del viejo oeste, con mercenarios y empistolados enfrentados todos los días; en su lugar, ese orden se vive en mucho silencio, con un día a día que transcurre sin notar que cada norma es impuesta y los Estados, de alguna manera, parecieran colaborar con esto.

En algunas circunstancias que parecieran excepcionales, se destapan conflictos y el estruendo de los fusiles rompe el silencio. Esto pareciera traer muchos más rumores que explicaciones a lo que ocurre: tiroteos en los puentes fronterizos, enfrentamientos en los pueblos, movilizaciones de ejércitos, bombardeos. Para la gente la única alternativa que les queda es buscar refugio de un lado u otro del río.

Pasé el resto del día en Arauca, un pueblo con afanes de convertirse en ciudad. Comercios abiertos abarrotados de compradores. Jóvenes en las afueras de los comercios ofreciendo cargar las compras y maletas hacia el río:

“Patrón, le llevo la mercancía pal´ río”

“No, pana, tranquilo, no llevo nada” le respondí.

“Deme dos mil pesos y le llevo las bolsas… rescátame con algo, que está jodida la vaina.”

Accedí y caminé hasta el río con ese joven, iba junto con su pareja, una muchacha mucho más joven que él. Ambos vestían shorts con sandalias. El calor era agobiante. Conversamos por algunos minutos.

“aquí hay que estar revolucionándola todo el tiempo, no te puedes parar”

Venían de Valencia y decidieron quedarse en Arauca. Les era más fácil enviar algo de dinero a su familia desde allí y mantener una cercanía en caso de querer regresar a casa.

“Esto es como un penal abierto… todo está controlado”

Me dijo él mientras se miraba los pies y lanzaba unas piedritas a la calle.

“No te puedes comer la luz sino amaneces en el río.”

Él levantó su mirada al ver que llegó una camioneta con mercancía para pasar a Venezuela. De un brinco cruzó la calle y ofreció sus servicios. Ella le siguió el paso. Levantó un bulto de cebolla que podía ser más pesado que él mismo y siguió su camino hacia la playa para montar la mercancía en las canoas. Esa era la mercancía que más se movía, legumbres, hortalizas, refrescos y papel higiénico.

“Esos deben ser del interior, del centro, de Caracas o Valencia”

Me dijo Ramiro con un tono de molestia.

“Muchos vienen aquí y han dañado la zona. No sólo en Colombia, también del otro lado”

refiriéndose a los pueblos en Apure

“vienen acostumbrados a una vida de tomar lo que no es de ellos. Por eso es que los han matado. Pero igual siguen haciendo lo malo, esa es la gente que viene del interior.”

Ramiro me mostraba que para el migrante venezolano los estigmas no están fuera de sus fronteras, sino también “de este lado” del río.

Al escuchar a Ramiro recordé el término que utilizan en Táchira para nombrar a muchos de estos jóvenes migrantes: “Los caraqueño-valencianos”. Son jóvenes de sectores populares que han decidido buscar alternativas fuera del país. Al conversar con la joven pareja sentí la gran carga de estigma que cargan encima, además de los pesados bultos de verduras. La mayoría trabajan como cargadores, los que recogen desperdicios, las que limpian a destajo y, en muchos casos, son las que tienen que vivir con el comercio de su cuerpo o los que son reclutados por los grupos armados.

En efecto, medios colombianos han reportado la muerte de numerosos jóvenes venezolanos por manipulación de explosivos. En voz de algunas personas ellos pasan a ser la primera línea de combate de los grupos, pues se ven expuestos a tareas que les cuesta la vida como colocar explosivos, a un muy bajo costo, pues en la frontera ¿a quién le importa la vida de un veneco?

Ramiro me dejaba ver las insuperables barreras simbólicas del joven migrante. Primero, el estigma que le propicia su propio país al no generar oportunidades, para luego entrar a Colombia a vivir en un sustrato donde la ciudadanía parece ser una fantasía de los más pudientes. Existen unos claros límites entre lo que podrán y no podrán hacer los migrantes. Estas barreras no son nuevas para muchos, pues viene arrastrando con ellas desde sus viviendas en Venezuela.

Al tomar un mototaxi dentro de Arauca noté que el mototaxista evadía los puntos donde había policías:

“lo ven a uno y lo joden.”

Entendí que era un venezolano. Conversamos en el trayecto y me preguntó por cómo estaba Caracas:

“Ahí… echando vaina”

Le dije en tono de broma

“Siempre estoy pendiente de lo que pasa. Prefiero estar aquí. Aquí veo a un paco y me meto por otro lado, allá no te le escapas a un FAES.”

Me dejaba claro que cada quién migra no solo por motivos personales, sino también por razones que sobrepasan la voluntad personal.

Regresamos a El Amparo y le pedí a Ramiro que nos quedáramos en la orilla del río.

¿Quiere ver cómo vive la gente del río?

Fue una pregunta retórica, pues no me dio tiempo de responderle cuando ya subíamos a la canoa nuevamente.

– “Así les toca vivir, ahí tienen a los niños… en medio de todo el río les da de comer.”

Decía Ramiro con seriedad, sin titubear. Era estoico a lo que veíamos.

“Aprenden a pescar, guindan hamacas y viven así, como tirados ahí”

Como tirados ahí, me pareció una metáfora dolorosa pero acertada para ejemplificar cómo viven los migrantes en este pequeño tramo de la realidad fronteriza. En la franja del Arauca me encontré con aquellos que son expulsados de ambos países, viven en una zona gris sin apoyo de ningún Estado, pero con controles armados rígidos de los grupos armados que regulan la vida, lo que se debe hacer y lo que no, las consecuencias de saltarse estas normas son claras, el castigo y luego la muerte.

En los días de mi visita explotó un artefacto en una vereda cercana al río. En el hecho falleció un funcionario policial colombiano y un civil venezolano. Buscando las noticias, lo único que encontré sobre el venezolano es que estaba en el lugar y el momento equivocado. No hubo más registro. Esa no es cualquier muerte, es una muerte en el silencio.

La tranquilidad del río al final de la tarde me hacía pensar en el agotamiento de los chamos que hacen su vida aquí. Bajaban de las canoas y se sentaban, se quitaban los zapatos y la ropa. Lavaban y hablaban entre ellos. Algunos comenzaban a pescar. Cuando no sacaban nada con la tarraya los demás se reían

“¿así pescabas en tu rancho? ¡puro bagre es lo que eres tú!”

Yo tampoco pude evitar reír al escucharlos.

El río, la trocha, la carretera serpenteante, el calor, la plaga, los puentes cerrados, la violencia, todos son puntos comunes en las narrativas de quienes pasan por la

frontera o deben quedarse haciendo la lucha en los pueblos cercanos. Cada objeto tiene un sentido para regular el tránsito. El Estado venezolano y colombiano lo saben. La frontera es mucho más que la mezcla de dos países. Es como si el mismo territorio tuviera su propia agencia, y los Estados se valen de esto para regular algunos tránsitos y permitir muchos otros.

“Hace como quince o veinte años era al revés, venía muchísimo colombiano a vivir aquí. Eran los obreros, los que hacían el trabajo pues. La guardia los trataba mal. Ahora son los venezolanos allá. Por aquí pasan muchos de los que van caminando… la vida aquí es el paso.”

Me decía Rodrigo, a lo que le respondí: ¿puede un joven de estos irse cuando se le dé la gana? Su silencio me hizo pensar que la frontera no es solo tránsito y salida; para la vida de tantos y tantas jóvenes, es también una zona de confinamiento. El río puede fácilmente ahogar cualquier chance de estabilidad y progreso.

Francisco Sánchez en La Vida de Nos: ¿De cuánto se ha perdido Yajaira?

Recientemente, nuestro investigador Francisco Sánchez publicó un trabajo especial para el portal La Vida de Nos, un relato sobre el dolor que viven las familias de la víctimas de la violencia en manos de cuerpos de seguridad del Estado.

Sánchez —en su trabajo como psicólogo con incidencia en las comunidades, y en su necesidad de generar registros— nos habla sobre la elaboración del duelo. Sobre la manera en la que Yajaira, madre de un joven asesinado por la policía mientras estaba en su casa, aborda la pérdida.

El testimonio de Yajaira es, al mismo tiempo, el testimonio de muchas madres que, con el infierno en la memoria, emprenden una búsqueda incasable de justicia.

Ilustraciones por Ivanna Balzán

La mañana del 14 de marzo de 2013 unos policías echaron abajo la puerta de la casa de Yajaira Martínez, persiguieron a su hijo hasta la platabanda de la vivienda y allí le dispararon. Han pasado exactamente ocho años y un mes, un tiempo en el que ella no ha hecho más que concentrarse en tratar de hallar justicia: una búsqueda que la ha llevado a callejones vacíos y sin salida.

Como la de muchas mujeres de los barrios de Venezuela, la vida de Yajaira Martínez se tejía alrededor de temores y preocupaciones: cómo llevar comida a casa, cómo encontrar los productos que escaseaban cada vez más, cómo trabajar y no descuidar a los hijos, cómo mantenerlos alejados del peligro y de que no se metieran en vainas. Pero el 14 marzo de 2013 su cotidianidad se llenó de más que miedos y preocupaciones: se vio envuelta por una neblina, esa que aparece cuando la angustia se apodera de la realidad. 

El comentario de que la policía estaba entrando a las casas “haciendo desastres” era el centro de las conversaciones en el barrio. Esa mañana, la familia se preparaba para un día común: ¿en dónde hacer la cola?, ¿hasta qué lugar del este de Caracas podrían llegar con el dinero en efectivo que tenían para pasajes?, ¿a las personas con qué terminal de número cédula de identidad les tocaba comprar ese día? Yajaira siempre les inculcó a sus hijos que la escuela debía ser su prioridad. Pero a veces les permitía faltar para que la acompañaran a las colas. Mejor cuatro personas que una, decía, porque de ese modo podían hacer hasta dos colas a la vez, y por lo tanto, comprar más productos.

Entonces vino la escena que, como todas las escenas de terror, es entrecortada.

Los policías doblaron y destrozaron la puerta de latón de la entrada. Después, entraron en la casa. Encontraron a Yajaira en la cocina y a Matilde y a Darío, sus hijos, en la sala. Ella de 9 años y él de 18. Los apuntaron con sus bichas. Matilde y Darío corrieron a la platabanda y dos funcionarios los persiguieron. Sonaron sus botas por las escaleras de cemento. Yajaira gritaba en la cocina, pedía auxilio. La mandaron a callar a fuerza de un arma apuntándole al rostro. En la platabanda Darío separó a su hermana: la alejó, empujándola al suelo. La salvó. A él lo tenían apuntado. Intentó lanzarse a un callejón y fue cuando los policías escupieron fuego de sus armas. No hubo palabras. Él cayó al callejón y desde arriba siguieron disparando. La ventana de la cocina da con ese callejón, así que Yajaira escuchó todo. Matilde quedó tendida en la platabanda, ensordecida con el estruendo, solo una ráfaga. Cubrió sus oídos, pero no tapó sus ojos.

La imagen sigue viva.

La recuerda cada 14 de marzo, aunque sus sueños la repiten con arbitrariedad.

La vida perdió sazón, recuerda Yajaira, la vida perdió sazón.

Los cumpleaños dejaron de ser celebraciones y se convirtieron en rituales para recordarse no decaer. Las fotografías ya no son recuerdos de los encuentros familiares, pasaron a ser evidencia recogida, hojas guardadas en una carpeta amarilla manchada con café. El cuarto de Darío se convirtió en un templo de oración en el que mantienen sus cosas intactas: la ropa, el rosario, un par de zapatos, una mesa de noche llena de los pequeños objetos. Todo como buscando evitar lo inevitable: el paso del tiempo. 

Algunas velas encendidas dan color a un pequeño altar al lado de la puerta de entrada. Imágenes y flores como ofrendas. Allí están algunos recortes de prensa, algunas imágenes de él de niño, de chamo, de adolescente. “No más muertes, salvemos la vida”, se lee en una hoja de papel pegada con cinta al pie del altar.

