The Paradox of Violence in Venezuela: un libro que aclara el alcance de la violencia en el país

Las elevadas tasas de homicidio de Venezuela han competido con las de Honduras y El Salvador en ubicarse como las más altas de la región latinoamericana. Por otro lado, nuestro país tuvo una de las mayores reservas de petróleo del mundo, y un contexto de abundantes recursos hasta el año 2012.

Entre los años 2004 a 2012, la política social redistributiva redujo la pobreza de ingresos de las familias, al menos coyunturalmente durante esos años. Sin embargo, durante este mismo periodo, los niveles de violencia se dispararon. ¿A qué se debe este aumento?

The Paradox of Violence in Venezuela: Revolution, Crime, and Policing During Chavismo es un libro que representa el esfuerzo de un grupo de destacados estudiosos de la violencia en América Latina ―entre los cuales están varios investigadores de REACIN― para aclarar el alcance de la violencia en Venezuela.

El libro define la violencia “como una práctica que los actores racionales e integrados en el contexto utilizan para afirmar o mantener el control en las relaciones sociales”.

Además, en el texto se argumenta que “los contextos en los que hay competencia por los recursos, estructuras sociales e institucionales que no distribuyen los recursos de forma estable e instituciones que no prevén la resolución de conflictos, verán surgir la violencia cuando los individuos y los grupos intenten capturar los recursos y afirmar su dominio sobre los demás”.

Sus capítulos analizan las diversas aristas y conclusiones de un debate de cinco años sostenido entre un grupo de académicos internacionales y venezolanos. En todos se desarrolla una interpretación conceptual que sugiere que el crecimiento hipertrófico del Estado venezolano, la forma de gobernanza revolucionaria del chavismo, el fracaso de la reforma policial y la militarización de la seguridad, así como la persistencia de la desventaja estructural concentrada, contribuyeron a los dramáticos niveles de violencia y muertes violentas en Venezuela.

Este libro representa un esfuerzo único de investigación empírica, sistemática, traducida a un lenguaje claro y sencillo, en el que con profundidad y sensibilidad se ofrece una interpretación comprometida con la complejidad, para desenmarañar el fenómeno del impresionante aumento de la violencia en Venezuela en los últimos veinte años.

Entre los autores, figuran  de nuestra red, Verónica Zubillaga y Rebecca Hanson, ―que también son dos de las editoras―, Manuel Llorens y Keymer Ávila.

Destacable que 9 de los 15 autores sean venezolanos y 7 de los 13 capítulos tengan, al menos, una mujer autora.

Actualmente está disponible, en inglés, directamente en la Editorial y en Amazon.

Sus editores trabajan, en este momento, en una traducción al español y esperamos que se publique a finales de este año o en a comienzos del 2024.

Las víctimas invisibles de la violencia armada: una mirada sobre los lesionados por balas en Caracas

Para existir frente al Estado es necesario ser “contado”, es decir, la existencia de estadísticas que den pie a la acción y control desde lo político y lo público, para así construir cualquier situación en una problemática social que debe ser mirada y atendida.

Como lo he reiterado en numerosas veces, en Venezuela, el acceso a estadísticas exhaustivas, confiables, transparentes y detalladas sobre cualquier tema vinculado a la violencia es complicado, por no decir inexistente.

Esta situación no es distinta para el caso de las personas que son lesionadas por balas en el país; no existen estadísticas oficiales que evidencien el número, contexto y situación de los lesionados por balas, por lo que, finalmente, estas personas son convertidas en víctimas invisibles de un Estado que no los construye como ciudadanos o víctimas ni toma responsabilidades frente a la ausencia en su función del monopolio de la violencia.

Por esto, como parte de mi trabajo doctoral, se hizo un esfuerzo en construir datos estadísticos a partir de registros administrativos de dos hospitales y un centro de rehabilitación en Caracas, con el fin de dibujar el panorama de los heridos y dimensionar esta problemática en la ciudad, evidenciando que las principales víctimas son hombres jóvenes de sectores vulnerables y precarios, siguiendo la misma dinámica mostrada por los homicidios. Todo esto es un esfuerzo para hacer visibles a estas víctimas invisibles en el espacio público e invisibilizados por y para el Estado venezolano; personas que ni siquiera se constituyen como víctimas sobre las cuales habría que hablar, pensar o exigir políticas desde la esfera pública.

