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Presentación del libro La muerte nuestra de cada día

El pasado mes de febrero se llevó a cabo, de manera online, la presentación de nuestro libro La muerte nuestra de cada día, de la mano de la Editorial de la Universidad del Rosario.

Se trata una reedición de Dicen que están matando gente en Venezuela, presentado en el 2020 bajo el sello de Editorial Dahbar. 

La muerte nuestra de cada día, contiene dos capítulos adicionales con autores de lujo:  Roberto Briceño León y Luis Gerardo Gabaldón.  Nuestros investigadores Keymer Ávila, Rebecca Hanson, Manuel Llorens, Francisco Sánchez, Chelina Sepúlveda, John Souto y  Verónica Zubillaga, conservan sus capítulos relacionados con la violencia armada y las políticas de seguridad ciudadana en el país.

El libro reúne a un equipo de investigadores que han venido estudiando, muy de cerca, la violencia armada en el país desde hace años. En sus páginas se intenta ofrecer una mirada amplia y diversa que recorre desde las secuelas íntimas en la vida concreta de los implicados, los impactos de la exacerbada militarización en el país, hasta los retos cuantitativos de medir la violencia, pasando por sus efectos en la convivencia.

El encuentro virtual estuvo hilado por los pertinentes comentarios de los profesores Arlene Tickner, Michael Reed-Hurtado. Ambos en compañía de nuestros investigadores y también editores académicos del libro Verónica Zubillaga, Manuel Llorens y Francisco Sánchez.

A continuación el link del registro de la presentación.

Presentación La muerte nuestra de cada día

Las víctimas invisibles de la violencia armada: una mirada sobre los lesionados por balas en Caracas

Para existir frente al Estado es necesario ser “contado”, es decir, la existencia de estadísticas que den pie a la acción y control desde lo político y lo público, para así construir cualquier situación en una problemática social que debe ser mirada y atendida.

Como lo he reiterado en numerosas veces, en Venezuela, el acceso a estadísticas exhaustivas, confiables, transparentes y detalladas sobre cualquier tema vinculado a la violencia es complicado, por no decir inexistente.

Esta situación no es distinta para el caso de las personas que son lesionadas por balas en el país; no existen estadísticas oficiales que evidencien el número, contexto y situación de los lesionados por balas, por lo que, finalmente, estas personas son convertidas en víctimas invisibles de un Estado que no los construye como ciudadanos o víctimas ni toma responsabilidades frente a la ausencia en su función del monopolio de la violencia.

Por esto, como parte de mi trabajo doctoral, se hizo un esfuerzo en construir datos estadísticos a partir de registros administrativos de dos hospitales y un centro de rehabilitación en Caracas, con el fin de dibujar el panorama de los heridos y dimensionar esta problemática en la ciudad, evidenciando que las principales víctimas son hombres jóvenes de sectores vulnerables y precarios, siguiendo la misma dinámica mostrada por los homicidios. Todo esto es un esfuerzo para hacer visibles a estas víctimas invisibles en el espacio público e invisibilizados por y para el Estado venezolano; personas que ni siquiera se constituyen como víctimas sobre las cuales habría que hablar, pensar o exigir políticas desde la esfera pública.

Breve descripción metodológica

Como se mencionó anteriormente, los datos construidos tienen como origen registros administrativos de dos hospitales y un centro de rehabilitación de Caracas; así, en

uno de estos hospitales se tuvo acceso a los “libros” de entrada de emergencias de politraumatismos entre 2017 y 2019, y en el segundo, a las historias médicas de los pacientes lesionados por causas externas (no asociadas al propio cuerpo) entre 2018 y 2019. Es importante mencionar que éstas fueron las fuentes de información autorizadas para el acceso a los datos porque no existían datos transcritos o digitalizados sobre lesionados por balas.

Se registraron los ingresos por heridas de bala, armas blancas, agresiones (golpes, ocasionados por otras personas u objetos contundentes), linchamientos, heridas causadas por la activación de granadas y heridas por perdigones. Finalmente, se recopilaron datos de 219 personas ingresadas al centro de rehabilitación entre 2016 y 2018, y 6.132 casos en los hospitales, entre 2017 y 2019.

Una mirada sobre a los lesionados por balas en Caracas

Entre 2016 y 2018, ingresaron al centro de rehabilitación consultado 219 personas para ser hospitalizadas e iniciar su proceso de rehabilitación, todas ellas sobrevivientes a lesiones ocasionadas por balas, y a consecuencia de ello, sus cuerpos quedaron con algún tipo de discapacidad, leve o intensa, que puede ser temporal o permanente y que debe ser tratada con rehabilitación integral.

Así, se tiene que las personas ingresadas a este centro siguen el perfil de los afectados por los homicidios y la violencia en general: en el 92% de los casos son hombres con edades comprendidas entre 15 y 44 años (87% en promedio).

Aunque el porcentaje de mujeres lesionadas ingresadas a ese centro de rehabilitación es muy bajo, la mayoría de ellas se encuentran entre los 25 y 44 años.

En cuanto a los dos hospitales estudiados, se recolectaron datos de 6.132 casos registrados, entre 2017 y 2019, la mayoría de las personas ingresadas fue a causa de heridas por armas de fuego, seguida de casos de agresiones (golpes) y heridas por armas blancas.

Tabla 1. Caracas. Frecuencia y porcentaje de las causas de politraumatismos ocasionados por violencia de personas ingresadas en dos hospitales caraqueños, 2017 a 2019.

Fuente: Chacón, 2021

Si se observan estas cifras por año, se encuentra que los casos de heridos por armas de fuego siempre superan al resto de las causas de politraumatismos por violencia, en cada uno de los años estudiados, lo que habla de la importancia del abordaje de este tema, no sólo desde la muerte, sino también desde la lesión y la vida que sigue a partir de ella.

El perfil de los lesionados por armas de fuego

Cuando se analizan los datos recolectados según el sexo de las personas heridas, tenemos que, en el caso de las armas de fuego, 86% fueron varones y 8% fueron mujeres. En las agresiones, el porcentaje de mujeres aumenta, y en las heridas por arma blanca, ocurren en el 82% de los casos en los varones y 16% en mujeres.

Gráfico 1. Caracas. Frecuencia de casos de heridos por armas de fuego, agresiones y armas blancas según sexo, 2017 a 2019.

Fuente: Chacón, 2021.

Es de notar que la violencia que es potencialmente más letal es aquella a la que afecta en mayor medida a los varones, mientras que entre las mujeres las balas no son tan frecuentes como lo pueden ser las agresiones.

Y, en el caso de las edades de las personas ingresadas en estos hospitales, surge un elemento interesante: las lesiones por arma de fuego empiezan a aparecer a partir del grupo de edad de 5 a 9 años, desde allí su presencia se intensifica hasta llegar a su clímax entre los 20 y 24 años. A partir de ese momento empieza a disminuir, siendo superado por las heridas por arma blanca y agresiones a partir de los 35 años. En adelante, las personas ingresadas estaban lesionadas, principalmente, por agresiones. Es decir, en los adultos a partir de los 35 años son menos frecuentes las heridas por balas, y con el tiempo disminuye la presencia de las armas blancas, prevaleciendo las agresiones.