Nos repetimos hasta el cansancio que la muerte es parte de la vida y que solo se necesita tiempo para sanar. Hay muertes que paran la vida, la mutilan y la rompen en pedazos. Y la labor de recomponer estas piezas requiere algo más que tiempo.

Yajaira vive con su familia en la otra Venezuela. No la petrolera. No la de la sabrosura y lo chévere. No la de las playas y la naturaleza espectacular. No la del rojo y el azul en riña perpetua. Tampoco aquella de los recuerdos de opulencia. Ella nació, creció y formó su hogar en Coche, en el suroeste Caracas. Trabajando en casas de familia y ayudando en cocinas de escuelas encontró el sustento. Sus hijos nacieron en una Venezuela donde la materia prima son las balas.

Hablar sobre la muerte es difícil, dice ella, pero más difícil es todo lo que viene después de la muerte. Las patrullas rodeando la cuadra. Los vecinos asomados murmurando sin preguntar qué pasó. El frío de las comisarías y las eternas horas esperando. El dolor del entierro anticipado. El miedo a la profanación de la tumba. Los policías y sus preguntas que entran como cuchillos al corazón:

—Señora, ¿pero usted sabía que su hijo era un malandro?

—Pero él se enfrentó a la comisión, señora, ¿cómo nos dice que no?

—¿No será que usted lo defiende por ser su mamá?

Una muerte nunca es solo una cifra, nunca es solo un cuerpo. Una muerte como la de Darío es una herida pensada. Con una muerte así, la pregunta “¿por qué nos hacen esto?” pareciera no tener respuestas.

—Fue tanto mi dolor —cuenta Yajaria— que tuve que salir de la casa a buscar respuestas. No sabía qué era eso de los derechos humanos, pero aprendí que debo luchar por lo mío; que teníamos derechos y nos los quitaron; que había muchas otras como yo; que a tantas otras mujeres les pasaría esto. Por eso busco la forma de parar tanta muerte.

Decir que la vida cambia después del asesinato de un hijo es poco.Para intentar recomponer su vida, Yajaira comenzó a buscar justicia.

—Recomponer mi vida pasa por restaurar el nombre de mi hijo. No tenían que matarlo. No era malandro. No es verdad.

Así emprendió esta lucha que lleva ocho años. Ocho años que se dicen con una velocidad que niega lo vivido. Tantas visitas al Ministerio Público, a fiscalías, a la Defensoría del Pueblo, a ONG que defienden derechos humanos. Buscando justicia se ha visto en callejones vacíos y sin salida.

No volvió a tener un trabajo fijo. Cada intento de trabajar era interrumpido por un llamado de urgencia: hay que llevar fotocopias a la fiscalía, la ONG pidió una reunión, cambiaron al fiscal de nuevo.

El miedo a que se repitiera otra muerte se apoderó de la familia. Su hijo mayor, que tenía 22 años cuando asesinaron a Darío, se fue del país. La menor, que tenía 9, cumplió 16 viviendo entre la sombra que la policía sembró en casa aquel día de marzo. El marido acompaña todas las locuras que se le ocurren a ella: perseguir la justicia, apoyar a otras víctimas, crearse una cuenta de Twitter.

En esa búsqueda nos conocimos.

Yajaira quería llevar su caso a instancias que pudieran dar alguna respuesta y también llevar su mensaje a otras mujeres que estaban pasando por lo mismo. Era 2014. En Venezuela vimos cómo policías con máscaras de calaveras bajaban de los barrios, con cuerpos amontonados como los muertos por una peste.

Yo comenzaba a investigar sobre los familiares de aquellos que eran asesinados por armas de fuego en Venezuela. Mi trabajo como psicólogo me abría las puertas para escuchar las historias de los estragos de la violencia en el país. Sentía la necesidad de registrar estos testimonios de horror, pero también de resistencia de muchas mujeres que se hacían cargo de sus familias luego de los asesinatos.

Nos conocimos en una pequeña protesta. Me acerqué a donde estaba ella con otras mujeres recortando fotos de sus hijos y pegándolas en una cartulina negra. Aquel día conversamos mucho. A partir de entonces comenzamos a vernos. Supe que su vida transcurría entre las oficinas policiales y gubernamentales. Me di cuenta de que Yajaira tenía un conocimiento de las leyes y de todos esos agotadores temas penales que resultaría envidiable a muchos especialistas.

Ella me hablaba de todo, pero evitaba hablar de su familia, al menos de la que le quedaba con vida. Sus días transcurrían mientras esperaba. La espera por otra respuesta negativa de la fiscalía, por otro recurso denegado, por otro reclamo sin eco en las cavernas del Estado venezolano.

Comenzamos un trabajo conjunto: buscamos en muchas comunidades a otras personas que vivieron situaciones similares a la de ella. Nuestros encuentros servían para que ella volviese la mirada hacia atrás, para hablar de su dolor, para conocer a otras víctimas y documentar todo ese presente que vivíamos.

A Matilda, el estruendo de las ráfagas del 14 de marzo no solo le arrebató a su hermano, sino también el tiempo de su madre. No le era fácil verla tan concentrada únicamente en esas diligencias burocráticas. A partir de entonces, Matilda dejó de ser la consentida. Las panquecas en la mesa del domingo en la mañana fueron cambiadas por archivos policiales, recortes de periódicos amarillentos y muchos nombres de jóvenes asesinados. Las conversaciones por teléfono de su madre ya no fueron con sus tías o vecinas. No había quejas por las cosas de antes y, en su lugar, entró el discurso de los derechos humanos. La gente que visitaba la casa también cambió: ahora era común levantarse y ver a periodistas, a activistas o a otras víctimas hablando sobre sus vidas.

Matilda comenzó a tener otros anhelos. No visitar fiscalías, morgues, ni estar en rezos. Al contrario: quería bailar y cantar.

Hace un año, el 14 de marzo de 2020, nos encontramos para visitar la tumba de Darío en el Cementerio General del Sur. Estábamos en los albores de la cuarentena por la pandemia de covid-19; no teníamos idea de lo que estaba por comenzar.  

—El traslado de la tumba hasta un lugar más cercano a la entrada costó mucho, pero da mucha tranquilidad saber que puedes cuidarla —me dijo Yajaira.

Allí estábamos Matilde, su padre, Yajaira y yo.

Matilde acomodaba algunas cosas sobre la tumba del hermano: un papel bond con un “Feliz cumpleaños. Te extrañamos”una velita encendida y una foto de él sonriendo.

Yajaira vestía una franela con el rostro de su hijo estampado, reproducción de una vieja fotografía donde él sale sonriente. La usa en todas las actividades importantes en honor a su hijo. No éramos los únicos ese día en el cementerio. De fondo se escuchaba salsa, olía a sancocho, a empanadas y ron. Era como ver a un colectivo de limpieza y acomodo en varias tumbas.

Se acercaron unos conocidos en una moto. Se abrazaban. Se consolaban. Yajaira dice que las víctimas se reconocen de lejitos y por eso se apoyan. Uno de los hombres gritó: “¡Ponte una salsa ahí que está llegando la tristeza!”. Y tenía razón, todo parecía una triste celebración a la vida en medio de la muerte.

Quise tomar una fotografía a la familia, pero Matilde se negaba. Retratarse en esas circunstancias no le hacía gracia. La madre insistió e insistió hasta que la muchacha accedió. Allí quedó la imagen. No era una fotografía de un acto, de un trabajo, de un encuentro de activistas: era un retrato familiar. Íntimo.

Luego de algunas horas de estar en el cementerio, nos despedimos y cada uno tomó su camino.

Al conversar por teléfono unos días después, Yajaria me pidió la fotografía. Al verla, enmudeció por algunos segundos. Luego suspiró. Estaba sorprendida, incrédula de ver a la mujer que estaba a su lado.

—En la espera por la justicia se me ha pasado la vida —dijo—. Ya no solo la mía, se me pasó también la vida de ella. ¡Mírala cómo ha crecido! ¿De cuánto me he perdido…?

Los nombres de los protagonistas de esta historia han sido cambiados para proteger sus identidades.

El registro sanitario de las víctimas invisibles de la violencia armada: los lesionados por armas de fuego. Un testimonio de investigación

El contexto y situación de los lesionados por arma de fuego en el país

En Venezuela, la violencia armada se vive, se padece, y cega muchísimas vidas, aunque no se sabe con precisión cuántas y de qué manera. Como tampoco se sabe la cuantía de armas en el país, su uso, situación y ubicación.

No se saben detalles de las víctimas de la violencia armada porque ésta ha dejado de ser noticia -con algunas excepciones, dependiendo de las dimensiones del hecho o quizá de quién sea la víctima-. Ni siquiera se puede conocer con precisión cuántas víctimas, pues desde hace más de una década no es posible acceder a estadísticas policiales oficiales, específicas y confiables que nos permitan, primero, entender cómo están construidos esos datos —qué categorizaciones hay detrás de ellas—; y segundo, entender las dimensiones de este fenómeno y consecuencias que genera.

Esta situación se intensifica cuando queremos indagar sobre las personas que son lesionadas por armas de fuego en el país. No existen estadísticas oficiales que nos permitan definir el número de personas que son alcanzadas por balas en un año, como tampoco podemos dimensionar las consecuencias que esos disparos tuvieron en el cuerpo y trayectorias de vida de esas personas.

En nuestro país, no podemos contar a “los que quedan vivos” luego de que la violencia armada hace su aparición. Esta ha sido mi preocupación en los últimos años.

Para que se pueda entender por qué estoy preguntando por los lesionados por armas de fuego en Venezuela y por qué he dedicado mi investigación doctoral al tema, es conveniente que haga referencia a las estimaciones que se hacen sobre este tema en relación a contextos de violencia armada:

“Se calcula que, por cada joven muerto a consecuencia de la violencia, entre 20 y 40 sufren lesiones que requieren tratamiento.” (Organización Mundial de la Salud, 2002).

“…se estima que por cada fallecimiento hay al menos 3 heridas incapacitantes.” (Lichte et al. 2010).

Ahora, hagamos el ejercicio. Siguiendo las estimaciones que propone la OMS, si deseamos vislumbrar un rango de personas lesionadas por armas de fuego en Venezuela entre el año 2000 y 2017, este iría, a grandes rangos, entre 4,5 millones y 9 millones de personas, dependiendo de la fuente que utilicemos para la aproximación (Observatorio Venezolano de la Seguridad o Anuarios de Mortalidad). Esto significaría que entre un sexto y un tercio de la población podría haber sufrido una lesión por armas de fuego.

Estas personas heridas por balas, pueden tener diversas consecuencias en sus cuerpos a partir del hecho, siendo las más extremas la presencia de algún tipo de discapacidad que genere limitaciones en la movilidad o en la cognición.

A esto, debemos sumarle que las víctimas de las lesiones sigue la misma tendencia que se registra para las muertes violentas ocasionadas por armas de fuego: los afectados en mayor proporción son varones con edades comprendidas entre los 15 y 44 años (con mayores tasas entre los 15 y 24 años). Justamente, las edades que pueden considerarse fundamentales para formarse y de productividad, en todos los sentidos, en la vida de una persona. Así, la lesión llega para modificar las vidas, cuerpos y posibles trayectorias de los jóvenes venezolanos, e incluso más, la economía del país al trágicamente perder esta capacidad productiva.

Después de precisar la relevancia que tiene esta problemática en el país, quisiera explicar cuál ha sido uno de los grandes desafíos y hallazgos del trabajo de investigación que he llevado a cabo.

Foto por Francisco Sánchez

Un testimonio del rastreo de información

Para poder entender el contexto de las lesiones ocasionadas por armas de fuego, el primer paso fue buscar estadísticas oficiales, que como ya he mencionado, no existen. Este es el primer hallazgo de esta investigación. Esta inexistencia habla de la invisibilidad de las víctimas frente a un Estado que no reconoce su situación como problema; que no las registra y que no genera políticas públicas para mejorar sus condiciones de vida, bastante vulnerables y precarias como los pude constatar en mi trabajo de campo.