Breve descripción metodológica

Como se mencionó anteriormente, los datos construidos tienen como origen registros administrativos de dos hospitales y un centro de rehabilitación de Caracas; así, en

uno de estos hospitales se tuvo acceso a los “libros” de entrada de emergencias de politraumatismos entre 2017 y 2019, y en el segundo, a las historias médicas de los pacientes lesionados por causas externas (no asociadas al propio cuerpo) entre 2018 y 2019. Es importante mencionar que éstas fueron las fuentes de información autorizadas para el acceso a los datos porque no existían datos transcritos o digitalizados sobre lesionados por balas.

Se registraron los ingresos por heridas de bala, armas blancas, agresiones (golpes, ocasionados por otras personas u objetos contundentes), linchamientos, heridas causadas por la activación de granadas y heridas por perdigones. Finalmente, se recopilaron datos de 219 personas ingresadas al centro de rehabilitación entre 2016 y 2018, y 6.132 casos en los hospitales, entre 2017 y 2019.

Una mirada sobre a los lesionados por balas en Caracas

Entre 2016 y 2018, ingresaron al centro de rehabilitación consultado 219 personas para ser hospitalizadas e iniciar su proceso de rehabilitación, todas ellas sobrevivientes a lesiones ocasionadas por balas, y a consecuencia de ello, sus cuerpos quedaron con algún tipo de discapacidad, leve o intensa, que puede ser temporal o permanente y que debe ser tratada con rehabilitación integral.

Así, se tiene que las personas ingresadas a este centro siguen el perfil de los afectados por los homicidios y la violencia en general: en el 92% de los casos son hombres con edades comprendidas entre 15 y 44 años (87% en promedio).

Aunque el porcentaje de mujeres lesionadas ingresadas a ese centro de rehabilitación es muy bajo, la mayoría de ellas se encuentran entre los 25 y 44 años.

En cuanto a los dos hospitales estudiados, se recolectaron datos de 6.132 casos registrados, entre 2017 y 2019, la mayoría de las personas ingresadas fue a causa de heridas por armas de fuego, seguida de casos de agresiones (golpes) y heridas por armas blancas.

Tabla 1. Caracas. Frecuencia y porcentaje de las causas de politraumatismos ocasionados por violencia de personas ingresadas en dos hospitales caraqueños, 2017 a 2019.

Fuente: Chacón, 2021

Si se observan estas cifras por año, se encuentra que los casos de heridos por armas de fuego siempre superan al resto de las causas de politraumatismos por violencia, en cada uno de los años estudiados, lo que habla de la importancia del abordaje de este tema, no sólo desde la muerte, sino también desde la lesión y la vida que sigue a partir de ella.

El perfil de los lesionados por armas de fuego

Cuando se analizan los datos recolectados según el sexo de las personas heridas, tenemos que, en el caso de las armas de fuego, 86% fueron varones y 8% fueron mujeres. En las agresiones, el porcentaje de mujeres aumenta, y en las heridas por arma blanca, ocurren en el 82% de los casos en los varones y 16% en mujeres.

Gráfico 1. Caracas. Frecuencia de casos de heridos por armas de fuego, agresiones y armas blancas según sexo, 2017 a 2019.

Fuente: Chacón, 2021.

Es de notar que la violencia que es potencialmente más letal es aquella a la que afecta en mayor medida a los varones, mientras que entre las mujeres las balas no son tan frecuentes como lo pueden ser las agresiones.

Y, en el caso de las edades de las personas ingresadas en estos hospitales, surge un elemento interesante: las lesiones por arma de fuego empiezan a aparecer a partir del grupo de edad de 5 a 9 años, desde allí su presencia se intensifica hasta llegar a su clímax entre los 20 y 24 años. A partir de ese momento empieza a disminuir, siendo superado por las heridas por arma blanca y agresiones a partir de los 35 años. En adelante, las personas ingresadas estaban lesionadas, principalmente, por agresiones. Es decir, en los adultos a partir de los 35 años son menos frecuentes las heridas por balas, y con el tiempo disminuye la presencia de las armas blancas, prevaleciendo las agresiones.

Por el contrario, en los más jóvenes, de los 10 a 34 años, la herida por arma de fuego supera por creces a las otras dos modalidades de violencia interpersonal, y la intensidad de su presencia va aumentando a medida que aumentan las edades.

Gráfico 2. Caracas. Frecuencia de casos de heridos por armas de fuego, agresiones y armas blancas según grupos quinquenales de edad, 2017 a 2019.

Fuente: Chacón, 2021.

Siguiendo las mismas tendencias que pueden ser observadas para los homicidios en Venezuela (en América Latina, en general) las principales víctimas afectadas por las balas son varones con edades comprendidas entre los 15 y 34 años, justamente los momentos más productivos en términos académicos y económicos en las trayectorias de vida de las personas.