Por el contrario, en los más jóvenes, de los 10 a 34 años, la herida por arma de fuego supera por creces a las otras dos modalidades de violencia interpersonal, y la intensidad de su presencia va aumentando a medida que aumentan las edades.

Gráfico 2. Caracas. Frecuencia de casos de heridos por armas de fuego, agresiones y armas blancas según grupos quinquenales de edad, 2017 a 2019.

Fuente: Chacón, 2021.

Siguiendo las mismas tendencias que pueden ser observadas para los homicidios en Venezuela (en América Latina, en general) las principales víctimas afectadas por las balas son varones con edades comprendidas entre los 15 y 34 años, justamente los momentos más productivos en términos académicos y económicos en las trayectorias de vida de las personas.

Los datos sobre el hecho

En principio, se tiene que de las personas ingresadas a estos centros asistenciales sólo 7.1% llegó sin signos vitales, mientras que 92.5% llegaron vivos (no se tuvo registro del 0.4% de los casos). Esto, de alguna manera, puede hablar de una posible tasa de supervivencia en las heridas de bala que debe ser considerado.

Por otro lado, se tiene que entre las dificultades que debe superar el lesionado por bala para sobrevivir y recibir asistencia médica en Caracas (y, en Venezuela en general), es ser apoyado y trasladado por un tercero hasta los centros asistenciales luego de que ocurre el hecho violento, debido a que, dada la crisis económica del país, las ambulancias son escasas. En este sentido, se encontró que en más de la mitad de los casos registrados fueron asistidos y trasladados por funcionarios policiales o militares (51.2%) , 43% por personas conocidas por la víctima, 3.8% por desconocidos y el 2% restante por bomberos, protección civil y paramédicos.

Destaca el porcentaje de personas asistidas y trasladadas por funcionarios policiales o militares. Aunque no se cuenta con las evidencias para afirmar contundentemente que quienes hieren a las personas son estos mismos funcionarios, dadas las políticas de mano dura e intensamente militarizadas aplicadas por el gobierno bolivariano desde, al menos, 2015, se pudiese entender que la presencia de ellos pudiese estar relacionada con el hecho de violencia, es decir que, los policías o militares son los que se encontraban en la escena de los disparos, y terminan siendo los que trasladan a las personas. Esto puede apoyarse con los datos del siguiente gráfico.

Gráfico 3. Caracas. Porcentaje de funcionarios policiales o militares que asistieron y trasladaron a heridos por armas de fuego a los centros asistenciales estudiados según su cuerpo de pertenencia, 2017 a 2019.

Fuente: Chacón, 2021.

Relacionado a lo anterior, es importante señalar que, en los registros, pudieron encontrarse casos de heridos llevados por los policías o militares que, de alguna manera, ocultaban su identidad institucional; los funcionarios llegaban en carros sin placas o se negaban a suministrar su número de placa institucional o nombre. Esto ocurrió en 10 de los casos de heridos por armas de fuego registrados, dos de ellos llegaron sin signos vitales a la sala de emergencias.

Es de destacar que, en promedio, aproximadamente 25.1% de las personas que llegaron a emergencias sin signos vitales estaban registradas como trasladadas por funcionarios policiales o militares, en comparación al 2.3% cuando en el caso de que el herido haya sido trasladado por familiares, vecinos, amigos o conocidos.

Cuando se profundiza aún más en los datos se encuentra que en los casos trasladados por policías o militares, el CICPC (41%) y el FAES (21%) son quienes transportan la mayor cantidad de personas sin signos vitales a las salas de emergencia de los hospitales estudiados.

La ubicación geográfica de los lesionados

Las parroquias El Junquito, Catedral, La Vega, Macarao, Antímano, Santa Rosalía, El Valle, Coche, San Juan y El Paraíso son las diez que mayor cantidad de lesionados concentra; además, este ranking incluye al municipio Petare del estado Miranda. Estos cuentan con tasas que van desde 51,3 por cada 100.000 habitantes en El Junquito, hasta 12,3 en Caricuao.

Tabla 2. Zona Metropolitana de Caracas. Tasa (por cada 100.000 personas) de residencia de los lesionados por armas de fuego ingresados en los hospitales estudiados, 2017 a 2019

* Municipios del estado Miranda.
Fuente: Chacón, 2021.

Los datos aquí presentados y construidos a partir de registros administrativos permiten tener una idea general de qué es lo que está ocurriendo con los lesionados por balas en Caracas, sin embargo, se hace urgente, tomar medidas para hacer visibles y reconocer a estas personas como víctimas de la violencia armada en el país, generar políticas públicas para su atención, controlar el flujo continuo e incesante de armas y municiones y construir políticas de seguridad ciudadana coherentes con los derechos humanos.

Francisco Sánchez y Verónica Zubillaga en SIC: la expresión trágica de la mano dura y sus contradicciones estructurales en la Cota 905

En días recientes nuestros investigadores Francisco Sánchez y Verónica Zubillaga compartieron sus ideas y reflexiones para la Revista SIC, sobre los hechos de extrema violencia que tuvieron lugar en la Cota 905, La Vega, El Paraíso y zonas aledañas.
Compartimos este análisis, escrito a cuatro manos, y hecho sobre la base de estudios e investigaciones gestados en nuestra red.

Para muchos habitantes del oeste de Caracas, el 7 de julio quedará grabado como uno de esos hitos trágicos que la violencia armada ha impreso a la fuerza en la memoria. Los estruendosos enfrentamientos entre fuerzas de seguridad del Estado venezolano y los integrantes de la banda de crimen organizado arraigada en la Cota 905 irrumpieron en la precaria cotidianidad de la ciudad sembrando la zozobra, el pánico y la muerte. No era el primer enfrentamiento que tomaba por asalto la rutina diaria de los habitantes de zonas como La Cota 905, El Paraíso, El Cementerio, Quinta Crespo o La Vega. Pero esta vez algo parecía haber cambiado. Ya no era la banda haciendo un performance de su poder de fuego retando al Estado. En efecto, algo cambió ese día. Aún cuando la masacre de la Vega precedió esta operación, esta vez las fuerzas del orden, bajo el comando de la ministra Meléndez, tomaron masivamente al barrio, demostrando en su turno su abrumador poder de fuego en lo que días después conoceríamos como “operación Gran Cacique Guaicaipuro”.

Un nuevo operativo que tendría resultados similares a los que tuvo justo cinco años antes, el operativo conocido como Operación de Liberación del Pueblo (OLP), en julio del año 2015, también en la Cota 905: una nueva masacre perpetrada por el Estado, esta vez con un mayor número de víctimas y la evasión de los líderes de la banda de crimen. De nuevo expresiones como: “elementos hamponiles neutralizados”, “paz recuperada”, “influencia paramilitar eliminada”. Pero, ¿por qué luego de 5 años el Estado decide entrar nuevamente en La Cota? ¿No era La Cota una zona de soberanía recuperada sujeta a los cuadrantes de Paz? ¿Qué ocurrió en el trascurso de 5 años para que una banda armada tomara el control de diferentes barrios de la ciudad?