A partir de allí, me propuse construir estadísticas que mostraran un panorama, así fuera parcial, de lo que ocurre con esta dinámica. Así, investigué cuáles eran los hospitales en los que se atienden y refieren a los lesionados por armas de fuego (por disponibilidad de insumos médicos principalmente). Identifiqué dos de los centros sanitarios más importantes de la ciudad y luego de semanas de gestiones, pude tener acceso a dos tipos de registros administrativos: los libros de entrada de emergencia de politraumatismos en uno, y a las historias médicas de pacientes, en el otro.

Ambas fuentes de información administrativa son registradas de forma rudimentaria, evidenciando duramente la precariedad sanitaria en el país: el registro se hace a mano, en papel, muchas veces reciclado, como alternativa a la falta de materiales de oficina. Se lleva sin mayores criterios de estandarización para el asentamiento de la información. Algunas veces se registran algunos datos del paciente, en otras no. Sin embargo, lo importante estaba allí: la causa de la herida o el traumatismo, la edad, el sexo del paciente y la fecha de ingreso.

Este trabajo artesanal, me permitió construir un contexto estadístico (parcial) para entender qué ocurre en Caracas en relación con los lesionados por balas, armas blancas y agresiones. Pero además, con ello pude realizar observación etnográfica del registro del dato estadístico, ya que día a día, al asistir a los hospitales para hacer mi propio registro de la información, pude observar dinámicas interesantes en relación al paciente, el trabajo administrativo, el manejo de la crisis dentro de las actividades cotidianas del hospital, entre otras.

En este sentido, no sólo logré contar con números que me permitan comprender y comunicar esta problemática, sino que pude entender que la trayectoria del dato estadístico de la lesión por bala, es corta, coyuntural y limitada. No llega a constituirse como una estadística sino se trata simplemente de un dato administrativo registrado y almacenado en cajas en los archivos, susceptibles a degradarse de los hospitales.

Foto por Francisco Sánchez

Ese dato administrativo no se digitaliza, transcribe, sistematiza, procesa, analiza o publica. Es un número más registrado en los “cuadernos” para el manejo del hospital, que no llega a constituirse en evidencia que pueda ser insumo para hacer visibles a las víctimas no letales de la violencia armada, y en consecuencia, constituirlas como foco de políticas públicas o simplemente, establecerlos en el centro del debate e interés público.

La presencia o ausencia de estadísticas oficiales producidas por las entidades oficiales constituye la diferencia entre “existir” (o no) frente al Estado. En el caso de los lesionados podría definirse como inexistencia total, constituyéndose así como “víctimas invisibles” y no debatibles de la violencia armada.

Al no existir, no sólo se niega la definición de ellos como víctimas sino además, se les niega la posibilidad de poder ser apoyados por políticas para su recuperación (y la vida posterior) al ser alcanzados por balas de armas de fuego sin control. En este sentido, se hace urgente y necesario el registro sistemático y periódico de los heridos por armas de fuego para visibilizar su situación y la gravedad de la dinámica de la violencia armada presente en el país.

Conversación con Doris Sommer sobre su libro: “El arte obra en el mundo: Cultura ciudadana y humanidades públicas”.

Con el objetivo de explorar formatos novedosos que aborden, igualmente, nuestras líneas de investigación, hemos tejido redes con artistas varios y personas vinculadas al área.

Reconocemos al arte como un escenario fértil para el pensamiento crítico y el intercambio de ideas, y  también como un vehículo poderoso capaz de potabilizar temas trascendentales para el país y generar reflexiones en torno a los mismos.  Un vehículo para la transformación social.

Y a propósito de nuestra exploración, junto a nuestros amigos de Labo Ciudadano organizamos un conversatorio con Doris Sommer, académica en literatura y profesora de la Universidad de Harvard, que ha trabajado cómo el arte y la cultura impulsan cambios sociales en entornos adversos.

La actividad contó con la asistencia de miembros de diversas organizaciones no gubernamentales, y  tuvo como punto de partida su libro El Arte Obra en el Mundo: Cultura ciudadana y humanidades públicas.

A partir de su lectura, se generaron preguntas y reflexiones que confluyeron en este valioso encuentro del que a continuación compartimos transcripción y registro.

Relatoría

Doris Sommer, es Directora de la iniciativa de Agentes Culturales de la Universidad de Harvard, y de Pre-Textos, una metodología de fortalecimiento e interpretación de la lecto-escritura a través del juego y la re-creación estética. Es profesora de Lenguas Romances y Literaturas y de Estudios Africanos y Afroamericanos en la Universidad de Harvard.

Verónica Zubillaga: Venezuela se ha convertido en un contexto muy difícil, con un gobierno cada vez más autoritario, y tomando en cuenta que estás hablando con venezolanos, yo quería comenzar con un pregunta general, también combinada con otras lecturas de otros trabajos tuyos, como por ejemplo, tu introducción en el libro “Cultural Agency en las Américas”. Hay frases en el texto que me encantan y que siempre me parecen tan iluminadoras. Por ejemplo, cuando dices que “si no vamos por la tangente, no vamos a llegar muy lejos”, y esta idea del ingenio como estrategia para abrir espacios de oportunidades y de derechos dentro de las limitaciones… Entonces, quería para abrir la conversación preguntar, ¿Qué se te ocurre comentarnos sobre el ingenio y el arte para abrir espacios de agencia en un contexto militarizado, de un autoritarismo cada vez más pronunciado como el venezolano? A este grupo de personas que, precisamente, nos negamos a vivir en “un pesimismo paralizante”, para seguir usando tus palabras.

Doris Sommer: Bueno, aquí estoy hablando con gente que entiende mejor que nadie el concepto. Yo soy estudiosa, entonces estudio gente maravillosa, optimista, emprendedora, creativa … o saco conclusiones teóricas, o cito a otros teóricos. Pero no creo que pueda decirles a ustedes de qué se trata. Lo que sí voy a ofrecerles es una observación que me hizo Antanas Mockus, que como sabrán es un importante mentor para mí y para muchos, cuando me hizo leer un libro de John Elster, que trabaja Rational Choice Theory; en español, la Teoría de la Selección Racional. 

Entonces, ¿Qué tiene que ver Rational Choice Theory con la pregunta que me haces? Resulta que lo que dice Elster en un libro que se llama “Ulises Desatado”, no sé si ustedes leen a Elster, pero a Antanas le gusta mucho, “Ulises Desatado” dice cómo realizar una decisión racional. Dice que primero uno limita las opciones, o sea hay cosas muy lindas ahí para ser contraintuitiva. Para ser racional, uno se auto-limita en las posibles selecciones. Por ejemplo dice, cuando uno va a un restaurante y ve un menú con letra pequeña, de cuatro páginas, no sabe qué comer y termina comiendo un arroz con pollo porque conoce el plato. Pero si va a un restaurante donde hay seis platos que uno puede leer y considerar, pues se arriesga a hacer algo interesante… Entonces, con ese pequeño ejemplo, dice: ¿Quiénes son los ciudadanos más racionales en las democracias? ¿Quiénes son? Pues son los artistas, porque el artista sabe autolimitarse para tomar una decisión dentro de restricciones que uno mismo se impone. Si yo quiero hacer un mural, Vanessa hace murales con gente de los barrios. Si uno hace un mural ¿Va a usar todos los colores del arcoiris o va a decir “Aquí tenemos cinco, no hay más de cinco colores? ¿Va a usar toda la pared en toda la extensión? Quizás, o quizás va a usar parte de la pared y parte del edificio aledaño. Va a tomar decisiones para autolimitarse y en la autolimitación está la libertad de uno, porque hay limitaciones duras y las hay blandas. Las duras son cosas que no vamos a cambiar de un día para otro. Hay limitaciones de tiempo, de dinero, de saberes, quizás de libertad política, hay cosas que no vamos a poder cambiar de inmediato como artista, pero hay otras cosas que sí podemos cambiar si nosotros tomamos la decisión de autolimitarnos.

Para demostrar eso, Antanas un día en una clase tomó un pedazo de tiza y dibujó un cuadrado de 5×4 metros en el piso ¿Si? Y dijo: “Aquí estoy en una celda. ¿Qué voy a hacer en esta celda atrapado?” Él estaba diciendo, bueno, volvió a coger la tiza e hizo dentro del cuadrado de 5×4 un cuadrado de 3×3. Se quedó dentro del pequeñito y dijo: “Ahora estoy libre”. Entonces les digo eso porque la ventaja de ser artistas, de pensar como artistas cuando son sociológicos, psicólogos, arquitectos, pero la ventaja de formar estas conversaciones entre artistas y otros profesionales es poder desarrollar esa observación contraintuitiva que ustedes todos saben que les ha funcionado, y quizás mantener eso como una dimensión de la libertad y compartir esa paradoja con otras personas que se sienten atrapados. O sea, la manera de “desatraparse” es autolimitarse (risas). Entonces quería ofrecerles ese chiste porque decirles más de lo que ustedes logran y han logrado hacer dentro de sus limitaciones sería absurdo para mí, ustedes ya hacen. Les pongo una nota a pie de sus páginas, y no en mi voz sino en las de Antanas, porque no me atrevo.

Verónica Zubillaga: Yo seguía con muchas inquietudes porque es algo que nos viene, o me viene trabajando mucho, también esta noción en un contexto de polarización… Creo que todos con los que estás conversando acá nos negamos, de una u otra manera, a participar en la polarización política tan intensa que hay en este país, y precisamente me parecía tan sugerente este concepto de “anfibios culturales”, que también conversas que plantea Antanas Mockus, pero precisamente ¿Cómo podemos trasladar esta noción de “anfibios culturales”, o este oficio de traducción y movernos entre mundos en contextos políticamente polarizados? ¿En contextos donde hay mucha violencia y muchos riesgos?. El problema que estamos enfrentando en el presente es que los riesgos se han venido incrementando. Actualmente, claramente hay periodistas que están puestos presos. ¿Cómo precisamente podemos traducir esta idea de anfibios culturales a ámbitos de polarización política y autoritarismo militarizado?

Doris Sommer: Bueno, ustedes entienden que todas esas preguntas para mí redundan más en la creatividad y en los talentos de ustedes que en cualquier respuesta que yo pueda dar. Voy a recurrir a otros expertos. Aquí Antanas habla de anfibios culturales, para él un anfibio cultural es más o menos un maestro. Alguien que sabe traducir de un registro, un idioma, un ámbito, a otro idioma. Si uno no es anfibio, no puede transmitir, ese es el concepto que usa. Yo, aquí, pienso más en Friedrich Schiller. Schiller vivió en un momento también súper peligroso, en el terror de la revolución francesa, la polarización también era terrible. Uno perdía la cabeza fácilmente. Entonces ¿Qué recomienda Schiller allí? Él se sienta, no a escribir un libro de filosofía política sino uno de educación estética en 1793, y lo publica en el 1794. Las calles de París están llenas de sangre, y él se sienta a hablar del proceso creativo…

Entonces dice, seguramente ustedes van a pensar que eso está fuera de lugar; que esto no tiene qué ver con los tiempos. Y dice, al contrario; al contrario, es lo más urgente que podemos hacer. Y como digo, ustedes lo están haciendo. ¿Qué quiere decir Schiller en eso de que el arte es lo más urgente en esas situaciones sumamente polarizadas y violentas? Es que un artista puede sorprender al contrincante…Puede sorprender, puede desconcertar, puede salir del círculo vicioso de víctima-victimario, victimario-víctima y… ¡Hacer algo que no se entiende! Esa es casi la definición del arte. El hacer algo que no se entiende, extraño, que hace difícil su comprensión. Aquí, mi santo de devoción es a Noam Chomsky, que en un ensayo de diez páginas, habla sobre qué es el arte; el arte no es económico, el arte no es generoso, el arte no da… No, el arte desafía, pellizca ¿No? Duele pero no mucho, y quieres saber más. Por eso, un buen poema, una canción, un mural, un álbum que no se entienda de inmediato, despierta la duda. Ahí los humanistas como reyes de la duda, nos gusta la duda. No sé si otros maestros de literatura estarían de acuerdo. O sea, no queremos resolver el problema de la interpretación, queremos encontrar múltiples formas de interpretación que dan para seguir hablando del texto.