Los datos sobre el hecho

En principio, se tiene que de las personas ingresadas a estos centros asistenciales sólo 7.1% llegó sin signos vitales, mientras que 92.5% llegaron vivos (no se tuvo registro del 0.4% de los casos). Esto, de alguna manera, puede hablar de una posible tasa de supervivencia en las heridas de bala que debe ser considerado.

Por otro lado, se tiene que entre las dificultades que debe superar el lesionado por bala para sobrevivir y recibir asistencia médica en Caracas (y, en Venezuela en general), es ser apoyado y trasladado por un tercero hasta los centros asistenciales luego de que ocurre el hecho violento, debido a que, dada la crisis económica del país, las ambulancias son escasas. En este sentido, se encontró que en más de la mitad de los casos registrados fueron asistidos y trasladados por funcionarios policiales o militares (51.2%) , 43% por personas conocidas por la víctima, 3.8% por desconocidos y el 2% restante por bomberos, protección civil y paramédicos.

Destaca el porcentaje de personas asistidas y trasladadas por funcionarios policiales o militares. Aunque no se cuenta con las evidencias para afirmar contundentemente que quienes hieren a las personas son estos mismos funcionarios, dadas las políticas de mano dura e intensamente militarizadas aplicadas por el gobierno bolivariano desde, al menos, 2015, se pudiese entender que la presencia de ellos pudiese estar relacionada con el hecho de violencia, es decir que, los policías o militares son los que se encontraban en la escena de los disparos, y terminan siendo los que trasladan a las personas. Esto puede apoyarse con los datos del siguiente gráfico.

Gráfico 3. Caracas. Porcentaje de funcionarios policiales o militares que asistieron y trasladaron a heridos por armas de fuego a los centros asistenciales estudiados según su cuerpo de pertenencia, 2017 a 2019.

Fuente: Chacón, 2021.

Relacionado a lo anterior, es importante señalar que, en los registros, pudieron encontrarse casos de heridos llevados por los policías o militares que, de alguna manera, ocultaban su identidad institucional; los funcionarios llegaban en carros sin placas o se negaban a suministrar su número de placa institucional o nombre. Esto ocurrió en 10 de los casos de heridos por armas de fuego registrados, dos de ellos llegaron sin signos vitales a la sala de emergencias.

Es de destacar que, en promedio, aproximadamente 25.1% de las personas que llegaron a emergencias sin signos vitales estaban registradas como trasladadas por funcionarios policiales o militares, en comparación al 2.3% cuando en el caso de que el herido haya sido trasladado por familiares, vecinos, amigos o conocidos.

Cuando se profundiza aún más en los datos se encuentra que en los casos trasladados por policías o militares, el CICPC (41%) y el FAES (21%) son quienes transportan la mayor cantidad de personas sin signos vitales a las salas de emergencia de los hospitales estudiados.

La ubicación geográfica de los lesionados

Las parroquias El Junquito, Catedral, La Vega, Macarao, Antímano, Santa Rosalía, El Valle, Coche, San Juan y El Paraíso son las diez que mayor cantidad de lesionados concentra; además, este ranking incluye al municipio Petare del estado Miranda. Estos cuentan con tasas que van desde 51,3 por cada 100.000 habitantes en El Junquito, hasta 12,3 en Caricuao.

Tabla 2. Zona Metropolitana de Caracas. Tasa (por cada 100.000 personas) de residencia de los lesionados por armas de fuego ingresados en los hospitales estudiados, 2017 a 2019

* Municipios del estado Miranda.
Fuente: Chacón, 2021.

Los datos aquí presentados y construidos a partir de registros administrativos permiten tener una idea general de qué es lo que está ocurriendo con los lesionados por balas en Caracas, sin embargo, se hace urgente, tomar medidas para hacer visibles y reconocer a estas personas como víctimas de la violencia armada en el país, generar políticas públicas para su atención, controlar el flujo continuo e incesante de armas y municiones y construir políticas de seguridad ciudadana coherentes con los derechos humanos.

Las ausencias del Estado venezolano: vulnerabilidad e indefensión de los lesionados por balas en Caracas.

En Venezuela, las víctimas no-fatales de la violencia armada son invisibles frente a la mirada y acciones del Estado. Este, por un lado, no asume las responsabilidades pertinentes hacia las personas que fueron afectadas por la ausencia de políticas de control de armas y municiones; y por el otro, no protege a las víctimas luego de que la bala hizo estragos en los cuerpos de las personas.