La mano dura y sus contradicciones estructurales

El 7 de julio fuimos testigos, una vez más, de la ferocidad y el elevado costo humano de los constantes enfrentamientos en la Cota 905. Solo en este año se han presenciado al menos cinco enfrentamientos que reportan heridos y muertos, ya sea directamente por participar en los enfrentamientos o por las balas perdidas. Este espectáculo y esta zozobra vivida nos puede hacer pensar que estamos sumidos en “un estado de descomposición único en la región”. Pues bien, una mirada a la región nos revela que el fenómeno del fortalecimiento y control territorial y armado de las bandas de crimen organizado se encuentra en numerosos países. De la revisión de algunas de estas experiencias podríamos aprender a comprender nuestro malestar como único y a su vez compartido por otros, así como otras lecciones.

Algunos de los ejemplos más dramáticos de este dominio territorial ocurren en países como Brasil y El Salvador, países que como Venezuela han aplicado políticas de mano dura. En Brasil encontramos una de las más significativas expresiones de lo que científicos sociales han denominado gobernanzas criminales: “la imposición de reglas o restricciones sobre el comportamiento de la gente por una organización criminal”a manos del Primer Comando do Capital (PCC). El PCC es una compleja y sofisticada red criminal originada en las prisiones de Sao Paulo. El dominio y control que el PCC ha logrado instaurar en ciudades como Sao Paulo, y luego su extensión hacia otras regiones del Brasil, especialmente en las favelas, ha llegado a hitos significativos de demostración de poder como la reducción de los homicidios en la ciudad, anunciado por ejemplo paros armados o severas sanciones para criminales que se propasen de su dominio.

Un itinerario similar lo ha vivido el Salvador. El fortalecimiento de los grupos criminales conocidos como “las Maras” se vincula también, como en Venezuela y Brasil, con las políticas de mano dura que comprendieron el encarcelamiento masivo, la pérdida de control de las prisiones y la conformación de grupos criminales de organizaciones más sofisticadas2. En este país también se hicieron públicas las negociaciones que el gobierno, con participación de la Iglesia y el apoyo de la Organización de Estados Americanos sostuvo con representantes de la Mara Salvatrucha (MS13) para reducir las muertes violentas en las principales ciudades del país centroamericano. El pacto, si bien polémico, de hecho, logró reducir de manera significativa las muertes. Este pacto se vio truncado posteriormente por el cambio de autoridades, pero dejó muchas lecciones y abrió posibilidades.

En Venezuela, pasamos de una etapa de encarcelamiento masivo, llegando a tener elevadas cifras de encarcelamiento de poblaciones jóvenes y empobrecidas, que terminó por generar fenómenos como las sofisticadas organizaciones criminales en los centros penitenciarios. Los reclusos se organizaron cada vez más para obtener recursos –rentas– armas y poder construir operaciones más sostenibles, en confrontación, pero también con la colaboración de agentes de las fuerzas del orden quienes resultan socios en la distribución de armas, municiones y ganancias.

En el año 2015, como hemos mencionado, con la OLP, la política de seguridad dio un viraje al pasar el encarcelamiento masivo a matar impunemente3. El perfilamiento de las víctimas fue similar: hombres jóvenes, morenos, de sectores populares, con antecedentes penales. En este viraje también se perfilaron y definieron territorios con una mayor carga estigmatizante para poder invadirlos y saquearlos impunemente: Los “corredores de la muerte” fue el nombre atribuido a toda esta cadena de barrios que, precisamente en días pasados fue de nuevo tomada. Ante esta avanzada del Estado, el mundo criminal también reaccionó. El Estado se convirtió en enemigo. Así surgieron bandas fortalecidas, con vínculos con el mundo carcelario, a través de pactos internos en diferentes barrios para hacer frente al “enemigo”.

Las políticas llevadas a cabo intermitentemente, conocidas como “Zonas de paz”, fueron una mala puesta en escena de pactos con las bandas para su pacificación. Estas políticas, si bien pueden ser prometedoras en términos de producir una reducción sustantiva de homicidios, en el marco de un Estado fragmentado, fueron un fracaso. Primero porque tolerar a las bandas criminales y ceder espacios para el establecimiento de sus “gobernanzas criminales”, implicó una renuncia por parte del Estado a la soberanía territorial y a sus obligaciones en términos de políticas sociales y de seguridad humana hacia la población ¿cómo explicamos que grupos armados impongan toques de queda, repartan alimentos e, incluso, impongan medidas de cuarentena si no es a partir de esta renuncia del Estado de asumir sus funciones más básicas? Segundo porque con fuerzas policiales y militares fragmentadas y enfrentadas entre sí, las bandas de crimen organizado siguieron proveyéndose de municiones y armas pesadas por parte de elementos de las fuerzas del Estado, y agentes de estas fuerzas persistieron en sus incursiones de extorsión a las mismas bandas.

Vistos en su conjunto, las políticas de mano dura revelan sus contradicciones estructurales. Así como Marx, digamos de manera casi jocosa y muy simplificada, decía que el capitalismo llevaba de manera inherente una profunda contradicción, puesto que, al reunir al proletariado hambriento en fábricas, esta reunión y la toma de conciencia de su situación e identidad, les llevaría inevitablemente a la revolución, la mano dura también conlleva esa contradicción en sus entrañas. Con esta misma lógica dialéctica, la concentración en prisiones de hombres empobrecidos y entrenados en armas, sin alternativas para vidas alternativas y de respeto, les llevará a su alianza y rebelión armada frente a los gobiernos que los encarcelan, cuyos policías corruptos facilitarán las armas para esa rebelión. Rebelión que, de paso, no tiene visos políticos: las bandas no quieren tomar el Estado, quieren tener el control territorial para el manejo e incremento de sus rentas. Las políticas de mano dura, una y otra vez demuestran su fracaso y sus trágicas contradicciones en el continente.

Injusticia estructural y zozobra: un país que clama por convivencia pacífica y la recuperación del Estado social y de derecho

Fuente: Federico Parra / AFP

En el tratamiento discursivo de los enfrentamientos por parte de voceros del Gobierno operan unos mecanismos que, inicialmente, buscan negar toda la responsabilidad estatal, no solo en la negligencia histórica en la búsqueda de responsables en el seno del Estado por la fuga de municiones producidas por las industrias militares venezolanas, o por armas como granadas que terminan en la dotación armada del grupo criminal, sino también en la desatención histórica de los jóvenes de los sectores populares. Desatención por la cual la pertenencia a una banda armada sigue siendo una alternativa para los jóvenes. Se presentan los enfrentamientos como producto de una eventualidad espontánea y no como resultados de la cadena de decisiones estatales que producen los malestares sociales que se simbolizan en un joven de 14 años disparando un fusil.

