Consecuencias de Balas (NO TAN) Perdidas

Cualquiera puede suponer que las lesiones o muertes a causa de las denominadas “balas perdidas” son un tema de interés en el contexto de un país como Venezuela, donde frecuentemente ocurren enfrentamientos entre distintos tipos de actores armados (estatales y no estatales), quienes disparan balas que pueden tomar cualquier rumbo: los cuerpos de aquellas personas con las que se enfrentan, o cuerpos ajenos a la disputa, pero que estaban en un lugar y en un momento trágicamente desafortunados.
Decimos que NO son balas TAN perdidas debido a que, finalmente, las balas están hechas para herir o para matar (más allá de si fue intencional o no). La que hiere o mata, aunque sea a la persona equivocada, es una munición que cumple su propósito. Por tanto, al ser una mercancía que causa letalidad, su simple comercialización y circulación implica un riesgo
latente que exige ser controlado y regulado por el Estado.

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The Paradox of Violence in Venezuela: un libro que aclara el alcance de la violencia en el país

Las elevadas tasas de homicidio de Venezuela han competido con las de Honduras y El Salvador en ubicarse como las más altas de la región latinoamericana. Por otro lado, nuestro país tuvo una de las mayores reservas de petróleo del mundo, y un contexto de abundantes recursos hasta el año 2012.

Entre los años 2004 a 2012, la política social redistributiva redujo la pobreza de ingresos de las familias, al menos coyunturalmente durante esos años. Sin embargo, durante este mismo periodo, los niveles de violencia se dispararon. ¿A qué se debe este aumento?

The Paradox of Violence in Venezuela: Revolution, Crime, and Policing During Chavismo es un libro que representa el esfuerzo de un grupo de destacados estudiosos de la violencia en América Latina ―entre los cuales están varios investigadores de REACIN― para aclarar el alcance de la violencia en Venezuela.

El libro define la violencia “como una práctica que los actores racionales e integrados en el contexto utilizan para afirmar o mantener el control en las relaciones sociales”.

Además, en el texto se argumenta que “los contextos en los que hay competencia por los recursos, estructuras sociales e institucionales que no distribuyen los recursos de forma estable e instituciones que no prevén la resolución de conflictos, verán surgir la violencia cuando los individuos y los grupos intenten capturar los recursos y afirmar su dominio sobre los demás”.

Sus capítulos analizan las diversas aristas y conclusiones de un debate de cinco años sostenido entre un grupo de académicos internacionales y venezolanos. En todos se desarrolla una interpretación conceptual que sugiere que el crecimiento hipertrófico del Estado venezolano, la forma de gobernanza revolucionaria del chavismo, el fracaso de la reforma policial y la militarización de la seguridad, así como la persistencia de la desventaja estructural concentrada, contribuyeron a los dramáticos niveles de violencia y muertes violentas en Venezuela.

Este libro representa un esfuerzo único de investigación empírica, sistemática, traducida a un lenguaje claro y sencillo, en el que con profundidad y sensibilidad se ofrece una interpretación comprometida con la complejidad, para desenmarañar el fenómeno del impresionante aumento de la violencia en Venezuela en los últimos veinte años.

Entre los autores, figuran  de nuestra red, Verónica Zubillaga y Rebecca Hanson, ―que también son dos de las editoras―, Manuel Llorens y Keymer Ávila.

Destacable que 9 de los 15 autores sean venezolanos y 7 de los 13 capítulos tengan, al menos, una mujer autora.

Actualmente está disponible, en inglés, directamente en la Editorial y en Amazon.

Sus editores trabajan, en este momento, en una traducción al español y esperamos que se publique a finales de este año o en a comienzos del 2024.

La asignatura pendiente: la violencia dirigida hacia las mujeres de Caracas

Nuestra investigadora asociada Andrea Chacón, en trabajo conjunto con Monitor de Víctimas, Runrunes y Caracas Mi Convive, lideró una investigación que pretende aproximar al lector a la violencia de la que son víctimas las mujeres en Caracas.

Con este boletín, desde REACIN, nos hemos propuesto ofrecer insumos claros, ante la necesidad de análisis, frente a la carencia de información y, por extensión, a la invisibilidad de esta realidad.

En el marco del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, les dejamos —a continuación—, un PDF del trabajo para su descarga.

Las ausencias del Estado venezolano: vulnerabilidad e indefensión de los lesionados por balas en Caracas.

En Venezuela, las víctimas no-fatales de la violencia armada son invisibles frente a la mirada y acciones del Estado. Este, por un lado, no asume las responsabilidades pertinentes hacia las personas que fueron afectadas por la ausencia de políticas de control de armas y municiones; y por el otro, no protege a las víctimas luego de que la bala hizo estragos en los cuerpos de las personas.