“¡Muy buena interpretación!” le decimos a un estudiante, “¿Y qué más?” Porque nos gusta la duda, que nos da la oportunidad de hablar con otro ser humano. Van a llegar a un desacuerdo en algún momento, pero se vieron cara a cara. Y aquí me remito a algo más, se vieron cara a cara y aunque no estemos de acuerdo, usted es un ser humano y no lo voy a matar.

Verónica Zubillaga: Hay una noción que atraviesa todo el segundo capítulo de tu libro tomada de Schiller, esta noción del ciudadano como artista. Lo traigo a colación porque vendrá un momento en Venezuela en el cual tengamos que pensar la reparación a las víctimas de la violencia policial en el marco de operativos como el Operativo de Liberación del Pueblo, o la acción de las Fuerzas de Acción Especial de la Policía. La Reparación simbólica, dentro de un proceso de reparación integral, busca reconocer a las personas afectadas en su humanidad; restituir su dignidad lacerada; el sentido de pertenencia y emitir un mensaje contundente sobre el hecho de que son importantes para el colectivo. Como pensamos que la Reparación Simbólica es un componente importante dentro de la reparación integral, uno de los desafíos que enfrentaremos como sociedad organizada es precisamente este esfuerzo en trabajar con personas afectadas, con víctimas, donde ellas a su vez se apropien del proceso creativo ¿Qué nos podrías comentar? Precisamente esta noción del ciudadanos artista cuando se trata de víctimas y procesos de reparación de la dignidad. ¿Cómo podemos incorporarla a nuestro trabajo? ¿Qué pistas nos puedes sugerir? ¿Cómo puede ser precisamente este trabajo con artistas, muchos que aquí son artistas, y con víctimas para que fructifique?

Doris Sommer: Otra vez, esto es puro Schiller. Schiller dice que todo el mundo habla de dos pulsiones en el ser humano. Ángel y demonio; la razón y la pasión; la carne y el espíritu. Y dice: “Nosotros no tenemos que salir a la calle para ver una Guerra Civil, somos Guerras Civiles internas”. Entonces pregunta por qué no nos matamos todos y es porque tenemos una tercera pulsión que nadie ha nombrado todavía. Una tercera pulsión que es tan universal como las otras dos, que es la pulsión para crear y jugar. Entonces, como nadie había reparado en esta pulsión como una facultad universal en el ser humano, él acuña una palabra libremente porque es poeta y puede hacer lo que quiera con el lenguaje “Spieltrieb”, la pulsión a jugar a crear, en inglés de traduce muy bien “Play drive”. O sea, no hay ningún ser humano que no tenga  “Spieltrieb”, ninguno. Así como tenemos razón y pasión tenemos Spieltrieb y por eso no nos matamos. Tenemos un conflicto y sacamos algo debajo de la manga. En las familias dicen a los niños: “¿Por qué no juegas con tu hermano?” ¡Cositas! ¡Inventamos soluciones a todas horas! No solamente todos los días. Entonces, respetemos esa pulsión del ser humano que está en las víctimas, que está en los niños. Para ser ciudadano uno tiene que resolver a todas horas problemitas para no llegar a lo oscuro.Entonces, yo creo mucho en la importancia de activar ese “spieltrieb” para desarrollar al ser humano y sanar.

Cuando la gente me habla de Arteterapia, hablando de víctimas, a mí me parece que “arteterapia” son dos palabras redundantes. Cuando uno hace arte, cuando uno ejerce el “Spieltrieb”, ejerce autonomía porque tomamos esas decisiones de autolimitación, de qué colores, de qué formas, de qué rima. O sea, esa autonomía como artista es un empoderamiento, es una sanación, yo digo en un poema cuanto quiero decir y puedo ocultar fácilmente lo que no quiero, no tengo que reprocharme… Entonces, eh, cuando vi la linda novela gráfica que me enseñaste sobre las madres viudas o que han perdido hijos, etc, etc. Yo me imaginé un taller de novelistas, de novelas gráficas, donde todas las mujeres hacen su variante, que nos den información al artista, eso es ser, con compromiso, es ser informante nativo para que un artista, un antropólogo saque su obra. Todas esas víctimas saben dibujar, mal que bien, saben; yo dibujo muy, muy mal, pero les puedo decir la trama de lo que yo dibujé, entonces me llamó artista conceptual ¡Pero me sirve! No tengo que vender en el mercado mi arte, pero me sirve para sanarme y para expresar y para pensar claramente. Ese fue mi comentario.

Ángel Zambrano: Gracias, Doris. Por ahí ya comienzan a levantarse las manos. Eh, Dianora, no sé si quieres preguntar a viva voz la pregunta que comentaste por el chat.

Gracia Salazar: Ángel, recuerda que Dianora no tiene audio. Lee la pregunta.

Ángel Zambrano: ¡Coye, verdad! Se me olvidaba que Dianora es la que no tiene audio. Bueno, Doris, la pregunta que Dianora es: “¿Cómo salir del círculo víctima-victimario sin apegarse a una estructura de poder, que puede ser alguna institución cultural o educativa?”.

Doris Sommer: Si no se puede, entonces estamos en problemas ¿No? La razón por la que Schiller escribió sus cartas de la educación estética del hombre era porque él vio el círculo vicioso que es espiral, si fuera círculo sería una cosa pero Foucault nos enseñó a mirarlo como espiral porque se va de mal en peor ¿No? Escribió para romper el círculo, para buscar una tangente. Verónica recordó ¿No? Que aquí hace falta una tangente, uno toma un punto del círculo y dice: “No voy a seguir, voy a seguir otra línea”. Sin esa tangente vamos a seguir de mal en peor. Y la educación es fundamental porque si no enseñamos a los jóvenes a pensar como artistas, van a repetir patrones que conocemos y que no sirven. Por eso, en pretextos… En algún momento, los voy a reclutar a todos a pretextos, porque pretextos es una manera de enseñar cualquier materia: historia, química, hemos hecho astrofísica; yo no sé nada de astrofísica, pero los científicos estaban, yo facilito, no importa, lo enseñamos todo. Usar un texto difícil para hacerle preguntas, para sacarle hebras, para volver a amarrar, para hacer obras de artes con un texto difícil y después preguntarse: “¿Qué hicimos?”. Preguntarse por el proceso de hacer arte y donde todo el mundo tiene que hablar así como todos hablamos aquí, entonces esa es una manera súper sencilla de enseñar y no es la manera convencional. La manera convencional es sentarnos, unos a los unos en filas militares, con una persona de pie, donde ser bueno es no hacer preguntas, no hacer ruido y… Y cortamos alas, para después preguntarnos: “¿Por qué no responden los niños?” entonces la educación es fundamental. Me encanta que Schiller no escribió una educación estética, escribió una pedagogía estética.

Ángel Zambrano: ¡Gracias, Doris! Manuel y la lleva Francisco.

Manuel Lorens: Gracias, Doris. Muchísimas gracias por la conversa. Tu libro es muy estimulante, tiene tantos ejemplos que te pones a investigar, te pones a pensar, lo disfruté mucho.

Me quedaron dos preguntas. Una pregunta y quizás un comentario que me gustaría que tú hicieras. La primera es que entiendo la idea de traer el juicio estético como una herramienta para romper con el pensamiento más racional y buscar otras entradas y salidas, pero me pareció entender que propones que el juicio estético está open-minded, es decir, libre de prejuicios. Te preguntaría ¿No podría ser el juicio estético también, aunque venga de otro…?

Doris Sommer: Te congelaste, Manuel. No te escuché.

Manuel Lorens: … ¿Que quizás no son conscientes pero también son prejuicios? Esa sería mi primera pregunta. Lo segundo es que das el ejemplo de…

Verónica Zubillaga: Manuel, sabes que hubo un momento en el que te congelaste y no te seguimos escuchando, si puedes repetir la primera pregunta.

Doris Sommer: Se congeló de nuevo, yo creo que si… Apaga tu cámara por un momento ¿Ok? 

Manuel Lorens: ¿Escribo mejor?

Verónica Zubillaga: No, no, apaga la cámara.

Manuel Lorens: Sí… ¿Ahora sí? ¿Se escucha mejor?

Verónica Zubillaga: Sí, ahora sí.

Manuel Lorens: La pregunta sería ¿No puede también el juicio estético, ser un juicio cargado de prejuicios también? También trae sus propios prejuicios. Y lo segundo sería en el bloque (interferencia)… De la biografía de Rigoberto, que esta controversia tan interesante que se generó alrededor de su registro, nosotros que vamos levantar testimonios de mujeres, este, bueno, a mí como investigador me genera la angustia ¿no?  De qué tanto no puedo traicionar una verdad fáctica en función de bueno, del registro que puede proponer tanto la autora de su propia historia como un intérprete artístico. Bueno, un poco tu comentario con esa controversia sobre el trabajo de Rigoberta Menchú, que sé que lo has trabajado.

Doris Sommer: Sí, sí, muy buenas preguntas. No es fácil y quizás no sea del todo alcanzable, eh, pensar sin prejuicios, pero es… Es la meta y la vía para ser libres. Gadamer también, empezando aunque no con tanta ambición como Kant, pero Gadamer dice: “¿Cómo abordamos un texto? Siempre reconociendo nuestros prejuicios, ahí empezamos”. O sea, eh, yo reconozco mis prejuicios cuando leo algo que no entiendo, eso ya me pone en una situación donde reconozco la diferencia entre mi percepción del mundo y una percepción del mundo que no entiendo, entonces reconozco lo mío aquí. Leer es mover un poco más y más el horizonte y liberarme de algunos prejuicios, eso es para Gadamer.

Kant decía que tenemos muchos prejuicios, pero si queremos pensar libremente tenemos que hacer un ejercicio mental que nos permita sentir un espacio donde se puede ser intenso sin intereses. Para él, era muy poco importante la estética, la estética para él era una vía para llegar a pensar libremente, entonces dice así y lo pongo en el capítulo pero lo repito aquí, dice así Kant “¿Cómo vamos a pensar sin prejuicios? ¿Cómo vamos a ejercer ese músculo que no se había ejercido durante años, durante milenios o qué sé yo, no? Ehm, en las monarquías, en la iglesia católica, uno no  necesitaba pensar libremente. Entonces, decía si pienso sobre la economía, entonces no voy a ser libre porque voy a querer ganar y no perder. Si pienso en la moral, tampoco voy a ser libre porque hay reglas básicas, se pueden ajustar en un momento, en un país, pero son reglas básicas, si soy parte de una sociedad tengo que acatar. Si quiero pensar libremente, no voy a pensar en mis sentimientos porque soy una persona pasional como todos ¿No? Me dejo llevar por la pasión. Si quiero pensar libremente, no voy a pensar en la erudición, en los conocimientos, porque así como dijiste en la segunda pregunta, hay cosas verídicas y cosas que no lo son, entonces no puedo ser libre a la hora de pensar en el conocimiento… ¿Dónde, en mi vida, voy a estar intenso sin intereses? ¿Me entiendes? Ahí es donde él ubica la estética. No porque a él le guste tanto lo bello, no porque le guste el arte, sabía muy poco del arte, pero en su ejercicio mental de excluir discursos que no lo llevaran al desinterés, decía: “¡Miren la estética! Si a mí me gusta la puesta del sol, no me hace nada, no me hace ni rico, ni pobre, ni moral, ni me va ni me viene pero me tiene embelesado ver esa puesta del sol, esa rosa, y como a mí no me tiene preso por ninguna razón, eh, yo imagino que otra persona puede tener una respuesta tan libre y tan intensa a la misma cosa, y ahí tengo la oportunidad de hablar con otra persona sin interés, entonces es muy posible que yo sienta esa alegría en la puesta del sol por razones que tengan que ver con un.. Una memoria sentimental o algo que aprendí de la filosofía, de la teoría de la luz, algo puede interferir ahí, y me puedo auto examinar una vez más otra vez ¿No? Para llegar a la seguridad de que realmente esa experiencia visceral que tuve no tiene nada que ver con nada práctico ni moral, ni intelectual, por eso no importa la estética. Esta un patio vacío donde nos podemos reconocer como seres humanos. No sé si eso responde a tu pregunta ¿Ok?