Por otro lado, observamos nuevamente, tal y como ocurrió con los operativos OLP en el año 2015, que más allá de los operativos policiales militarizados no existió ninguna política de seguimiento a los hechos ocurridos. ¿Mejoró la presencia del Estado en las zonas “recuperadas” en principio por la OLP? ¿Se siente la población realmente más incluida en una sociedad más justa y equitativa? Luego de la militarización de La Cota 905 hemos contemplado la extensión de la militarización de la ciudad, siendo testigos, una vez más, de relatos de abuso policial y uso excesivo de la fuerza letal contra la población.

Esta ambivalencia del Estado para con los sectores populares, caracterizada por una presencia ausente: presencia policial y ausencia de políticas sociales, sigue afirmándose como el patrón histórico de relación entre el Estado venezolano y las poblaciones cada vez más precarizadas, en un contexto de emergencia humanitaria compleja acentuado además por la imposición de las sanciones económicas.

¿Cómo dar respuesta a la injusticia estructural que no es incorporada como prioridad de Estado? Si bien muchos venezolanos vieron en la elección de Hugo Chávez una posibilidad de saldar esas deudas, el escenario actual es de una profunda fragmentación de la presencia del Estado en los sectores medios y populares, con el aumento de las brechas para alcanzar mínimos de igualdad social.

Las políticas para lidiar con la violencia estructural que se traduce en la violencia institucional concentrada en los sectores populares, así como las consecuencias de la prevalencia de las armas de fuego en la sociedad venezolana deben girar en diferentes órdenes. En el diseño de estas políticas también podemos aprender de las experiencias de otros países para adaptarlas a nuestras particularidades: la instauración de procesos de justicia transicional; la desactivación del enfoque y las políticas de mano dura; programas de desarme, desmovilización y reintegración para los más jóvenes; las posibilidades de reparación a las víctimas de la violencia; los escenarios de búsqueda de justicia y verdad en un contexto de violencia armada.

¿Puede un país volver a una senda de pacificación con los actores armados y de recuperación de las garantías democráticas? ¿Hacia dónde ir con los actores armados estatales y no estatales?

Este viraje en el enfoque implicaría comenzar por reconocer el nefasto impacto de las políticas de mano dura, que, junto con la corrupción de las fuerzas policiales y militares, han contribuido a la alianza y mayor armamento de los grupos criminales para responder a la guerra. Aprender asimismo de las políticas de reducción de daños, que apuntan a fortalecer el tejido social e introducir oportunidades de inclusión en las comunidades para evitar que más jóvenes se integren a estas bandas, así como una mayor profesionalización de la policía. Esto último implicaría colocar el foco en el mejoramiento sustantivo de la investigación criminal y la intolerancia contra los crímenes más graves como el homicidio. Exigiría además el mejoramiento de las condiciones laborales, así como la premiación a los agentes por la reducción de homicidios en las zonas bajo su vigilancia, como fue la política del Pacto por la Vida en Pernambuco Brasil.

El desmantelamiento de las políticas de mano dura, implica también el examen profundo de la tradición de abuso sistemático de la fuerza letal por parte de la policía, de ahí la pertinencia de apostar por procesos de justicia transicional. Originados en contextos post-autoritarios4, los procesos de justicia transicional intentan hacer frente a los abusos del pasado, al tiempo que generan mecanismos para evitar su repetición. La investigación comparativa5 destaca la importancia de los procesos de justicia transicional para garantizar la seguridad ciudadana en los países que pasan de regímenes autoritarios a democracias. Muestran que en los países donde no hubo un proceso serio de justicia transicional que abordara a los grupos violentos que permeaban o que eran tolerados por el Estado, se produjeron epidemias de violencia al mantenerse estos grupos articulados y romperse los acuerdos básicos que contenían la violencia. Este fue el caso de Brasil, El Salvador y México. En cambio, Bolivia, Chile y Perú ­–donde se establecieron sólidas comisiones de la verdad– presentan los índices más bajos de muertes violentas de la región.

La consideración sobre los actores armados no estatales es relevante para la construcción de la convivencia pacífica. Los actores armados son sujetos que han logrado ciertos capitales simbólicos a través del ejercicio de la violencia. Cualquier iniciativa orientada a la reducción de daños debe reconocer este poder de los actores armados en sus territorios. El Estado a través de un proceso institucionalizado de penetración de programas sociales de inclusión que impliquen la coordinación de educación, fomento de actividades productivas y de salud debe recuperar su presencia social en las comunidades. Los programas de desarme, desmovilización y reintegración han sido implementados en otros países, son apuestas complejas que implican la coordinación interna en el Estado, la participación de las comunidades y la reflexión sobre las propias identidades armadas. Pero ello sólo puede llevarse a cabo en un contexto donde existan pactos institucionales por la coordinación entre las instancias del Estado; la abdicación de la militarización de la política (y de la vida social en su conjunto) y la renuncia a la exaltación del uso de las armas, con miras a la recuperación de los valores democráticas, así como el establecimiento del valor de la vida y de la integridad física de las personas como prioridad. Las organizaciones sociales y el tejido social comunitario tenemos un intenso desafío al apostar por este fortalecimiento de nuestros lazos en un contexto de militarización extendida, pero esta sería la apuesta para estar preparados y “enredados” en un tejido social más sólido para cuando ocurra una transición formas democráticas de convivencia.

La consideración sobre las víctimas de la violencia será un insumo relevante para la reconstrucción del tejido social fracturado y la recuperación de la confianza en las instituciones. En un Estado cuyas fuerzas policiales han sido responsables de masivos abusos y la industria militar es la encargada de producir las balas y municiones, las víctimas necesitan en su historia personal el esclarecimiento de la verdad sobre su pérdida y la posibilidad real de reconstruir su vida. Los procesos de reparaciones a víctimas en América Latina dan testimonio de la necesaria tarea de recomponer el tejido social para alcanzar la convivencia política y social.

Para la consolidación de una convivencia pacífica será necesaria la incorporación de estas tareas de Estado con la participación de la sociedad en su conjunto en la discusión pública. La construcción de una política partiendo de lugares compartidos, de exámenes de verdad y justicia, y de la incorporación de los habitantes a la ciudadanía, en lugar de la aniquilación, tendrían que ser las discusiones centrales y existenciales de los factores políticos para la recuperación democrática.

Dinámicas criminales

Seminario Dinámicas criminales y grupos armados en Venezuela: lógicas, patrones y reconfiguraciones

Hace semanas atrás llevamos a cabo el seminario Dinámicas criminales y grupos armados en Venezuela: lógicas patrones y reconfiguraciones. Todo dentro del marco de la formación, como uno de los ejes transversales de nuestro trabajo.
El encuentro estuvo moderado José Manuel Roche, de la Universidad de Oxford. Dentro de los expositores estaban nuestra investigadora Verónica Zubillaga. Además de José Luis Fernández; Annette Ilder, de la Universidad de Oxford; y Andrés Antillano de la Universidad Central de Venezuela.
A continuación, compartimos la relatoría del seminario.