La invisibilidad llega a al punto en que ni siquiera existe una estadística sanitaria oficial que muestre un panorama sobre los heridos de bala en el país y sus contextos. Como se señaló en un texto previo publicado para este portal, esto es definitorio, ya que constituye la diferencia entre “existir” o no frente al Estado.

Las vulnerabilidades y carencias exacerbadas.

Las balas no solamente se llevan por delante los cuerpos, sino también las metas y sueños de aquellos a los que hiere, marcando las trayectorias de vida de las personas. Esto ocurre con mayor intensidad cuando la bala genera algún tipo de discapacidad, para lo cual las personas deben reconstruirse como tal, aprender a manejar un cuerpo nuevo en entornos que pueden ser bastante hostiles, especialmente en lo urbano.

A esto debemos sumarle la crisis socioeconómica y de infraestructura que se vive en el país. Imagine entonces, pasar de la noche a la mañana a un nuevo cuerpo en un contexto en donde los servicios sanitarios y de rehabilitación están bastante limitados, o en donde la calidad ha disminuido. En donde el acceso a los insumos médicos —como sondas, cojines y anti escaras— y a las medicinas es limitado, y debe ser financiado por la persona. Un contexto en el que el acceso a las ayudas técnicas desde las instituciones del Estado —como sillas de ruedas, muletas y andaderas— implica largas listas de espera que pueden llevar años. En una ciudad hostil para las personas con discapacidad; con un transporte público que limita el acceso día con día —metro sin escaleras eléctricas, ascensores sin funcionar, etc.— entre otras muchas cosas. Las líneas de este texto se me podrían acabar escribiendo todas las dificultades y obstáculos a los que quedan expuestas las personas con discapacidad en el país.

Aunque en Venezuela se cuenta con una “Ley para las personas con discapacidad” desde 2006, y se espera una reforma de esta para el año 2021, la protección desde el Estado que allí se contempla, en términos de políticas sociales y de inclusión, es prácticamente inexistente. En el trabajo de campo realizado entre 2018 y 2019 en Caracas, pude ser testigo de cómo las personas heridas por balas y con algún tipo de discapacidad difícilmente logran abrirse espacio en el mercado laboral formal, llegando a depender de la informalidad y sus importantes condiciones precarias de inestabilidad y la vulnerabilidad frente amenazas en la calle y las limitaciones para la movilidad en la ciudad. O bien, a depender de grupos de apoyo y familiares para su sustento y la adquisición de medicinas, insumos, ayudas técnicas, etc.

Algunas de las personas con discapacidad que conocí durante mi trabajo de investigación reciben una especie de pensión de la llamada “Misión José Gregorio Hernández”, focalizada en personas con discapacidad con bajos recursos y localizadas en sectores no urbanos del país (MPPEFCE, 2021). Esta es pagada a través de la plataforma Patria, previa aprobación del Consejo Nacional para Personas con Discapacidad (CONAPDIS). Para mayo de 2021, este monto es de Bs. 1.080.000 mensuales, lo cual se traduce en $USD 0,37 teniendo como referencia el tipo de cambio publicado por el Banco Central de Venezuela (BCV), el día 17 de mayo de 2021.

Esta breve descripción del panorama la he hecho con la idea de dimensionar los niveles de precariedad, carencia y vulnerabilidad a los que esta población está expuesta, en medio de la desidia e invisibilización de las que son víctimas desde el Estado.

Los no “contados”

Como se mencionó anteriormente, en Venezuela no existen registros oficiales publicados sobre los heridos por bala; solamente existe el registro administrativo hospitalario, pero que no es sistematizado para la construcción de una estadística que haga visibles a estas víctimas de la violencia.

Por tal razón, dentro del trabajo de investigación que realicé, desarrollé una arista cuantitativa con la idea de construir estadísticas parciales sobre esta situación, como un haz de luz en medio de la desinformación y la invisibilización. Esta tarea la realicé sistematizando los registros administrativos de dos importantes hospitales de la ciudad de Caracas en el año 2019. Allí, logré registrar información de heridos por bala, armas blancas y agresión fundamentalmente, entre los años 2017 y 2019.

Asimismo, pude obtener información del ingreso de personas heridas por bala con algún tipo de discapacidad (temporal o permanente) en un centro de rehabilitación de Caracas, entre 2016 y 2018.

En el caso de los registros hospitalarios, aunque los datos para los años 2017 y 2019 fueron parciales, se logró registrar 6.132 casos, de los cuales 41% fueron por herida de bala, 30% por agresión y 29% por armas blancas. Y, en el centro de rehabilitación, entre 2016 y 2019 se registró el ingreso de 219 personas heridas por balas.