Y la otra pregunta, es un problema. O sea, si Rigoberta miente o no miente, hay una diferencia ahí. Lo que yo quiero defender es su papel como escritora, como estratega, porque a ella también la consideran una informante nativa, eso es ningunearla. Si ella me manipula y me pone en ese estado de ánimo, en esa posición política, es mejor decir: “Wow, mira lo que tú lograste hacer” (risas). “Mira lo que tú lograste hacer, tu lograste decirme que no viniera a tu lado, sino que mandara dinero a los hospitales guatemaltecos porque había gente herida…” ¿Me entiendes? Es súper aguda la mujer y yo sé que me está manipulando. Si yo leo cualquier buen escritor, lo leo porque me está manipulado ¿Por qué no darle el crédito a una indígena, mujer, chiquita, redondita? ¡Es una estratega! Que me ha mentido, eso es un hecho… ¿Quién no miente? Friedrich Schiller hizo no una autobiografía sino cuatro, y todas las cuatro son distintas ¿Vamos a decir que Friedrich Schiller no sabía de lo que hablaba? Y mi ejemplo, o sea yo escribí dos páginas sobre ese debate y el título hubiese bastando también, el título era: “Bartolomé de las Casas era un mentiroso” ¿Eso le sorprende a alguien? Pero si no fuera por él no sabríamos nada de la devastación, si murieron diez mil o un millón, ese es un problema de dato, pero nos caló el informe e hizo algo políticamente Las Casas.

Ángel, veo que me tienes que controlar a mí también ¿no?

Ángel Zambrano: (risas) ¡Sí va, Doris! La próxima vez te hago también el ruidito, por ahí viene Francisco y la lleva Lilian y luego Renata.

Francisco: ¿Me escuchan? Qué chévere escucharte Doris, de verdad que nos hace pensar un montón. Mi pregunta o comentario tal vez puede que no sea tan abstracto, eh… Me pareció muy interesante la iniciativa de pretextos, de verdad me interpeló mucho toda esa movida cuando empiezan a vincularse con la gente, toda esa inspiración que tomas de las cartoneras ¿No? Y en este momento tal vez nos mueve la angustia de, bueno por lo menos a mí, de no estar en terreno, de no estar en campo entrevistando o acompañando a la gente en las comunidades, y me gustaría tal vez escucharte, eh… ¿Sobre qué experiencias tienen en pretextos de distanciamiento? ¿Cómo lo han atacado? ¿Qué se ha jugado allí para poder seguir vinculándose con la gente y entre ustedes?

Doris Sommer: Muy bien, muchas gracias por la pregunta porque realmente mi pasión es esa ahora, Pretextos, porque  una cosa es reconocer problemas y convertirlos en desafíos… Y otra cosa es hacer algo, como ustedes están haciendo algo, lo que yo hago es Pretextos porque estoy convencida, junto con muchas personas, que la lecto-escritura es básica para el desarrollo político, económico, socio-emocional, de todo ¿No? Y la gente no lee, ya no lee, por eso la cartonera me parece una iniciativa tan bella también. Eh, y lo que hacemos ahora, y Verónica lo sabe, los invito a todos a mirar… No sé si, sí, miren, voy a compartir, con el permiso de ustedes, voy a compartir, ehm, la página de Pretextos. Es en inglés, Pretext.org ¿Ok? Entonces aquí está el concepto, con lecto-escritura… Lecto-escritura es un arte, no es una ciencia, uno tiene muchas interpretaciones, uno se inventa muchas interpretaciones y en Pretextos inventamos obras de arte con esas interpretaciones, entonces las interpretaciones ya son arte, hacemos más arte y la variedad de interpretaciones nos parece bonita, no es un obstáculo la variedad, es una riqueza. Y cuando reconocemos el placer de las diferencias y la necesidad de comunicarnos, el arte y las lecturas son para comunicarnos, eso es el pilar de la ciudadanía, pero todo ese engranaje es Pretextos y como decimos, que Pretextos es acupuntura terapéutica, con una indicación: “Haz arte de este texto y dime qué hiciste”, activamos todos, lo cognitivo, lo socioemocional, lo político, todo, todo, con una consigna.

En los Estados Unidos ahora está muy popular empatizar la importancia de la educación socio-emocional, como si lo cognitivo fuera nocivo, inhumano, una opresión… Y todos sabemos que sin lecto-escritura no hay vida. En Estado Unidos, los niños varones minoritarios que no sepan leer a los 8 años, o sea, en tercer grado, terminan en la cárcel. Las niñas embarazadas a los 11 o 12 años. Seguramente, en Venezuela pasan cosas parecidas, el que no sepa leer termina mal. Entonces, (mostrando la página web) eso lo decimos aquí en el “Why?”, aquí en “How?” pueden ver algo del protocolo, este… Quiero que vean lo que son los recursos para pretextos a ver si salen.. Ok, recursos, “resources”, ehm… Basura limpia, material reciclado (así como cualquier cartonera, o sea, que usa materiales reciclados), un texto complejo que a nadie le interesa algo que parece difícil, aburrido. A veces le preguntamos a los niños: “¿Qué es lo que más odias?” y allí jugamos con ese libro, lo hacemos trizas y así terminan dominándolo, y finalmente las formas de arte que más le gustan a los niños, a la gente con la que trabajamos.

Pretextos es una educación muy rigurosa, a muy buen nivel, con los materiales que haya, entonces, eh, no sé si… Francisco, perdóname, pero no recuerdo ni la pregunta, solo me entusiasmó tu acompañamiento con pretextos. Dime otra vez la pregunta.

Francisco: No, eh, tal vez era que… Nos compartieras algunas experiencias y aprendizajes de Pretextos en esta situación.

Doris Sommer: Claro, claro, en línea… A mí me ha sorprendido la iniciativa de Tanata Rodríguez en Argentina, porque se inventó un Pretextos digital súper sencillo. Si no hay zoom, porque con profesionales a veces es difícil por el internet, hacemos Pretextos en Whatsapp. Alguien graba la lectura en voz alta, pasa la grabación entre todos y mientras escuchamos el texto hacemos nuestro dibujo como portada de un libro. Después, vemos el texto para sacarle una pregunta al texto, circulamos todas esas preguntas al texto. Y después de hacerle preguntas al texto cada uno en la lista de Whastapp adopta una pregunta de un compañero o una compañera y especula, no sabemos las respuestas pero esto es un ejercicio de imaginación y de redacción, especulamos. Y después, vamos por las ramas, y eso es muy fácil en Whatsapp, uno pone una cita de un texto que le gusta, es un vehículo que actúa como el texto y se multiplican las ramas, no sé si ustedes han tenido la misma experiencia que yo o que mucha gente, donde los maestros en primaria nos han dicho siempre, hasta en secundaria, “No se vayan por las ramas” ¿No? Y sólo después nos damos cuenta que eso se llama investigación; entonces yo digo de manera de manera poco común pero obvia: “Váyanse por las ramas” y cada uno, los niños pequeños y los estudiantes de doctorado, todos tienen que traer algo al árbol que tenga que ver con el texto tronco, allí descubrimos intereses, cosas maravillosas, todo el mundo tiene que ver mucho más pero lee lo que le gusta y después nos instruimos todos, nos inspiramos todos con los aportes de todos. Todo eso se puede hacer, Francisco, en línea.

Yo era muy escéptica, yo soy muy de presencial, de abrazo, de guiños, de cosas, pero se puede hacer muy bien en línea y ahm… Y si entran en la página verán en noticias y eventos hay una página de calendario, en noticias y eventos hay una página que dice “Digital” entra allí y verás talleres en México, en Argentina, la India, en, ahm… No sé dónde más, en Paraguay obviamente lo acabamos de hacer en Paraguay. Eso fue súper interesante porque los intelectuales paraguayos tomaron mucho tiempo para soltarse, para recordar que uno invita a prójimo, para hacer cada uno su obra de arte, su receta de cocina, su poema, ehm, en… En las primeras dos actividades facilitadas por participantes, el facilitador vino con un poema y todos los demás decidieron comentar y agregar algo al poema en lugar de hacer su propio poema y le explicaron, más de uno, que el peso de la dictadura que duró tanto en Paraguay ha creado una cultura, eh, una dictadura cultural. Fue interesante, pero a lo largo de las 15 horas se iban soltando y hay un seguimiento donde se deben juntar semanalmente durante un par de meses para dar cuenta y retroalimentarse, pero yo espero que cale.

La libertad no es fácil. Emmanuel Levinas, uno de mis filósofos favoritos, tiene un libro también con título redundante, se llama: “Libertad difícil”, la libertad es difícil.

Doris Sommer: Muchas gracias, Doris. Eh, por ahí viene Liliana, Renato y John la llevan.

Liliana: Hola, bueno, la verdad tengo muchas preguntas, pero voy a tratar de resumir en tres cuestiones fundamentales. Una de ellas es que la verdad, pensaba mucho, eh, bueno en un cita: “Nada ha cambiado, y sin embargo todo existe de otra manera”, pensando en el hoy y cómo las cosas que se ponen, las experiencia, etcétera, como verlas a la luz de las dinámicas de hoy no solo por la pandemia, sino porque las condiciones para llevar el día a día han cambiado de forma radical. No creo que sea solo por una crisis sanitaria, sino porque esa crisis sanitaria es el síntoma de algo político que está pasando… Entonces ¿Cómo verlo ahora, no? ¿Cómo ser agente cultural hoy en día? ¿Cómo abordar al mundo hoy en día cuando está todo tan evidente? La crisis se ha hecho tan evidente, nos ha dejado en un estado de shock profundo también, o sea, estamos como todavía entendiendo… O sea, se han develado cosas con la crisis sanitaria, que se develan cosas de lo político muy fuertes. Todos estamos como en un estado real de “Wow, ¿Qué es lo que está pasando?” ¿No? Eh, entonces bueno, pensaba mucho: ¿Ahora cómo poder ver la ciudad? ¿Cómo involucrar a la gente en el activismo ciudadano?

Lo otro que te preguntaba también era, por ejemplo, eh, como yo trabajo con contextos que, digamos, bueno, rurales, mujeres indígenas, con otras subjetividades menos urbanizadas, pensaba pues: ¿Cómo realizar esos puentes? Porque muchas de las formas están pensadas para la transformación de la ciudad, pero ¿Cómo pensar, por ejemplo, el hacer el puente que se necesita para una ciudad diferente, que tenga una relación con la naturaleza diferente? Pero tomando en cuenta esas dinámicas de los espacios no igualizados, no sé si me explico, por ejemplo en estos espacios la fiesta es algo natural, las expresiones artísticas, las comidas son un momento de placer enorme en comunidades, etcétera. Entonces ¿Cómo esa redes de comunización, de lo que es la comunidad, podemos más bien traerlas para re-comunizar las ciudades, hacer comunidades en las ciudades, no? Eh, y creo que ese es un reto de los activistas en, eh, todo, como recomunizamos, construimos de nuevo comunidades pensando en esas estrategias que ya actores que viven en comunidades han implementado desde el placer y desde sus artes.