Foto por Leo Ramirez

– Presentación de los ponentes por parte de José Manuel –

– Verónica: gracias por la introducción, así como el saludo cordial. REACIN es un grupo de investigadores que desde hace décadas colaboramos juntos. Realizamos investigaciones etnográficas sobre diversos temas en relación a la seguridad ciudadana, como por ejemplo estrategias en la búsqueda del desarme. También somos investigadores buscando incidir.

1. Primer ponente: José Luis. Sociólogo, quien coloca énfasis en sistematizar los datos de la violencia en Venezuela.

– José Luis: ahora les mostraré algunos gráficos que recogen la tasa de muertes por armas de fuego. Generalmente arriba veremos el comportamiento estructural y abajo el coyuntural. Si observamos las cifras desde finales del siglo XX encontramos que desde 1989 no ha existido otro cambio o pico tan drástico en las cifras de muertes. También se ve que a partir del 2005 la tasa se estabilizó considerablemente. Esto último nos permite contrastar con la idea de que la violencia es un fenómeno indetenible. Más bien hay un elemento coyuntural que la permite y después se estabiliza. La idea fundamental que les quiero transmitir es que la violencia no es inevitable.

Por otro lado, a inicios del siglo XXI se había llegado a un consenso: que la violencia era un fenómeno principalmente urbano, sobre todo en el área metropolitana. Sin embargo, en las últimas investigaciones he visto, siendo la cifra proporción de muertes por armas de fuego, que al inicio la misma si era mayor en la geografía urbana en comparación con la rural, pero con el pasar del tiempo lograron intersectarse estas líneas y ahora la proporción es más alta en sectores rurales.

Adicionalmente, hay que entender que, en dichos sectores rurales, así como los urbanos, la violencia se comporta de forma distinta. Esto quiere decir que no es posible hacer uso de las mismas políticas públicas para intervenir el problema de la violencia en Caracas, que las que se usen para el Arco Minero.

A través de datos del Monitor de Víctimas también encontramos un comportamiento particular de la violencia desde el 2017 hasta el 2021, donde visualizamos tres pendientes. La última, es en el tramo de la cuarentena, donde al inicio la letalidad sube, pero luego baja y se estabiliza. En ese sentido, parece que hay un desplazamiento de las economías ilícitas. También permite, de nuevo, ver que el comportamiento de la violencia varía de acuerdo a las distintas circunstancias, no es un fenómenos lineal y progresivo.

2. Annette Idler. Universidad de Oxford.

– José Manuel le pregunta por lo que vio en su trabajo de campo en la frontera colombo-venezolana –

– Annette: he visto la presencia de distintos grupos armados. Por lo menos ahora, con los enfrentamientos en Apure que comenzaron el 21 de marzo. Allí es posible ver disidentes de la FARC, policías venezolanos, civiles o personas que forman parte de las comunidades allá. En esa problemática, hasta ahora han fallecido 9 guerrilleros, 8 policías y 5000 civiles han huido a la frontera de Colombia. Con esto, podemos visualizar una lógica transfronteriza de manera histórica. Con la FARC, ELN, los grupos paramilitares, etc. Luego en los años 90 se ven relaciones entre ELN, FVL y las comunidades aledañas. Trabajaban de manera transfronteriza.

Estas formas de operar en realidad le convienen a los actores armados, ya que es un nicho perfecto para la impunidad y, de la mano con esto, la entrada y continuación de las economías ilícitas.

Ahora, se establecen tres formas de orden entre los grupos que operan entre la frontera: de amistad, que implica que entre distintos grupos armados hay una coexistencia pacífica; rivalidad, donde las alianzas entre dichos grupos son frágiles; por último, de combate, donde hay una franca problemática entre los grupos, como es el caso de la Fuerza Armada y las disidencias de la FARC en este momento.

Esta relación transfronteriza, más cuando se tratan de relaciones de rivalidad o combate, tiene impactos significativos en las comunidades aledañas. En primer lugar, hay un aumento en las tasas de violencia del sector y, por ende, mayores desplazamientos. En segundo lugar, es susceptible a la violencia selectiva, siendo un ejemplo de esto el sicariato. Esto a su vez aumenta la desconfianza entre personas de la comunidad y una erosión del tejido social a largo plazo, si bien a corto plazo puede fungir como “un acuerdo”.

En tercer lugar, menor capacidad por parte de los integrantes de la comunidad de actuar libremente, ya que los grupos que dominan la zona generan una especie de contrato de seguridad ciudadana. En éste, los grupos armados pueden prestar seguridad, respeto, entre otros a la población local, pero luego han de poner sus reglas y la población debe obedecer.

Por último, al cerrar la frontera puede generarse una doble crisis que impacta a las comunidades: la de la emergencia humanitaria y la de la inseguridad. Cerrar la frontera amplía la violencia y la impunidad, sobre todo en el caso de las mujeres. Deben pasar por vías informales, como las trochas, y eso más bien genera mayor inseguridad en sus vidas.

– Promoción del libro de Annette, el cual será publicado en mayo: “Fronteras rojas”-

Foto por Leo Ramírez

3. Andrés Antillano.

– Andrés Antillano: ocurre una mutación de las bandas criminales y hay cuatro grandes cambios para entender lo que sucede actualmente en el delito:

1. Cae de forma significativa el delito predatorio, ya que son más los riesgos que trae que los beneficios. Había alto riesgo de detección y punición por parte de la policía, así como pocas oportunidades económicas. Hay mayores mercados ilícitos, extorsión y acuerdos entre bandas. Lo único que aumentaron fueron los feminicidios.

2. Se da un cambio en la geografía del delito, tal como planteaba José. Se manifiesta en otras zonas e incluso de forma predominante en la ciudad.

3. Ocurre un cambio en la organización del delito. Ya no es uno de grupos pequeños, sino que se genera el delito organizado, el cual puede lidiar con la violencia policial.

4. Hay un cambio de lógica. Inicialmente había una racionalidad expresiva, donde había una lógica guerrera y se buscaba reputación o que el sujeto armado se reafirmara en su exclusión. Se pasa a una lógica empresarial, la cual está orientada a aumentar el lucro y el control.

Ahora, hay tres variables que contribuyen a estos cambios:

1. La violencia policial crece en el 2014. Con esto es importante realizar actividades ilícitas menos visibles, que brillen menos, fortalecer las articulaciones entre bandas, así como acuerdos entre actores estatales. Aquí se ve cómo la mano dura transformó el delito.

2. La contracción económica que surge en el país. Se reducen los blancos atractivos y esto hace que el delito convencional mengue y actividades inelásticas se creen. Allí entra el mercado de drogas o el de alimentos. Aumenta la extorsión, secuestro de personas con alta nivel socioeconómico, así como el control fronterizo. Esto a su vez requiere y, por ende, genera mayor organización.

3. La transformación del lumpen. Las personas que se encontraban en la periferia ahora son centrales y es lo más atractivo.