La invisibilidad llega a al punto en que ni siquiera existe una estadística sanitaria oficial que muestre un panorama sobre los heridos de bala en el país y sus contextos. Como se señaló en un texto previo publicado para este portal, esto es definitorio, ya que constituye la diferencia entre “existir” o no frente al Estado.

Las vulnerabilidades y carencias exacerbadas.

Las balas no solamente se llevan por delante los cuerpos, sino también las metas y sueños de aquellos a los que hiere, marcando las trayectorias de vida de las personas. Esto ocurre con mayor intensidad cuando la bala genera algún tipo de discapacidad, para lo cual las personas deben reconstruirse como tal, aprender a manejar un cuerpo nuevo en entornos que pueden ser bastante hostiles, especialmente en lo urbano.

A esto debemos sumarle la crisis socioeconómica y de infraestructura que se vive en el país. Imagine entonces, pasar de la noche a la mañana a un nuevo cuerpo en un contexto en donde los servicios sanitarios y de rehabilitación están bastante limitados, o en donde la calidad ha disminuido. En donde el acceso a los insumos médicos —como sondas, cojines y anti escaras— y a las medicinas es limitado, y debe ser financiado por la persona. Un contexto en el que el acceso a las ayudas técnicas desde las instituciones del Estado —como sillas de ruedas, muletas y andaderas— implica largas listas de espera que pueden llevar años. En una ciudad hostil para las personas con discapacidad; con un transporte público que limita el acceso día con día —metro sin escaleras eléctricas, ascensores sin funcionar, etc.— entre otras muchas cosas. Las líneas de este texto se me podrían acabar escribiendo todas las dificultades y obstáculos a los que quedan expuestas las personas con discapacidad en el país.

Aunque en Venezuela se cuenta con una “Ley para las personas con discapacidad” desde 2006, y se espera una reforma de esta para el año 2021, la protección desde el Estado que allí se contempla, en términos de políticas sociales y de inclusión, es prácticamente inexistente. En el trabajo de campo realizado entre 2018 y 2019 en Caracas, pude ser testigo de cómo las personas heridas por balas y con algún tipo de discapacidad difícilmente logran abrirse espacio en el mercado laboral formal, llegando a depender de la informalidad y sus importantes condiciones precarias de inestabilidad y la vulnerabilidad frente amenazas en la calle y las limitaciones para la movilidad en la ciudad. O bien, a depender de grupos de apoyo y familiares para su sustento y la adquisición de medicinas, insumos, ayudas técnicas, etc.

Algunas de las personas con discapacidad que conocí durante mi trabajo de investigación reciben una especie de pensión de la llamada “Misión José Gregorio Hernández”, focalizada en personas con discapacidad con bajos recursos y localizadas en sectores no urbanos del país (MPPEFCE, 2021). Esta es pagada a través de la plataforma Patria, previa aprobación del Consejo Nacional para Personas con Discapacidad (CONAPDIS). Para mayo de 2021, este monto es de Bs. 1.080.000 mensuales, lo cual se traduce en $USD 0,37 teniendo como referencia el tipo de cambio publicado por el Banco Central de Venezuela (BCV), el día 17 de mayo de 2021.

Esta breve descripción del panorama la he hecho con la idea de dimensionar los niveles de precariedad, carencia y vulnerabilidad a los que esta población está expuesta, en medio de la desidia e invisibilización de las que son víctimas desde el Estado.

Los no “contados”

Como se mencionó anteriormente, en Venezuela no existen registros oficiales publicados sobre los heridos por bala; solamente existe el registro administrativo hospitalario, pero que no es sistematizado para la construcción de una estadística que haga visibles a estas víctimas de la violencia.

Por tal razón, dentro del trabajo de investigación que realicé, desarrollé una arista cuantitativa con la idea de construir estadísticas parciales sobre esta situación, como un haz de luz en medio de la desinformación y la invisibilización. Esta tarea la realicé sistematizando los registros administrativos de dos importantes hospitales de la ciudad de Caracas en el año 2019. Allí, logré registrar información de heridos por bala, armas blancas y agresión fundamentalmente, entre los años 2017 y 2019.

Asimismo, pude obtener información del ingreso de personas heridas por bala con algún tipo de discapacidad (temporal o permanente) en un centro de rehabilitación de Caracas, entre 2016 y 2018.

En el caso de los registros hospitalarios, aunque los datos para los años 2017 y 2019 fueron parciales, se logró registrar 6.132 casos, de los cuales 41% fueron por herida de bala, 30% por agresión y 29% por armas blancas. Y, en el centro de rehabilitación, entre 2016 y 2019 se registró el ingreso de 219 personas heridas por balas.