Una tercera que también me generaba y, sobretodo, porque nosotros hemos pasado un proceso muy intenso de relacionamiento con el Estado, de actores que antes, digamos, no tenían un vínculo muy directo con el Estado llegaron, o sea, hubo un puente muy fuerte que se construyó, para bien o para mal, digamos, las lecturas pueden ser diversas pero digamos que también esa entrada, ese constante  entrar al aparato del estado, influyó en el arte y en las políticas culturales, en la desinstitucionalización, en todos estos procesos que en este momento existen en términos del aparato de Estado. Aunado a todo esto, bueno, en este momento estamos sin estructura, por así decirlo, para poder canalizar políticas públicas en términos de prosperidad cultural, es una precarización absoluta entonces también creo que es un reto, pero bueno, no son tanto preguntas si no reflexiones. Dejo eso aquí para dialogar con todos, con Doris.

Ángel Zambrano: ¡Claro! Se vale, se vale. Carlos Javier, si puedes mutear tu micrófono, por favor. Y bueno, gracias Doris, se vale todo eso, son preguntas, comentarios, reflexiones con Doris, todo. Eh… Lancen. No sé si Doris quería comentar algo después de Lili, o si va Renato después de Lili, no sé.

Doris Sommer: Quiero decir que Liliana ha puesto uno de los desafíos importantes sobre la mesa y son temas que más les atañen a ustedes ¿No? O sea, yo puedo hablar en términos históricos pero ustedes conocen el entorno, se conocen los unos a los otros y ah, yo sé que tienen la visión y las oportunidades para consultarse entre sí, yo aquí obviamente escucho. Sí, Ángel, sigamos.

Ángel Zambrano: ¡Claro, Doris! Aquí viene Renato y la lleva Jon.

Renato: Gracias, Ángel. Bueno, Doris, hace un rato hablabas de la creatividad y le decías a Verónica que estas conversaciones se reducen en alguna medida a la creatividad. Eso me puso a pensar varias cosas porque creo que la idea de la creatividad sí puede ser muy sugerente, en efecto, pero también puede ser un poco problemática dependiendo de dígamos, el enfoque. Entonces pensé que como… No quiero reducirlo así, pero creo que hay dos grandes formas en que cada uno entiende la creatividad, o sea, está este asunto así del artista genio ¿No? Individual, que se le ocurren unas cosas que a nadie más ¿No? Y también creo que está, por otra parte y más parecido a lo que tu propones en tu trabajo ¿no? En tu libro, una creatividad que es más como colectiva ¿Sabes? Colaborativa, que tiene que ver un poco con los que estamos haciendo aquí. Intercambiar ideas, plantearnos como pensamientos y creo que hacer esa distinción es fundamental, o sea, pienso yo ahora, pensando en Mockus hacer esa distinción sería como precisamente diferenciar la creatividad en el trabajo de lo que hizo Antanas Mockus, que del cómo se entiende, por ejemplo, la creatividad en este asunto como de la economía naranja ¿No? Por pensar en otro político colombiano, de Iván Duque, ambos piensan un poco en la creatividad pero creo que la piensan para fines totalmente distintos ¿No? Uno la asume como un asunto de transformación social y cultural, por una parte, en la otra  parte parece estar reducida a fines económicos. Seguramente hay más cosas implícitas allí pero parece al principio un asunto ligado al desarrollo ¿no? Yo no sé, pensaba como en eso y me acordaba en un parte de tu libro que me gustó mucho, es en la que hablas del “Grassroots” y que una de las cosas que justamente hizo tan significativo su trabajo fue paradójicamente que no tenían a la cabeza un líder carismático ¿Sabes? Y la idea como de creatividad estaba como diluida en el tejido y en la colaboración, y no era tanto como un gran artista, una gran cosa… Entonces, no sé, pensaba como en eso de la creatividad y de sentirme en varias versiones, digamos, y como uno podría sentirlas. No sé si tienes algo que decir al respecto.

Doris Sommer: Sí, sí, y aquí estamos en un grupo también de muchas personas y todos ocupan la misma cantidad de espacio, por eso como dije al principio me gusta esa dinámica de zoom. Un paralelo a ese tipo de organización horizontal, de Grassroots, es “Black Lives Matter”, eso se inició por un grupo de mujeres que no querían volver a instalar un liderazgo como el carismático de Marthin Luther King. Aunque todo el mundo venera a Marthin Luther King, él era un hombre, una voz, que todo el mundo veneraba, y Black Lives Matter a propósito, decidió lanzarse como equipo horizontal y ahora, dime tú si conoces el nombre de un líder de Black Lives Matters… Pero es un movimiento fuerte ¿sí? Entonces tienes mucha razon, a esos modelos y por eso defiendo la novedad, esto de Schull, casi todos somos artistas, uno que deja de celebrar para callar a los demás… Nada, estoy de acuerdo contigo.

Ángel Zambrano: John, adelante.

John: Doris, yo me quedé pensando en algunas de las palabras que dijiste durante tus primeras intervenciones que eran sobre el ser maestro. Y también acompañando lo que dijo Verónica tocando el libro del “Artista ciudadano”, y de que un poco su función es desafiar, y como que no podemos dejar pasar eso, que el tema de esa figura es desafiar. A mi me queda la inquietud de cómo ser maestro y pienso en el contexto de trabajo, que obviamente no es exclusivo de Venezuela, pero es un contexto muy duro donde se va a trabajar o se trabaja con estas personas que tienen muertes encima, con toda la experiencia y sucesos que están ocurriendo, o que vienen ocurriendo, y que quizás un poco el trabajo ha sido registrar, esquematizar, enlistar esto, hacer memoria y luego esto va a pasar a eso que tu mencionaste, como a esta figura, como el maestro o todos ellos como maestros o artistas ciudadanos, va a pasar a jugar que es lo que pudiera pensarse cuando se va a trabajar con el arte. Ya lo que me inquieta, o sea, lo que yo siento es que en este escenario, es un escenario al que le corresponde este registro, es prioritario, y que tiene una… No sé, por ponerle una palabra, solidaridad, de alguna forma, y que el jugar que obviamente no se refiere a divertirse con esa experiencia, es un manipular, es un intervenir algo ¿Si? Yo siento que cuando pasamos a ese intervenir el artista o el que hace el arte ahí le puede costar deslastrarse de esa solidaridad o de aleccionar, de que el arte también terminen siendo aleccionador y que no pueda jugar con ese tipo de materiales. Quizás no me explico bien, pero recuerdo mucho algunos trabajos que hicimos con niños, pero me los imagino también…  Pasaba un particularidad con los niños pero me los imagino también con otras comunidades, en donde terminábamos trabajando por hacer metralletas de cartón con materiales reciclables, tanques de guerra porque además estábamos en unas protestas importantes en la ciudad o leyendo cuentos que traían el cuento de la violencia, otros temas difíciles como la muerte, y empezábamos a jugar con eso, a crear objetos y eso generaba mucha inquietud alrededor y también dudas a nosotros lo que estábamos operando esa actividad ¿No? Parecía un poco al estilo de lo que tú comentas con Pretextos ¿No? Entonces quienes se asustaban alrededor, compañeros de la comunidad, otros profesionales, les parecía que ese juego con el arte debía pasar a ser un arte o una actividad más aleccionadora, que no los incitara, que no les permitiera jugar con ese material. No sé si me explico ¿No? porque ese juego los iba a conectar o identificar o llevar a eso, si juegas con la violencia o muerte, entonces eres violencia o muerte ¿No? Nosotros no sentíamos que eso era lo que estaba ocurriendo, sin embargo, es un escenario de mucha tensión y de muchas dudas, y es que no es fácil deslastrarse de eso ¿No? Entonces mi pregunta es, no sé si es una pregunta, es como tu reflexión en torno a eso y ¿Cómo ser maestro? ¿Cómo jugar con esto? Porque siento que esto va a aparecer, o bueno, a lo mejor aparece más en el escenario venezolano que yo viví, no sé en otros, pero sí aparecía y era muy frecuente que allí aparece la polarización, aparece de que hay unos buenos y unos malos, y si tu juegas con eso ¿Será que te estás identificando con los malos? ¿Estás vendiendo el discurso de los malos? Pasar eso, pasar del registro, la denuncia, la experiencia a jugar, que es lo que es el arte, a desafiarte, a que vas a manipular eso que  tiene otros matices, otros significados ¿Cómo se hace? Eso, por pensar.

Doris Sommer: ¿Y ustedes trabajan con un equipo de psicólogos o no?

John:Sí, en ese ejemplo en particular muchos de lo que estábamos allí trabajando.

Doris Sommer: ¿Psicólogos?

John: Éramos psicólogos o estudiantes de Psicología, básicamente.

Doris Sommer: Eh, otra vez, la situación supera mi posibilidad de responder. Lo que sí voy a decir, ehm, viene de otras experiencias. Yo no… Ahora estamos empezando a  ver lo que es un país militarizado, la policía aquí se está convirtiendo en eso, pero no quiero hacer una comparación de lo que hay en Venezuela, lo que sí hemos visto mucho es que en Ciudades como Boston y New York son niños traumatizados por la migración, el racismo, por el cambio de país, por distintos traumas ¿No? Y lo que nos ha funcionado, más que invitar a los niños a hablar de sus sentimientos o sus experiencias, es un texto que tienen que leer que no tiene nada que ver, ahí funciona ese espacio vacío, ese patio relacionado a la estética donde cada uno le da el color que le parece, entonces… Si leemos un cuento de Juan Rulfo, un niño con cierta experiencia lo va a interpretar con un dibujo de una manera, otro de otra manera, pero no es nada predecible. Hemos visto que cuando los maestros invitan de manera muy sensible y muy natural a los niños a hablar de sus sentimientos y su experiencia, eso es más peligroso que darles una obra de arte con que jugar… No sé si eso entra un poco en la conversación contigo, Jonh.

John: Sí, bueno, lo que puedo decirte es que hicimos eso, que utilizamos como un material que dejaba un espacio en blanco, y que es verdad que nosotros en cierto momento cuando olfateábamos que ese era el tema que estaba saliendo, evitábamos también hablar de eso porque le veíamos sentido, porque era el jugar, el desafiar, también algo de hablar las conversaciones difíciles que quizás estaban ahí, pero si utilizábamos un material que necesariamente tenía algo que ver con el contexto inmediato.

Doirs Sommer: cuando dices material…

John: un cuento, un cuento de un niño que estaba en su casa y le llegaba un pingüino pues, equis. O estábamos armando una cartuchera con material de  reciclaje, con botellas, cremalleras, entonces estábamos armando y de ahí sale la idea de hacer otro objeto en la conversación libre con los niños que se estaba haciendo en colectivo, sí, sí surge y creo que sí consideramos el espacio en blanco y sí, creo que eso es un poco lo que te… Lo de volverlo a pensar pues, si esa maniobra y lo que ocurre con esa maniobra y esos contenidos es lo que siempre, bueno, creo que hay que irla pensando.

Doris Sommer: Sí.

John: Muchas gracias.

Doris Sommer: Sí, este… Te admiro mucho, a ti y a todos, sí.

Ángel Zambrano: Por ahí Neidalida en el chat decía que esto que se está planteando sobre el artista y su papel le recuerda a lo que dijo Gianni Rodari en “El arte en la escuela” y abre comillas: “No para que todos sean artistas, sino para que nadie sea esclavo”. Luego, Carlos Javier lanzó una flor y dice que conocer pretextos para él ha sido fascinante porque hasta ahora no conocía una metodología que verdaderamente expresara el pensamiento complejo, donde puede haber un diálogo cercano entre vida cotidiana, arte y ciencia, ehm, eso por el chat, Doris. Y por ahí llevaba… No sé si quieres comentar algo sobre eso, pero la lleva Eduardo.

Doris Sommer: ¿Carlos ha participado en un taller de pretextos? ¿Carlos? ¿O solo…?

Carlos Javier: No, he visto los vídeos.

Doris Sommer: ¡Ah, los vídeos!