4. Verónica Zubillaga.

– Verónica Zubillaga: hablaré sobre el impacto que tienen las políticas militarizadas en la forma como se organizan las comunidades y su relación con los actores armados. Para esto, voy a comparar dos comunidades que están en Caracas. Una de éstas recibió sistemáticas políticas de mano dura, lo cual generó que se reorganizaran de una manera mucho mejor planificada y contundente. Caso distinto es el de otra comunidad que queda en el centro de la ciudad. No se manifestaron estas políticas de manera sistemática y de la mano con esto, tampoco un reordenamiento de los grupos armados.

Un elemento comparativo fundamental es el papel de las mujeres en la comunidad. En el primer caso donde hay una gobernanza criminal establecida, es decir, un régimen armado claramente instituido que permea o mueve la vida social y económica, los niños y las mujeres conviven con esto y allí se instaura una ley del silencio. Esto quiere decir que hay unas normas claras y castigos severos para quienes violenten dichas normas. De hecho, los vecinos usan metáforas como: “tienen las reglas, tienen la ley”.

Por ejemplo, está prohibido: robar, los abusos sexuales o la violencia doméstica. En este sentido, si surge una problemática de este tipo, hay una jerarquía en la que estos asumen las funciones del Estado, son los tribunales, son las dádivas de la comunidad. En este espacio, las mujeres se encuentran sometidas. No hay espacio para negociar.

Por otro lado, en la segunda comunidad las mujeres pudieron juntarse para realizar comisiones de convivencia que permitiesen el cese al fuego. En este sentido, hacen un trabajo en redes que posibilita frenar la violencia a través de parte de su poder local como: su rol de madre, el chisme, regular las bandas. Esto contrasta de manera drástica con la otra comunidad, donde parece que la reorganización del grupo criminal más bien posibilita una situación de guerra que secuestra los recursos cotidianos que tienen las mujeres para regular la violencia. Aquí se ve claramente el daño que generan las políticas militarizadas en la vida cotidiana de las comunidades.

-Soluciones:

-José Luis: primero, para pensar en soluciones hay que entender que lo que origina o lo que se asocia a la violencia no es igual para todas las regiones geográficas. Así, habría que crear constelaciones de la violencia. Eso es lo que quiero crear con mi nuevo trabajo, 5 o 6 tipos de constelaciones de la violencia y, con esto, también ver su mutación. El malandro vivaz ya caducó. No se expresa así, ahora es una lógica mucho más burocrática. Creo que sería valioso ver cómo formalizar indicadores para ver cómo se llega de una violencia a la otra; de la culebra a una violencia mucho más organizada.

-Verónica: hay dos tipos de soluciones: las que son desde arriba y las que son desde abajo. Las primeras son las que vendrían desde el Estado. Actualmente hay conflictividad dentro del mismo, no sólo entre civiles. A su vez, un truncamiento de las políticas. Se generó una reforma policial y luego una contrareforma que es la FAES. Lo mismo pasa con políticas de regulación de armas. Allí se registra la conflictividad y las contradicciones de las “revolución pacífica, pero armada”. Ahora ¿qué clamamos? Una reforma policial, procesos de justicia transicional, entre otros aspectos.

Luego están las soluciones por debajo, donde está el cómo incidir en que jóvenes varones logren encontrar un nicho fuera de las bandas armadas. Este aspecto ha sido olvidado o abandonado por el Estado. La idea es fortalecer las redes comunitarias, tanto para jóvenes como para mujeres.

-Annette: el primer problema es el cierre de la frontera. En la relación entre Colombia y Venezuela se denota la dificultad para el intercambio de la información. El caso de Apure es un gran ejemplo. Este cierre también acentúa la violencia en estos sectores porque las trochas se vuelven más importantes, y les da mayor poder a los grupos que controlan.

En el contexto de Ecuador, por ejemplo, se formalizaron algunos cruces que facilitaron la economía legal. Por otro lado, las economías ilícitas serían por medio de la frontera. Por lo que hay que invertir en mayor desarrollo e infraestructura en estas áreas, así como más incentivos en la economía legal.

-Andrés: en el 2015 las mujeres operaban dentro de los mercados ilícitos. La policía había matado a todos los jóvenes, por lo que las mujeres sustituyeron a sus parejas. Pero ahora no creo que sea así. Se establecen nuevas estructuras muy masculinizadas. Ya la mujer no está dentro de los negocios, sino que es una ficha de cambio, una especie de trofeo o de medalla. Hay una conversión de la mujer.

Por otro lado, está el tema de las zonas de paz, donde en realidad la policía no dejó de ir a las comunidades. Siguió yendo, pero ahora extorsiona. Se constituye un ciclo en el que hay encarcelamiento masivo y políticas de mano dura. Con esto viene un cambio en la expectativa. Antes el malandro tenía el trabajo lícito dentro de sus expectativas, pero ya no. Ahora es en lo ilegal, ya que en el momento en el que tiene el poder económico, también tendrá el político. Se generan soberanías que cumplen funciones del Estado.

Foto por Leo Ramírez

-Pregunta-

-Anette: la expansión de la guerrilla ha sucedido históricamente. Pero desde el 2016, con el proceso de paz en Colombia, las guerrillas movilizaron a sus familias para protegerlos. Dicho proceso de paz y el de crisis ha sido clave para expandirse.

Pero allí emerge un reclutamiento de adolescentes, como venezolanos en la frontera, a los que le dan incentivos como: motos, celulares, estatus, entre otros, pero también ocurre trata de personas.

-Zubillaga: hay un problema de disponibilidad y falta de control de armas de fuego. Esto afecta la vida de las mujeres en las comunidades. Ellas también comienzan a tener armas de fuego y reciben los conflictos previos. O también son víctimas, encuentran un arma y viven con la fantasía de que vengarán a su hijo asesinado.

-Andrés: tenemos que acabar con la visión mecanicista de que hay un cartel más grande afuera que viene aquí a controlar. Una globalización o redes globales del delito.

Por otro lado, no migraron los malandros. Existe una salida en general que permite que los efectos de la crisis se alivien y luego esto tiene un efecto en las comunidades.

Por último, como ya se ha dicho, en la década pasada existió una excesiva encarcelación que se les escapa de las manos y tratan de resolverlo con políticas de mano dura. Esto fue problemático. De las acciones de la policía se generaron mecanismos informales, pero sumamente organizados para controlar los territorios.

-José: como ya dije, hay una violencia que es estructural y otra que es coyuntural. Por ejemplo, en el Arauca están los dos lados. Cuando eres un hombre joven en un sector popular estás prácticamente destinado a incorporarte en la dinámica de la violencia. Eso es estructural. Ahora, lo coyuntural es complejo, no porque sea difícil, sino porque son elementos que no van a variar de acuerdo al contexto. Entonces en Arauca será distinto a lo que sucede en Caracas.

Las ausencias del Estado venezolano: vulnerabilidad e indefensión de los lesionados por balas en Caracas.