Los heridos, en ambos registros, eran hombres (92% para el centro de rehabilitación y 86% en los hospitales) con edades comprendidas entre los 15 y 34, siguiendo las mismas tendencias que pueden encontrarse para el caso de los homicidios.

Por otro lado, es importante mencionar que las mujeres son las principales víctimas de heridas por arma blanca, con una tendencia que inicia a los 10 años. Además, las agresiones empiezan a superar en frecuencia a las balas y armas blancas a partir de los 40 años, siendo la forma de violencia principal utilizada hacia las personas de la tercera edad.

Para la localización geográfica de la ocurrencia de heridos por bala, se logró calcular una tasa (por cada 100.000 habitantes) a nivel parroquial; allí se posiciona en el primer  

lugar de ocurrencia El Junquito (51,3), seguido por Catedral (44.3), La Vega (32), Macarao (27,1) y Antímano (21,8), para completar el ranking de las cinco parroquias con mayor incidencia.

Además, se identificó que en estos dos hospitales, no sólo trataban de emergencia a personas que residían en Caracas, sino también de estados aledaños como Miranda y Vargas, y estados con mayor lejanía como Zulia, Táchira, Trujillo, Falcón, Lara, Yaracuy, Portuguesa, Cojedes, Carabobo, Aragua, Guárico, Bolívar, Monagas y Sucre.

Luego de este brevísimo recorrido por la situación de las personas lesionadas por balas y al dimensionar las magnitudes de ocurrencia del fenómeno, solamente queda pensar en los niveles de precariedad y vulnerabilidad a los que el Estado venezolano expone a estas personas a través de la negación e invisibilidad de la problemática de las víctimas no-fatales de las armas de fuego. El Estado está ausente y deslindándose de las responsabilidades que, por ley, debe asumir.

Todo este panorama convierte a estas víctimas invisibles en no-ciudadanos, por lo que se hace urgente la generación de sistemas estadísticos nacionales para el registro de víctimas fatales y no fatales de la violencia y políticas públicas que, por un lado, atiendan a las personas lesionadas por balas para su inclusión en la vida social como sujetos de derecho, y por el otro, limiten y controlen la presencia de armas y municiones en las calles.

Las madres no se rinden: las mujeres de Orfavideh y su búsqueda de justicia y reparación

Desde Reacin hemos trabajado en este cómic que está basado en una investigación, coordinada por nosotros, en el marco del proyecto “Entradas y salidas a la violencia armada: economías ilícitas, actores armados estatales y no estatales, víctimas y perspectivas de reparación”.

El cómic ha sido realizado en un trabajo conjunto por Francisco Sánchez, Verónica Zubillaga y Manuel Llorens, investigadores de nuestra red, así como por el narrador, ilustrador y comunicador visual Lucas García.

¿Qué hacemos con tanto dolor?

Los relatos aquí presentados de forma visual fueron recogidos y elaborados a partir de un proceso de investigación-acompañamiento-acción con mujeres que perdieron a sus hijos producto de la violencia policial. Lo que aquí se narra y grafica son sus historias y luchas.

Contar con las voces de las propias personas afectadas se hace necesario para restituir el tejido social herido y buscar unos mínimos de compasión en una sociedad que está constantemente asediada por múltiples expresiones de violencia, pérdidas, duelos no elaborados, pero también luchas.

El escritor albanés Ismail Kadaré en un hermoso trabajo sobre la tragedia griega se pregunta por el origen de este género fundacional para el mundo occidental. Kadaré se alienta a imaginar qué pasaría en la mente y contexto de aquellos escritores para escribir de esa manera y sobre esas tribulaciones, y llega a una singular conclusión: los griegos fueron la primera civilización en aceptar la culpa/responsabilidad por la destrucción de toda una civilización, a saber, Troya. La tragedia, para Kadaré, no tiene origen en los cantos o fiestas dionisiacas, sino por el contrario, nace en los rituales creados alrededor de los entierros balcánicos, donde el dolor podía tener un lugar compartido, un lugar común.

Nada más cercano para nosotros que nos vemos diariamente confrontados con la infame pregunta ¿qué hacemos con tanto dolor?

El dolor no es necesariamente un movilizador de acciones. Mucho menos en la ausencia y detrimento de lugares comunes para hacerlo compartido. Esto ha sido bien estudiado por el sociólogo francés Didier Fassin quien, trabajando con víctimas y afectados por diferentes violencias en el mundo, acuña el término anestesia política. El dolor puede anestesiar al cuerpo político, inmovilizarlo, castrarlo, des agenciarlo y hacer que los señalamientos se conviertan en dagas internas, anulando las posibilidades de transformación y acercamientos en contextos donde, sin lugar a dudas, la población comparte problemas comunes.