Carlos Javier: Los videos de las experiencias y me parece fascinante, de verdad fascinante, porque se pueden vincular las tres cosas. Generalmente uno ve, sobretodo de las ciencias, que es una cosa como muy árida para los chamos, para los jóvenes o para la gente que no está vinculado a la vida científica, de repente traer un concepto duro de neurociencia, por ejemplo, sobre el cerebro y cómo el cerebro es el soporte donde te puede enamorar, sentir, vivir, aprender. Entonces cuando vi los vídeos en Youtube de tu trabajo, me pareció súper bello y además lo vinculé con los trabajos de Morán de pensamiento complejo, que él justamente aboga y promueve la posibilidad de que haya un entre distintas ciencias y que no hay una categoría de ciencias duras ni suaves, sino que hay la posibilidad de que haya un nexo orgánico entre ellos. Ver ese método me entusiasma mucho, claro, quiero verlo como a detalle, pero me parece fascinante acercarme a eso.

Doris Sommer: Súper. Miren y estén atentos en la página web de pretextos, porque de vez en cuando ofrecemos talleres de capacitación donde uno puede inscribirse en línea, no importa dónde esté uno. Muchas gracias, Carlos.

Carlos Javier: Buenísimo, Doris. No, gracias a ti.

Ángel Zambrano: Gracias, Doris. Bueno, ahora viene Edu, y la llevan también Alejandro y Malu. Edu, te escuchamos.

Eduardo: ¿Se oye bien? ¿Se oye?

Doris Sommer: Se oye apenas.

Eduardo: ¿Apenas? Déjame quitar el micrófono… ¿Así me oyen? Bueno, los audífonos a veces hacen de las suyas. Bueno, primero que nada es un halago, Doris, escucharte y escucharlos a todos, el dilema de todos los ejercicios, iniciativas y aspectos en los cuales estamos inmersos ¿No? Y precisamente escuchando a mí me surgió una inquietud, una pregunta, un dilema ¿No? Para compartir y quisiera saber si de pronto nos puedas dar algún asomo, una referencia, una experiencia, algo… No sé, yo a veces me siento cercano a ese Angelus Novus de Benjamín, de Paul Klee, ese ángel que tiene las alas atrapadas en la tormenta y lo que ve apilarse ¿No? La cantidad de víctimas, de sufrimiento y demás ¿No? Y tenemos mucho tiempo en un país en colapso, que además tiende una y otra vez a la polarización, y en esos movimientos a generar grandes oleadas ¿No? Grandes olas que van hacia un lado o hacia el otro y mi gran inquietud también es, bueno, uno siente una urgencia porque existan muchas de estas pequeñas experiencias, cada una en sus escalas, y puedan de alguna manera fluir, pero la tentación siempre presente a veces ¿No? Del campo de la política, porque también de no entender a veces el trabajo que uno está intentando hacer, a veces en esa pequeña escala, y entonces yo siento, me inquieta cómo preservar la agencia que uno puede tener para desarrollar y cultivar ese trabajo artístico, pedagógico, cívico, con el ritmo y el tiempo que le pertenece con esos interlocutores ¿No? Que son las personas con las cuales uno va haciendo comunidad, con la cual uno va creando como uno más y eso es una gran… Me inquieta mucho, bueno, porque uno sabe que posiblemente va a volver a entrar en otra ola, uno se encuentra inmerso en precisamente esas olas totalizantes ¿No? Y hay una fuerza instrumentalizadora que entonces elimina o emborrona esa finalidad sin fin ¿No? Que antítesis, nos llama y nos pone a ir tras una finalidad que fácilmente el poder secuestra o que nos adherimos a esa movida del poder sin preservar, entonces, ¿Cómo preservas? ¿Cómo cuidas ese pequeño patio?

Doris Sommer: Eso es algo de… Recuerdo que fue parte de Liliana también, de cómo no vender el alma. Mira, yo que soy muy limitada de experiencias, si pienso en las situaciones generales, son tan fuertes que me agobian y me paralizan, entonces termino prefiriendo la miopía. Yo soy miope, y lo que veo desde esta distancia corta es la educación, es lo único que veo, si logramos educar de otra manera ustedes a media docena, cada uno media docena de jóvenes, que saben que aprender, leer, conversar, es normal… Entonces, pueden ser libres. No sé cómo convertir eso en movimiento, ustedes sabrán, pero en el día a día, muchos de ustedes son maestros, y los que no sean maestros pues muchos son psicólogos que tienen en sus manos la formación de nuevas generaciones, si pueden instalar…  Por lo menos, esa ha sido mi salida ética. Yo no sé qué hacer en este país que es muy grande, muy poderoso y también se está desmoronando ¿Si? Entonces, lo único que sé hacer es librar a la gente de sus estructuras jerárquicas, dictatoriales, mentales. Es increíble cómo la gente se acostumbra y piensa que es normal seguir un líder, increíble, es increíble pensar en lo naturalizado que es el sexismo, les doy un ejemplo, o sea porque la jerarquía se siente de muchas maneras y las mujeres sabemos una más… Les doy un ejemplo, a nivel internacional, a nivel global, hay un pico en violencia doméstica casi incalculable, casi incalculable. Yo vi una cifra en Brasil y le dije a mi asistente: “Por favor, mira otra vez el número porque seguramente debe haber un punto ahí en 431% de aumento, seguramente es 43” y lo mira y consulta, y es así 431% de aumento en violencia doméstica y se sabe, a través de las redes sociales informales porque ya las mujeres no pueden salir a hacer denuncias. Ni en Brasil, ni en Paraguay, ni en México, ni en Francia, es mundial. Eso no le sorprende a nadie, con eso vivimos, ¿Verdad? En Sao Paulo anuncian diariamente que mujer ha sido asesinada por su pareja… Seguramente hay más de una, pero siempre  hay una. La sorpresa que me llevo es la siguiente: yo me imagino que los hombres atrapados en su casa se aburren más que las mujeres, las mujeres sabemos que hacer en la casa, siempre hay algo por hacer, veo que las compañeras sonríen, algunos compañeros también ¿Qué hace un hombre atrapado en su casa? ¿Ah? Si no es artista con su estudio en su casa… ¡Pues enloquece! Se aburre y con el aburrimiento uno puede ser o creativo o violento, no es estable, no es una situación estable y el aburrimiento, hemos averiguado, se ha estudiado en mucho espacios, yo sé que se estudiado mucho en las escuelas preparatorias en los Estados Unidos porque es una razón de la deserción,, pero se ha estudiado en escuelas, cárceles, ejércitos, en campamentos científicos y en todos esos casos el aburrimiento lleva a la violencia; los niños, los jóvenes aburridos en las escuelas secundarias preparatorias son los bullies. Díganme ustedes que si hay un estudio, uno singular, un algo, que se dedique al aburrimiento a 0… Nada.

No vemos la casa como un espacio de confinamiento que se siente como prisión para muchos hombres, o sea, a lo que voy es que a veces lo más íntimo, lo más obvio, donde mejor podemos intervenir es el entorno inmediato, y hay que aprovecharlo. Lo que hacemos ahora en agentes culturales es buscar interesantes maneras de enganchar a los hombres aburrido, y no sólo entretenerlo. Tenemos amigos futbolistas, yo sé gracias a Vicente que sería béisbol para ustedes, pero tenemos amigos futboleros que si van a la otra página web de agentes culturales verán que lanzan desafíos. Un futbolista ya jubilado, porque tiene 40 años, les enseña a los televidentes cómo mantener una bola en el aire pasándola de un pie a otro por un minuto entero y le dice a los televidentes: “Hagan eso y mándenme un vídeo” y han recibidos vídeos. Los hombres tardan mucho tiempo en refinar la técnica, y les mandan videos. Ahora, queremos multiplicar las actividades. Yo supe, gracias a este proyecto, que se llama Football Viral, que el Athletic Club en Bilbao tiene un club de lectura, tienen festivales de lectura, entonces la socia Tabata Rodríguez, va a poner un club de lectura de Football Viral, vamos a hacer concursos de novelas gráficas, eso toma mucho tiempo y la gente se apasiona con el tema. Hay los que nos dice: “¿Qué? ¿Ustedes van a dedicarle más tiempo y atención a los victimarios? ¿A los hombres? ¿Darles más placer en casa? ¿De qué se trata eso?” entonces, por ese lado tenemos ese problema de ver la casa como un lugar ameno, cuando puede ser un lugar peligroso y segundo, tenemos un estigma en contra del placer, especialmente cuando se dedica a los hombres ¿Y qué tal que fuera un remedio? Hay unas feministas tan molestas con los hombres que no quieren ni remedios, solo quieren deshacerse de los hombres (risas).

Entonces, tenemos muchos prejuicios, vuelvo a lo de Emmanuel, tienes razón, tenemos muchos prejuicios y hay que empezar curándonos de esos prejuicios internamente, pero vuelvo a apostar por la educación igual.

Ángel Zambrano: La llevan por ahí Alejandro, Malu y Ryan.

Alejandro: Bueno, la verdad no tenía propiamente una pregunta, solo un comentario de que también he estado muy inspirado como mis compañeros con la lectura del libro y quiero más bien contar que en Maracaibo, creo que somos dos personas de Maracaibo que estamos en este grupo y una, que es Neidalí, que ya participó pero no está exactamente ahorita en Maracaibo, pero contar la historia de una grata sorpresa, de conseguirme a Eloísa Cartonera en el libro porque en Maracaibo, en el Centro de Bellas Artes donde yo trabajé varios años llevando la programación cultural, trajimos a Eloísa Cartonera y por dos años seguidos hicimos un festival que se llamaba “La Feria del Libro Ensamblado” en la que aplicábamos la dinámica de Eloísa Cartonera para Maracaibo, para los invitados de Maracaibo, y la gente le entraba. Veo que es distinta a la de Pretextos porque quizás nosotros lo que hicimos era que la gente entraba a participar y, con los textos que ya tiene Eloísa Cartonera editados, impresos, la gente salía de allí con un libro. Aparte le fuimos agregando cosas, por ejemplo la gente no solo se llevaba un libro sino que hacía su serigrafía, su primera serigrafía que acompañaba al libro y era la portada del libro, no llegábamos a la parte en la que tomábamos el texto, tomábamos el contenido y creábamos. A partir de eso pero sin duda, no es mi meta que ese festival tenga solo dos ediciones, pero no se han hecho más por razones obvias, pues me anoto en la idea de llevar a la gente más bien a participar, a tomar el texto como la fuente de la actividad y no a tomar un libro, que parece que se queda corto, y ahora con esta idea de Pretextos agradezco y voy a seguir investigando, profundizando de la experiencia y cómo puedo mejorar para la tercera Feria del libro Ensamblado y llevar la experiencia de pretexto en la práctica. Nosotros trabajamos más que todo con adultos, pero creo que haría falta lograr que el año que viene,, en 2021, realmente tener esa experiencia y poder contarles que logramos tenerla, hacérselas llegar a todos aquí, incluso a ti Doris, para que sepan qué estamos haciendo en Maracaibo que pareciera ahorita una ciudad como golpeada y calurosa de Venezuela. Así que muchísimas gracias.

Doris Sommer: ¡Maravilloso! Maravilloso, Alejandro. Te cuento que nosotros también logramos trabajar con Eloísa Cartonera, fue invitada por Roberto Jacobí en un taller, tenía un taller que se llamaba “CIA” por Centro de Investigación Artística. Y me invitó y yo dije “What ¿Aquí en Buenos Aires? ¿Puedo hacer Pretextos en Buenos Aires? ¿Invito a Washington Cucurto? Y lo invité y se quedó el primer día nada más, lo único que le interesó fue hacer un libro y después se fue. O sea, el contenido para él era fácil de leer, él es un gran lector, no quería considerar que los niños de Buenos Aires no leen. Aunque él le da consejos a los jugadores de fútbol que pierden, les dice: “Si fuesen mejores lectores sabrían estrategias” (risas). Pero me encanta tu plan, Alejandro, este… Me cuentas cómo les va, maravilloso, gracias.