En Venezuela, las víctimas no-fatales de la violencia armada son invisibles frente a la mirada y acciones del Estado. Este, por un lado, no asume las responsabilidades pertinentes hacia las personas que fueron afectadas por la ausencia de políticas de control de armas y municiones; y por el otro, no protege a las víctimas luego de que la bala hizo estragos en los cuerpos de las personas.

La invisibilidad llega a al punto en que ni siquiera existe una estadística sanitaria oficial que muestre un panorama sobre los heridos de bala en el país y sus contextos. Como se señaló en un texto previo publicado para este portal, esto es definitorio, ya que constituye la diferencia entre “existir” o no frente al Estado.

Las vulnerabilidades y carencias exacerbadas.

Las balas no solamente se llevan por delante los cuerpos, sino también las metas y sueños de aquellos a los que hiere, marcando las trayectorias de vida de las personas. Esto ocurre con mayor intensidad cuando la bala genera algún tipo de discapacidad, para lo cual las personas deben reconstruirse como tal, aprender a manejar un cuerpo nuevo en entornos que pueden ser bastante hostiles, especialmente en lo urbano.

A esto debemos sumarle la crisis socioeconómica y de infraestructura que se vive en el país. Imagine entonces, pasar de la noche a la mañana a un nuevo cuerpo en un contexto en donde los servicios sanitarios y de rehabilitación están bastante limitados, o en donde la calidad ha disminuido. En donde el acceso a los insumos médicos —como sondas, cojines y anti escaras— y a las medicinas es limitado, y debe ser financiado por la persona. Un contexto en el que el acceso a las ayudas técnicas desde las instituciones del Estado —como sillas de ruedas, muletas y andaderas— implica largas listas de espera que pueden llevar años. En una ciudad hostil para las personas con discapacidad; con un transporte público que limita el acceso día con día —metro sin escaleras eléctricas, ascensores sin funcionar, etc.— entre otras muchas cosas. Las líneas de este texto se me podrían acabar escribiendo todas las dificultades y obstáculos a los que quedan expuestas las personas con discapacidad en el país.

Aunque en Venezuela se cuenta con una “Ley para las personas con discapacidad” desde 2006, y se espera una reforma de esta para el año 2021, la protección desde el Estado que allí se contempla, en términos de políticas sociales y de inclusión, es prácticamente inexistente. En el trabajo de campo realizado entre 2018 y 2019 en Caracas, pude ser testigo de cómo las personas heridas por balas y con algún tipo de discapacidad difícilmente logran abrirse espacio en el mercado laboral formal, llegando a depender de la informalidad y sus importantes condiciones precarias de inestabilidad y la vulnerabilidad frente amenazas en la calle y las limitaciones para la movilidad en la ciudad. O bien, a depender de grupos de apoyo y familiares para su sustento y la adquisición de medicinas, insumos, ayudas técnicas, etc.

Algunas de las personas con discapacidad que conocí durante mi trabajo de investigación reciben una especie de pensión de la llamada “Misión José Gregorio Hernández”, focalizada en personas con discapacidad con bajos recursos y localizadas en sectores no urbanos del país (MPPEFCE, 2021). Esta es pagada a través de la plataforma Patria, previa aprobación del Consejo Nacional para Personas con Discapacidad (CONAPDIS). Para mayo de 2021, este monto es de Bs. 1.080.000 mensuales, lo cual se traduce en $USD 0,37 teniendo como referencia el tipo de cambio publicado por el Banco Central de Venezuela (BCV), el día 17 de mayo de 2021.

Esta breve descripción del panorama la he hecho con la idea de dimensionar los niveles de precariedad, carencia y vulnerabilidad a los que esta población está expuesta, en medio de la desidia e invisibilización de las que son víctimas desde el Estado.

Los no “contados”

Como se mencionó anteriormente, en Venezuela no existen registros oficiales publicados sobre los heridos por bala; solamente existe el registro administrativo hospitalario, pero que no es sistematizado para la construcción de una estadística que haga visibles a estas víctimas de la violencia.

Por tal razón, dentro del trabajo de investigación que realicé, desarrollé una arista cuantitativa con la idea de construir estadísticas parciales sobre esta situación, como un haz de luz en medio de la desinformación y la invisibilización. Esta tarea la realicé sistematizando los registros administrativos de dos importantes hospitales de la ciudad de Caracas en el año 2019. Allí, logré registrar información de heridos por bala, armas blancas y agresión fundamentalmente, entre los años 2017 y 2019.

Asimismo, pude obtener información del ingreso de personas heridas por bala con algún tipo de discapacidad (temporal o permanente) en un centro de rehabilitación de Caracas, entre 2016 y 2018.

En el caso de los registros hospitalarios, aunque los datos para los años 2017 y 2019 fueron parciales, se logró registrar 6.132 casos, de los cuales 41% fueron por herida de bala, 30% por agresión y 29% por armas blancas. Y, en el centro de rehabilitación, entre 2016 y 2019 se registró el ingreso de 219 personas heridas por balas.

Los heridos, en ambos registros, eran hombres (92% para el centro de rehabilitación y 86% en los hospitales) con edades comprendidas entre los 15 y 34, siguiendo las mismas tendencias que pueden encontrarse para el caso de los homicidios.

Por otro lado, es importante mencionar que las mujeres son las principales víctimas de heridas por arma blanca, con una tendencia que inicia a los 10 años. Además, las agresiones empiezan a superar en frecuencia a las balas y armas blancas a partir de los 40 años, siendo la forma de violencia principal utilizada hacia las personas de la tercera edad.

Para la localización geográfica de la ocurrencia de heridos por bala, se logró calcular una tasa (por cada 100.000 habitantes) a nivel parroquial; allí se posiciona en el primer  

lugar de ocurrencia El Junquito (51,3), seguido por Catedral (44.3), La Vega (32), Macarao (27,1) y Antímano (21,8), para completar el ranking de las cinco parroquias con mayor incidencia.

Además, se identificó que en estos dos hospitales, no sólo trataban de emergencia a personas que residían en Caracas, sino también de estados aledaños como Miranda y Vargas, y estados con mayor lejanía como Zulia, Táchira, Trujillo, Falcón, Lara, Yaracuy, Portuguesa, Cojedes, Carabobo, Aragua, Guárico, Bolívar, Monagas y Sucre.

Luego de este brevísimo recorrido por la situación de las personas lesionadas por balas y al dimensionar las magnitudes de ocurrencia del fenómeno, solamente queda pensar en los niveles de precariedad y vulnerabilidad a los que el Estado venezolano expone a estas personas a través de la negación e invisibilidad de la problemática de las víctimas no-fatales de las armas de fuego. El Estado está ausente y deslindándose de las responsabilidades que, por ley, debe asumir.

Todo este panorama convierte a estas víctimas invisibles en no-ciudadanos, por lo que se hace urgente la generación de sistemas estadísticos nacionales para el registro de víctimas fatales y no fatales de la violencia y políticas públicas que, por un lado, atiendan a las personas lesionadas por balas para su inclusión en la vida social como sujetos de derecho, y por el otro, limiten y controlen la presencia de armas y municiones en las calles.