Por eso creemos que sí, que es necesario conocer en mayor profundidad las diferentes latitudes de nuestros dolores compartidos, de nuestras tragedias, para, como nos invita la antropóloga colombiana Miriam Jimeno, buscar constituir una comunidad emocional y poder acogernos y sanar juntos; es decir, un lugar común emocional. Así como Kadaré, contemplar, imaginar, integrar. Este registro visual de testimonios esperamos se convierta en una herramienta para condolernos con las pérdidas de las madres y familiares. Es un sentido testimonio de las luchas cotidianas para levantar una voz que exclama: existimos y seguimos. Es también una muestra de la batalla de estas mujeres por recuperar la dignidad y los derechos lacerados.

Nos corresponderá entonces imaginar horizontes donde los diferentes dolores puedan tener lugares comunes. Así como hermanos países latinoamericanos que han transitado caminos largos, dolorosos,

buscando y develando verdades y responsabilidades con la esperanza de justicia. Al fin y al cabo, ese es el rol de la política, acercar a los polos antagónicos en una pugna que no pierda el sentido de la dignidad humana. Que el dolor no nos inmovilice y nos reste el sentido de la historia que vivimos y tenemos que poder superar. Así como las valientes mujeres que prestaron testimonio para el cómic, reconocernos como una sociedad herida es clave para reconstruir la comunidad política, así como también formas de reparación y sanación a todo el dolor que la violencia ha provocado.

Descarga el cómic en el siguiente enlace:

“El Arauca todo lo puede dar y todo lo puede quitar”: un relato etnográfico en la frontera.

El Arauca es así, todo lo puede dar y todo lo puede quitar; así mismo es la vida en la frontera, de un lado puedes encontrar todo y del otro lado puedes perderlo. Siempre ha sido así para nosotros.”

Estas palabras me las compartió Ramiro, un apureño que me guio por algunos recorridos en el río Arauca. Nuestro primer encuentro fue en Guasdualito, esa importante ciudad del estado Apure. Ramiro parecía tranquilo, se mostraba seguro de lo que me decía, pero con una profunda desconfianza hacia mí; cuando le dije que no era necesario que hablara de algo con lo que no se sintiera cómodo,  

supongo que en todo el país es así, pero nosotros nos criamos sintiéndonos vigilados. Sin saber con quién hablar, este puede ser miliciano, paraco, compa, camarada… nunca sabemos quién es quién. Crecimos con ese cuidado”,

Respondió.

El Arauca es así, todo lo puede dar y todo lo puede quitar

Me dijo una vez más; subimos a su moto y tomamos la carretera hacia el sur de estado, rodamos cerca de media hora y llegamos a El Amparo.

Era un día caluroso y el viento parecía haberse quedado sin ese sentido refrescante al que siempre estuve acostumbrado. Pasamos por un puñado de alcabalas de militares y policías. Todos éramos requisados. La mayoría tenía que pagar para seguir con sus caminos. En este lado de la frontera todos los caminos llevan al Arauca– pensé en ese momento.

Pareciera que los guardias huelen el apuro

A duras penas pude oír el comentario, el viento soplando en mi oído por la velocidad de la moto me dificultaba seguirle el hilo a la conversación. Comencé a ver el rostro de las personas en las siguientes alcabalas. Era así como decía Ramiro, parecía haber mucha urgencia. Luego entendí algo que se me hacía extraño, podía ver el rostro de las personas, nadie usaba tapabocas.

El paisaje era hermoso y desolador. Si intentaba fijarme en el horizonte, cada vez se me hacía más borroso. El calor y la humedad nublaban la carretera. Sentí en ese momento que estaba viviendo una metáfora que me describía el destino del país. Acalorado, con necesidad de salir de allí, sin horizonte y con la esperanza de llegar a algún destino.

Llegamos a El Amparo. Una de las capitales de lo que podríamos llamar las cartografías históricas del horror en Venezuela. Le pregunté a Ramiro por la masacre que allí ocurrió, me respondió que no estaba seguro de cuál le estaba hablando, pues en sus casi cincuenta años de vida ha escuchado mucho plomo en el monte. No indagué más.

Llegamos al pequeño puerto para cruzar el río. En ese momento pasó algo inesperado, las personas comenzaron a ponerse los tapabocas.

– “Ya te puedes imaginar quiénes cuidan el lugar. Han exigido que se use tapabocas”

Me dijo Ramiro mientras poníamos los cascos en la moto y él se ponía su sombrero de cuero e´ vaca.