Ángel Zambrano: Malu, te escuchamos.

María: Hola, hola, Doris. Genial el encuentro con todos. Ehm, disculpen que llegué tarde, estaba en otra reunión que se alargó mucho. Bueno, yo soy artista y estoy agradecida de que los chicos me hayan invitado acá aunque para mí también sigue siendo un reto porque yo soy artista, formada en la academia de arte, que en momentos de estar como en tránsito del estudio en la academia pues me empezó un descontento por ese mundo del arte en el cual estaba entrando, en el cual me estaba formando porque bueno, todos sabemos que el mercado de los egos, de las seducciones y tales… Entonces, al salir de allí hice como una especie de migración del arte por el arte, al arte de denuncia podría ser, un arte con otras cosas, un arte que defiende, etc. Y la verdad es que los últimos años me he centrado es en eso, hubiese querido conocer tu libro, Doris, con mayor prontitud pero creo que las experiencias allí planteadas nos enseñan un montón, es como un referente también que puede servirnos mucho porque, bueno, a ver yo que trabajo desde el arte de manera individual y no pertenezco a ninguna organización, pues todo para mí tiene que partir de un pensamiento artístico hacia una solución artística porque ese es el espacio donde yo trabajo, donde yo opero. A pesar de que al principio tú decías que no todo debe analizarse desde el punto de vista estético, en mi caso siempre estoy como en esa contradicción pero termino concluyendo en que sí, todo tengo que verlo desde el punto de vista estético porque esa es el área en la que trabajo.

Entonces, siempre mi reto es cómo trabajar desde el arte estos fenómenos sociales sin sentir que nos estamos aprovechando de ellos, que es un poco la inquietud que todos compartimos acá en este momento y en otros espacios. Por ejemplo, en experiencias con sobrevivientes de violencias que he tenido la oportunidad de trabajar, un poco el tiempo siempre se me va, mucha reflexión y muchísima angustia, en encontrar la manera de comunicar esa experiencia de forma respetuosa, de forma que la persona esté consciente de lo que se está haciendo y que de alguna manera apruebe, aunque a veces hay que hacer concesiones porque estamos dialogando ¿No? Porque yo también soy una persona que está involucrándose allí y pues, que tiene una manera de ver las cosas, entonces, este… Es eso pues ¿cómo trabajar desde allí de la forma más respetuosa? Por ejemplo, viendo un poco la metodología Pretextos que tú presentabas, tengo claro que es una metodología pedagógica, yo empecé dando clases en la universidad aunque ya hace 6 años que me fui porque aquí en Venezuela ser profesor universitario es como (risas) someterse a la esclavitud y no pude seguir dando clases en la universidad, entonces terminé enfocándome en mis proyectos artístico y en algunos espacios de enseñanza más informal como talleres libres, pero considero que el reto cuando trabajas con comunidades de riesgo, por ejemplo, el año pasado estuve dos meses en Colombia trabajando con grupos de la migración venezolana que están transitando el territorio colombiano, y sentía que el reto era cómo trabajar con personas que no saben leer y escribir. En ese momento me encontré personas, hombres de 23-24 años, que venían de Venezuela a Colombia, que hacíamos algunos ejercicios y ellos me decían: “Mira, en verdad, no puedo hacer tal cosa porque no sé escribir” o cómo trabajar con niños, cómo trabajar con grupos diversos, también me ha tocado, por ejemplo, trabajar al mismo tiempo con adultos y niños y hay que buscar una metodología que de alguna manera les sirva a los dos, cómo trabajar cuando tienes poco tiempo para estar con esa gente, por ejemplo, de pronto estas personas están en un lugar donde se están dedicando a otra cosa y tú tienes poco tiempo para abordarlos y desarrollar una actividad que genere un cambio mínimo que permita dejar algo en el tiempo, ¿Cómo elaborar metodología? Por supuesto, la lecto-escritura es fundamental, pero ¿Cómo hacer en casos donde ni siquiera es una opción? No es una pregunta para ti, simplemente son reflexiones que se pueden hacer y que aparecen, es buenísimo que podamos estar contigo y que lo podamos conversar contigo pero es que es una pregunta que podríamos verla desde la experiencia también.

Doris Sommer: Sí, sí, Malu, me gustaría comentar algo. Eh, lo que tú describes de tu perfil profesional ahora me recuerda a lo que formula de manera muy clara también Alfredo Jaar, cuando da conferencias dice: “Yo tengo tres partes de mi perfil profesional. Soy artista, hago obras para coleccionistas, museos, lo que me compren; soy intervencionista cultural, a veces me encargan un proyecto para resolver un problema en tal ciudad, no voy a dejar un proyecto de arte, pero voy a crear una solución que ellos no ven. Y en tercer lugar, soy maestro de arte” entonces, con esas divisiones no entra en conflicto consigo mismo, trata de controlar el tiempo y los recursos porque cada uno ocupa un lugar y no otro, o sea, quería decir que eso es quizás normal y… Noble, en un artista profesional, ver que tiene otras tareas. Un teórico que me gusta mucho al respecto es Luis Camnitzer, él dice que el artista latinoamericano es necesariamente conceptualista, necesariamente, eso se traduce en los tres papeles que tiene: es poeta, porque hace cosas nuevas; es político, porque interviene con su arte y es profesor, porque enseña a hacer, pensar, mirar de otra manera. Entonces sin conocerse quizás, Jaar y Camnitzer,  también articulan lo que acabas de compartir con nosotros.

Ahora, nosotros hemos trabajado y seguimos trabajando con mucha gente que no sabe leer, pero ¿Qué hacemos en pretextos? Sabemos que alguna gente no sabe leer pero casi todos no quieren leer ¿Cuántos jóvenes conocen ustedes a quienes les gusta leer? ¿Cuántos adultos conocen que siguen leyendo mucho? ¿Me entiendes? Estamos en una crisis de lecto escritura, sabiendo muy bien que todo depende de la lecto-escritura. Historiadores y sociólogos, díganme si hay un estudio de desarrollo que no tenga la lecto-escritura como indicador… Ok, entonces, ¿Cómo empezamos? Pues empezamos con otra práctica muy bonita, tenemos los fanáticos de la Cartonera, hay otra práctica popular latinoamericana y es bellísima, es el lector de la tabaquera. No sé si en Venezuela se produce tabaco.

María: Sí, sí se produce Tabaco.

Doris Sommer: Ok, y los trabajadores, los torcedores del trabajo, no encargaban a una persona con una voz no muy bonita, a leerles mientras torcían el tabaco. El lector de la tabacalera es una tradición preciosa y la podemos no solo rescatar, sino difundir, multiplicar, es muy bonito. Y cuando la gente lo hace bien, se convierte en cuentacuentos, pero eso es una linda tradición ¿A quién no le gusta escuchar leer? Incluso si no saben leer, por eso lo que hacemos en Pretextos es invitar a alguien en el grupo a leer el texto que tenemos ¿A quién le gusta leer en voz alta? Dos o tres personas se apuntan y decimos que lo que ustedes decidan, decidan el que quiera leer, las que quiera leer, se prepara para no encontrar palabras que le sorprendan mientras nosotros nos preparamos a hacer la cartonera, en vez de hacer tabacos en la mesa, hacemos libros y después de escuchar el texto, todos le hacemos una pregunta: “¿Por qué dijo tal cosa esa persona? ¿Y el principito si tiene un planeta, dónde está su mamá?”. Cada uno hace su pregunta ¿No? Cada uno hace su… Y todas las preguntas son distintas, algunas convergen, pero todas son distintas y allí nos damos cuenta que nosotros somos capaces de sacarle una pregunta, una o dos, pero hay treinta. Y ya nos interesamos no solamente en el texto sino en el grupo.

Y si, digamos, estás con un grupo que no sabe leer pero hay dos personas allí que sepan leer, pues una actividad puede ser… Esto lo hicimos con una pintora, ella preparó chalecos de dos lados ¿No? De papel con una letra muy grande de un lado y otra letra muy grande de otro lado, y después les decía: “Miren, vamos a hacer coreografías para escribir dos palabras de este textos” y los niños tienen que organizarse para hacer una palabra con esas letras, y después voltearse y hacer otra palabras; las coreografías son chistosísimas, dura mucho tiempo, los niños no tienen tiempo para pelearse y aprenden a leer con bailes, con chistes, con errores y aprenden a leer. Cuando nosotros recibimos un grupo que no sabe leer, nos atañe buscar una solución creativa para romper el hielo, la persona que no sepa leer además se aburre y si es varón es malo para las mujeres (risas).

María: Así es, Doris. Gracias.

Doris Sommer: O sea ¡Eres artista! Saca algo de la manga, vendrá, date permiso para inventar cosas en la lecto-escritura así como en otros desafíos.

Maria: Sí, un poco lo que hemos hecho también es dibujar, dialogar, conversar, sobre todo a los hombres les da mucha pena reconocer que no saben escribir. A veces no es que no sepan, sino que lo hacen muy mal pero al final lo saben hacer, sí.

Por ahí quizás también quería que contaras un poco de ahí, porque yo nunca he tomado la lecto-escritura, la lectura como eje central de trabajo, quizás me nace más como el dibujo porque es algo más libre, quizás.

Doris Sommer: Para ti, pero una cosa que hacemos en pretextos es que la facilitadora empieza… “Ahora vamos a dibujar, les enseño dos o tres conceptos”, siempre empezamos con la cartonera dibujando pero después la facilitadora le dice al grupo: “¿Y ahora qué quieren hacer con el texto? Ustedes decidan, quieren bailarlo, cantarlo, hacer adivinanzas ¿Qué quieren?”. El niño que quiere bailarlo nos da una propuesta y nosotros trabajamos la propuesta hasta que nos guste. Y ese es el momento de co-construcción, es el momento más fuerte, un momento que no había existido antes de la conversación. Parece cosa tan sencilla pero es súper política, uno viene con una propuesta a que todo el mundo haga preguntas o cuestionamientos y después puede que quizás a ti no te guste bailar el texto, pero a un niño sí y al otro también, y tú te pones en el baile para hacer el oso, como dicen el Colombia, lo primero que hace falta en Pretexto es perder la dignidad, porque eso sí es un obstáculo. Y tú dibujas mejor que ellos pero ellos bailan mejor que tú. El texto tiene otra entrada más, otra hebra se sacó, y ahora ¿qué hacemos?

María: Ahí vemos. ¡Gracias, Doris!

Doris Sommer: Gracias a ti, Malu.

Nosotras tenemos que luchar: la historia de las mujeres y la tregua de Catuche

Nosotras tenemos que luchar: la historia de las mujeres y la tregua de Catuche se trata de un cómic que está basado en la experiencia de diálogo y reconciliación, ocurrida en el año 2007, en esta comunidad.

Tiene como precedentes una investigación publicada en el libro Violencia Armada y Acuerdos de Convivencia en una comunidad caraqueña: una larga marcha por la paz, publicado por la editorial Equinoccio en el  año 2015; también en Acuerdos Comunitarios de Convivencia. Pistas para la Acción, de Verónica Zubillaga, Manuel Llorens y John Souto, en el 2013. Este último de la mano de Amnistía Internacional. Este producto está enmarcado dentro de nuestras líneas de investigación, y contó con la colaboración de las Comisiones de Convivencia de Catuche, Doris Barreto —Coordinadora del Centro Comunitario Fe y Alegría de la comunidad en cuestión— y el Padre José Virtuoso, Rector de la Universidad Católica Andrés Bello. Con el cómic —ilustrado por el escritor e ilustrador Lucas García, y guionizado por él y nuestros investigadores Verónica Zubillaga, Manuel Llorens y Francisco Sánchez— desde la red decidimos explorar y validar nuevos formatos que trabajen temas pertinentes como la formación de acuerdos y la importancia de lo micropolítico en la construcción de la paz.

Descargar cómic en Version .PDF aquí