El registro sanitario de las víctimas invisibles de la violencia armada: los lesionados por armas de fuego. Un testimonio de investigación

El contexto y situación de los lesionados por arma de fuego en el país

En Venezuela, la violencia armada se vive, se padece, y cega muchísimas vidas, aunque no se sabe con precisión cuántas y de qué manera. Como tampoco se sabe la cuantía de armas en el país, su uso, situación y ubicación.

No se saben detalles de las víctimas de la violencia armada porque ésta ha dejado de ser noticia -con algunas excepciones, dependiendo de las dimensiones del hecho o quizá de quién sea la víctima-. Ni siquiera se puede conocer con precisión cuántas víctimas, pues desde hace más de una década no es posible acceder a estadísticas policiales oficiales, específicas y confiables que nos permitan, primero, entender cómo están construidos esos datos —qué categorizaciones hay detrás de ellas—; y segundo, entender las dimensiones de este fenómeno y consecuencias que genera.

Esta situación se intensifica cuando queremos indagar sobre las personas que son lesionadas por armas de fuego en el país. No existen estadísticas oficiales que nos permitan definir el número de personas que son alcanzadas por balas en un año, como tampoco podemos dimensionar las consecuencias que esos disparos tuvieron en el cuerpo y trayectorias de vida de esas personas.

En nuestro país, no podemos contar a “los que quedan vivos” luego de que la violencia armada hace su aparición. Esta ha sido mi preocupación en los últimos años.

Para que se pueda entender por qué estoy preguntando por los lesionados por armas de fuego en Venezuela y por qué he dedicado mi investigación doctoral al tema, es conveniente que haga referencia a las estimaciones que se hacen sobre este tema en relación a contextos de violencia armada:

“Se calcula que, por cada joven muerto a consecuencia de la violencia, entre 20 y 40 sufren lesiones que requieren tratamiento.” (Organización Mundial de la Salud, 2002).

“…se estima que por cada fallecimiento hay al menos 3 heridas incapacitantes.” (Lichte et al. 2010).

Ahora, hagamos el ejercicio. Siguiendo las estimaciones que propone la OMS, si deseamos vislumbrar un rango de personas lesionadas por armas de fuego en Venezuela entre el año 2000 y 2017, este iría, a grandes rangos, entre 4,5 millones y 9 millones de personas, dependiendo de la fuente que utilicemos para la aproximación (Observatorio Venezolano de la Seguridad o Anuarios de Mortalidad). Esto significaría que entre un sexto y un tercio de la población podría haber sufrido una lesión por armas de fuego.

Estas personas heridas por balas, pueden tener diversas consecuencias en sus cuerpos a partir del hecho, siendo las más extremas la presencia de algún tipo de discapacidad que genere limitaciones en la movilidad o en la cognición.

A esto, debemos sumarle que las víctimas de las lesiones sigue la misma tendencia que se registra para las muertes violentas ocasionadas por armas de fuego: los afectados en mayor proporción son varones con edades comprendidas entre los 15 y 44 años (con mayores tasas entre los 15 y 24 años). Justamente, las edades que pueden considerarse fundamentales para formarse y de productividad, en todos los sentidos, en la vida de una persona. Así, la lesión llega para modificar las vidas, cuerpos y posibles trayectorias de los jóvenes venezolanos, e incluso más, la economía del país al trágicamente perder esta capacidad productiva.

Después de precisar la relevancia que tiene esta problemática en el país, quisiera explicar cuál ha sido uno de los grandes desafíos y hallazgos del trabajo de investigación que he llevado a cabo.

Foto por Francisco Sánchez

Un testimonio del rastreo de información

Para poder entender el contexto de las lesiones ocasionadas por armas de fuego, el primer paso fue buscar estadísticas oficiales, que como ya he mencionado, no existen. Este es el primer hallazgo de esta investigación. Esta inexistencia habla de la invisibilidad de las víctimas frente a un Estado que no reconoce su situación como problema; que no las registra y que no genera políticas públicas para mejorar sus condiciones de vida, bastante vulnerables y precarias como los pude constatar en mi trabajo de campo.

A partir de allí, me propuse construir estadísticas que mostraran un panorama, así fuera parcial, de lo que ocurre con esta dinámica. Así, investigué cuáles eran los hospitales en los que se atienden y refieren a los lesionados por armas de fuego (por disponibilidad de insumos médicos principalmente). Identifiqué dos de los centros sanitarios más importantes de la ciudad y luego de semanas de gestiones, pude tener acceso a dos tipos de registros administrativos: los libros de entrada de emergencia de politraumatismos en uno, y a las historias médicas de pacientes, en el otro.

Ambas fuentes de información administrativa son registradas de forma rudimentaria, evidenciando duramente la precariedad sanitaria en el país: el registro se hace a mano, en papel, muchas veces reciclado, como alternativa a la falta de materiales de oficina. Se lleva sin mayores criterios de estandarización para el asentamiento de la información. Algunas veces se registran algunos datos del paciente, en otras no. Sin embargo, lo importante estaba allí: la causa de la herida o el traumatismo, la edad, el sexo del paciente y la fecha de ingreso.

Este trabajo artesanal, me permitió construir un contexto estadístico (parcial) para entender qué ocurre en Caracas en relación con los lesionados por balas, armas blancas y agresiones. Pero además, con ello pude realizar observación etnográfica del registro del dato estadístico, ya que día a día, al asistir a los hospitales para hacer mi propio registro de la información, pude observar dinámicas interesantes en relación al paciente, el trabajo administrativo, el manejo de la crisis dentro de las actividades cotidianas del hospital, entre otras.

En este sentido, no sólo logré contar con números que me permitan comprender y comunicar esta problemática, sino que pude entender que la trayectoria del dato estadístico de la lesión por bala, es corta, coyuntural y limitada. No llega a constituirse como una estadística sino se trata simplemente de un dato administrativo registrado y almacenado en cajas en los archivos, susceptibles a degradarse de los hospitales.

Foto por Francisco Sánchez

Ese dato administrativo no se digitaliza, transcribe, sistematiza, procesa, analiza o publica. Es un número más registrado en los “cuadernos” para el manejo del hospital, que no llega a constituirse en evidencia que pueda ser insumo para hacer visibles a las víctimas no letales de la violencia armada, y en consecuencia, constituirlas como foco de políticas públicas o simplemente, establecerlos en el centro del debate e interés público.

La presencia o ausencia de estadísticas oficiales producidas por las entidades oficiales constituye la diferencia entre “existir” (o no) frente al Estado. En el caso de los lesionados podría definirse como inexistencia total, constituyéndose así como “víctimas invisibles” y no debatibles de la violencia armada.

Al no existir, no sólo se niega la definición de ellos como víctimas sino además, se les niega la posibilidad de poder ser apoyados por políticas para su recuperación (y la vida posterior) al ser alcanzados por balas de armas de fuego sin control. En este sentido, se hace urgente y necesario el registro sistemático y periódico de los heridos por armas de fuego para visibilizar su situación y la gravedad de la dinámica de la violencia armada presente en el país.