– “Aquí no va a pasarles nada”

Agregó refiriéndose a los cascos

– “pero me gusta dejarla guardada para que no lleve tanto sol.”

Al salir de guardar su moto en un garaje, una joven pareja llenaba botellas plásticas de litro con gasolina,

“fíjate

Refunfuñó

– “antes la llevábamos a Colombia ahora la traemos y la vendemos de a litro”  

Decía mientras movía la cabeza en señal reproche.

En el puerto las personas hacían filas y otras se sentaban en unas banquitas de cemento; algunos parecían estar en una rutina del día a día: ir a Arauca para hacer las compras del día, surtir la bodega o ir a trabajar en el sector comercial. Otros, tal y como yo, teníamos una pinta de venir del interior del país. Al menos eso me hizo sentir Ramiro, para los nacidos en la frontera todos los que vienen del centro y de la capital vienen del interior del país. Los de la pinta de ajenos traían grandes maletas, bolsas y cualquier cosa que sirva para guardar ropa. Las dejaban cerca del pequeño puerto y algunos jóvenes se las echaban al hombro y las subían en las canoas.

“¡Esta hija de puta sí pesa!”

Gimió uno de los chamos mientras levantaba la maleta, Ramiro se rio mientras decía con su acento llanero pausado

“muchacho, lo que llevan ahí es la vida.”

¿Puede caber una vida en una maleta?

Nadie hacía preguntas. Nadie hablaba. Todos sabían lo que había por hacer: pagar, cola y silencio.

“El río está bajito”

Dijo Ramiro. El canoero asintió moviendo la cabeza. El motor de la lancha zumbaba y el agua lavaba nuestras caras. No podía diferenciar si era agua o eran lágrimas lo que corría por el rostro de las personas. Fue un cruce de tal vez dos minutos. Al bajarnos Ramiro me vio y dijo:

– “Y de verdad hay muchos que en esa maleta llevan todo ¿cuánto se recuerda en ese ratico?”

Sentí que Ramiro entendía mi propósito allí. Yo quería saber cómo se construye y gestiona la vida en el paso fronterizo de Arauca. ¿Quiénes están haciendo vida en la frontera? ¿De qué viven las personas en el paso fronterizo? ¿Cómo se vive con la presencia de los grupos armados?

Al llegar al “otro lado” había un pequeño puesto, nos cobraron por el cruce en canoa y seguimos nuestro camino ¿Quiénes cobran el paso, Ramiro? Le pregunté mientras caminábamos.

“Ese es el tipo de cosas que todos sabemos, pero no queremos decir en voz alta. Eso se sabe

Me respondió de inmediato. Caminamos algunos metros más y nos increparon muchos chamos, descalzos o en cholas, comprando oro o dólares. Todos venezolanos. Al pasar la playa Ramiro calmó el paso y me preguntó:

– “¿Viste algún arma? ¿Alguien te paró o te dijo qué hacer?”

A lo que respondí moviendo la cabeza de un lado a otro: no.

– “Eso es el control aquí. Nadie se atreve a dudar de eso. Eso se sabe. Por eso las cosas aquí funcionan. No se necesita ver a alguien armado para saber eso

Y aceleró el paso.

El departamento de Arauca ha sido una zona con presencia histórica de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo (FARC-EP) y del Ejército de Liberación Nacional (ELN). En medio de una guerra que se ha extendido por más de 50 años, estos grupos se disputaron el control territorial de algunas zonas. En otros casos, coexistían manteniendo actividades en un mismo territorio. En la actualidad, luego del acuerdo de Paz del 2016 y la desmovilización de las FARC-EP, el ELN fortaleció su presencia y control armado. Sin embargo, algunas estructuras armadas de las FARC no apegadas al acuerdo de paz, conocidas como disidencias, siguieron operando en algunas zonas con una debilitada pero histórica presencia. La gente lo sabe. La ausencia de políticas de seguridad efectivas tanto de Colombia como de Venezuela lo corrobora.

La frontera funciona como un espacio donde los grupos armados se mueven de un lugar a otro con fluidez, de tal manera que establecen controles de un lado y de otro. Estas soberanías u órdenes territoriales muchas veces se negocian entre los actores armados Estadales y no Estadales. El imaginario construido desde los centros de poder invita a pensar en la frontera como en una película del viejo oeste, con mercenarios y empistolados enfrentados todos los días; en su lugar, ese orden se vive en mucho silencio, con un día a día que transcurre sin notar que cada norma es impuesta y los Estados, de alguna manera, parecieran colaborar con esto.