Los heridos, en ambos registros, eran hombres (92% para el centro de rehabilitación y 86% en los hospitales) con edades comprendidas entre los 15 y 34, siguiendo las mismas tendencias que pueden encontrarse para el caso de los homicidios.

Por otro lado, es importante mencionar que las mujeres son las principales víctimas de heridas por arma blanca, con una tendencia que inicia a los 10 años. Además, las agresiones empiezan a superar en frecuencia a las balas y armas blancas a partir de los 40 años, siendo la forma de violencia principal utilizada hacia las personas de la tercera edad.

Para la localización geográfica de la ocurrencia de heridos por bala, se logró calcular una tasa (por cada 100.000 habitantes) a nivel parroquial; allí se posiciona en el primer  

lugar de ocurrencia El Junquito (51,3), seguido por Catedral (44.3), La Vega (32), Macarao (27,1) y Antímano (21,8), para completar el ranking de las cinco parroquias con mayor incidencia.

Además, se identificó que en estos dos hospitales, no sólo trataban de emergencia a personas que residían en Caracas, sino también de estados aledaños como Miranda y Vargas, y estados con mayor lejanía como Zulia, Táchira, Trujillo, Falcón, Lara, Yaracuy, Portuguesa, Cojedes, Carabobo, Aragua, Guárico, Bolívar, Monagas y Sucre.

Luego de este brevísimo recorrido por la situación de las personas lesionadas por balas y al dimensionar las magnitudes de ocurrencia del fenómeno, solamente queda pensar en los niveles de precariedad y vulnerabilidad a los que el Estado venezolano expone a estas personas a través de la negación e invisibilidad de la problemática de las víctimas no-fatales de las armas de fuego. El Estado está ausente y deslindándose de las responsabilidades que, por ley, debe asumir.

Todo este panorama convierte a estas víctimas invisibles en no-ciudadanos, por lo que se hace urgente la generación de sistemas estadísticos nacionales para el registro de víctimas fatales y no fatales de la violencia y políticas públicas que, por un lado, atiendan a las personas lesionadas por balas para su inclusión en la vida social como sujetos de derecho, y por el otro, limiten y controlen la presencia de armas y municiones en las calles.

El registro sanitario de las víctimas invisibles de la violencia armada: los lesionados por armas de fuego. Un testimonio de investigación

El contexto y situación de los lesionados por arma de fuego en el país

En Venezuela, la violencia armada se vive, se padece, y cega muchísimas vidas, aunque no se sabe con precisión cuántas y de qué manera. Como tampoco se sabe la cuantía de armas en el país, su uso, situación y ubicación.

No se saben detalles de las víctimas de la violencia armada porque ésta ha dejado de ser noticia -con algunas excepciones, dependiendo de las dimensiones del hecho o quizá de quién sea la víctima-. Ni siquiera se puede conocer con precisión cuántas víctimas, pues desde hace más de una década no es posible acceder a estadísticas policiales oficiales, específicas y confiables que nos permitan, primero, entender cómo están construidos esos datos —qué categorizaciones hay detrás de ellas—; y segundo, entender las dimensiones de este fenómeno y consecuencias que genera.

Esta situación se intensifica cuando queremos indagar sobre las personas que son lesionadas por armas de fuego en el país. No existen estadísticas oficiales que nos permitan definir el número de personas que son alcanzadas por balas en un año, como tampoco podemos dimensionar las consecuencias que esos disparos tuvieron en el cuerpo y trayectorias de vida de esas personas.

En nuestro país, no podemos contar a “los que quedan vivos” luego de que la violencia armada hace su aparición. Esta ha sido mi preocupación en los últimos años.

Para que se pueda entender por qué estoy preguntando por los lesionados por armas de fuego en Venezuela y por qué he dedicado mi investigación doctoral al tema, es conveniente que haga referencia a las estimaciones que se hacen sobre este tema en relación a contextos de violencia armada:

“Se calcula que, por cada joven muerto a consecuencia de la violencia, entre 20 y 40 sufren lesiones que requieren tratamiento.” (Organización Mundial de la Salud, 2002).

“…se estima que por cada fallecimiento hay al menos 3 heridas incapacitantes.” (Lichte et al. 2010).

Ahora, hagamos el ejercicio. Siguiendo las estimaciones que propone la OMS, si deseamos vislumbrar un rango de personas lesionadas por armas de fuego en Venezuela entre el año 2000 y 2017, este iría, a grandes rangos, entre 4,5 millones y 9 millones de personas, dependiendo de la fuente que utilicemos para la aproximación (Observatorio Venezolano de la Seguridad o Anuarios de Mortalidad). Esto significaría que entre un sexto y un tercio de la población podría haber sufrido una lesión por armas de fuego.

Estas personas heridas por balas, pueden tener diversas consecuencias en sus cuerpos a partir del hecho, siendo las más extremas la presencia de algún tipo de discapacidad que genere limitaciones en la movilidad o en la cognición.

A esto, debemos sumarle que las víctimas de las lesiones sigue la misma tendencia que se registra para las muertes violentas ocasionadas por armas de fuego: los afectados en mayor proporción son varones con edades comprendidas entre los 15 y 44 años (con mayores tasas entre los 15 y 24 años). Justamente, las edades que pueden considerarse fundamentales para formarse y de productividad, en todos los sentidos, en la vida de una persona. Así, la lesión llega para modificar las vidas, cuerpos y posibles trayectorias de los jóvenes venezolanos, e incluso más, la economía del país al trágicamente perder esta capacidad productiva.

Después de precisar la relevancia que tiene esta problemática en el país, quisiera explicar cuál ha sido uno de los grandes desafíos y hallazgos del trabajo de investigación que he llevado a cabo.

Foto por Francisco Sánchez

Un testimonio del rastreo de información

Para poder entender el contexto de las lesiones ocasionadas por armas de fuego, el primer paso fue buscar estadísticas oficiales, que como ya he mencionado, no existen. Este es el primer hallazgo de esta investigación. Esta inexistencia habla de la invisibilidad de las víctimas frente a un Estado que no reconoce su situación como problema; que no las registra y que no genera políticas públicas para mejorar sus condiciones de vida, bastante vulnerables y precarias como los pude constatar en mi trabajo de campo.

A partir de allí, me propuse construir estadísticas que mostraran un panorama, así fuera parcial, de lo que ocurre con esta dinámica. Así, investigué cuáles eran los hospitales en los que se atienden y refieren a los lesionados por armas de fuego (por disponibilidad de insumos médicos principalmente). Identifiqué dos de los centros sanitarios más importantes de la ciudad y luego de semanas de gestiones, pude tener acceso a dos tipos de registros administrativos: los libros de entrada de emergencia de politraumatismos en uno, y a las historias médicas de pacientes, en el otro.

Ambas fuentes de información administrativa son registradas de forma rudimentaria, evidenciando duramente la precariedad sanitaria en el país: el registro se hace a mano, en papel, muchas veces reciclado, como alternativa a la falta de materiales de oficina. Se lleva sin mayores criterios de estandarización para el asentamiento de la información. Algunas veces se registran algunos datos del paciente, en otras no. Sin embargo, lo importante estaba allí: la causa de la herida o el traumatismo, la edad, el sexo del paciente y la fecha de ingreso.

Este trabajo artesanal, me permitió construir un contexto estadístico (parcial) para entender qué ocurre en Caracas en relación con los lesionados por balas, armas blancas y agresiones. Pero además, con ello pude realizar observación etnográfica del registro del dato estadístico, ya que día a día, al asistir a los hospitales para hacer mi propio registro de la información, pude observar dinámicas interesantes en relación al paciente, el trabajo administrativo, el manejo de la crisis dentro de las actividades cotidianas del hospital, entre otras.

En este sentido, no sólo logré contar con números que me permitan comprender y comunicar esta problemática, sino que pude entender que la trayectoria del dato estadístico de la lesión por bala, es corta, coyuntural y limitada. No llega a constituirse como una estadística sino se trata simplemente de un dato administrativo registrado y almacenado en cajas en los archivos, susceptibles a degradarse de los hospitales.

Foto por Francisco Sánchez

Ese dato administrativo no se digitaliza, transcribe, sistematiza, procesa, analiza o publica. Es un número más registrado en los “cuadernos” para el manejo del hospital, que no llega a constituirse en evidencia que pueda ser insumo para hacer visibles a las víctimas no letales de la violencia armada, y en consecuencia, constituirlas como foco de políticas públicas o simplemente, establecerlos en el centro del debate e interés público.

La presencia o ausencia de estadísticas oficiales producidas por las entidades oficiales constituye la diferencia entre “existir” (o no) frente al Estado. En el caso de los lesionados podría definirse como inexistencia total, constituyéndose así como “víctimas invisibles” y no debatibles de la violencia armada.

Al no existir, no sólo se niega la definición de ellos como víctimas sino además, se les niega la posibilidad de poder ser apoyados por políticas para su recuperación (y la vida posterior) al ser alcanzados por balas de armas de fuego sin control. En este sentido, se hace urgente y necesario el registro sistemático y periódico de los heridos por armas de fuego para visibilizar su situación y la gravedad de la dinámica de la violencia armada presente en el país.