En algunas circunstancias que parecieran excepcionales, se destapan conflictos y el estruendo de los fusiles rompe el silencio. Esto pareciera traer muchos más rumores que explicaciones a lo que ocurre: tiroteos en los puentes fronterizos, enfrentamientos en los pueblos, movilizaciones de ejércitos, bombardeos. Para la gente la única alternativa que les queda es buscar refugio de un lado u otro del río.

Pasé el resto del día en Arauca, un pueblo con afanes de convertirse en ciudad. Comercios abiertos abarrotados de compradores. Jóvenes en las afueras de los comercios ofreciendo cargar las compras y maletas hacia el río:

“Patrón, le llevo la mercancía pal´ río”

“No, pana, tranquilo, no llevo nada” le respondí.

“Deme dos mil pesos y le llevo las bolsas… rescátame con algo, que está jodida la vaina.”

Accedí y caminé hasta el río con ese joven, iba junto con su pareja, una muchacha mucho más joven que él. Ambos vestían shorts con sandalias. El calor era agobiante. Conversamos por algunos minutos.

“aquí hay que estar revolucionándola todo el tiempo, no te puedes parar”

Venían de Valencia y decidieron quedarse en Arauca. Les era más fácil enviar algo de dinero a su familia desde allí y mantener una cercanía en caso de querer regresar a casa.

“Esto es como un penal abierto… todo está controlado”

Me dijo él mientras se miraba los pies y lanzaba unas piedritas a la calle.

“No te puedes comer la luz sino amaneces en el río.”

Él levantó su mirada al ver que llegó una camioneta con mercancía para pasar a Venezuela. De un brinco cruzó la calle y ofreció sus servicios. Ella le siguió el paso. Levantó un bulto de cebolla que podía ser más pesado que él mismo y siguió su camino hacia la playa para montar la mercancía en las canoas. Esa era la mercancía que más se movía, legumbres, hortalizas, refrescos y papel higiénico.

“Esos deben ser del interior, del centro, de Caracas o Valencia”

Me dijo Ramiro con un tono de molestia.

“Muchos vienen aquí y han dañado la zona. No sólo en Colombia, también del otro lado”

refiriéndose a los pueblos en Apure

“vienen acostumbrados a una vida de tomar lo que no es de ellos. Por eso es que los han matado. Pero igual siguen haciendo lo malo, esa es la gente que viene del interior.”

Ramiro me mostraba que para el migrante venezolano los estigmas no están fuera de sus fronteras, sino también “de este lado” del río.

Al escuchar a Ramiro recordé el término que utilizan en Táchira para nombrar a muchos de estos jóvenes migrantes: “Los caraqueño-valencianos”. Son jóvenes de sectores populares que han decidido buscar alternativas fuera del país. Al conversar con la joven pareja sentí la gran carga de estigma que cargan encima, además de los pesados bultos de verduras. La mayoría trabajan como cargadores, los que recogen desperdicios, las que limpian a destajo y, en muchos casos, son las que tienen que vivir con el comercio de su cuerpo o los que son reclutados por los grupos armados.

En efecto, medios colombianos han reportado la muerte de numerosos jóvenes venezolanos por manipulación de explosivos. En voz de algunas personas ellos pasan a ser la primera línea de combate de los grupos, pues se ven expuestos a tareas que les cuesta la vida como colocar explosivos, a un muy bajo costo, pues en la frontera ¿a quién le importa la vida de un veneco?

Ramiro me dejaba ver las insuperables barreras simbólicas del joven migrante. Primero, el estigma que le propicia su propio país al no generar oportunidades, para luego entrar a Colombia a vivir en un sustrato donde la ciudadanía parece ser una fantasía de los más pudientes. Existen unos claros límites entre lo que podrán y no podrán hacer los migrantes. Estas barreras no son nuevas para muchos, pues viene arrastrando con ellas desde sus viviendas en Venezuela.

Al tomar un mototaxi dentro de Arauca noté que el mototaxista evadía los puntos donde había policías:

“lo ven a uno y lo joden.”

Entendí que era un venezolano. Conversamos en el trayecto y me preguntó por cómo estaba Caracas:

“Ahí… echando vaina”

Le dije en tono de broma

“Siempre estoy pendiente de lo que pasa. Prefiero estar aquí. Aquí veo a un paco y me meto por otro lado, allá no te le escapas a un FAES.”

Me dejaba claro que cada quién migra no solo por motivos personales, sino también por razones que sobrepasan la voluntad personal.

Regresamos a El Amparo y le pedí a Ramiro que nos quedáramos en la orilla del río.

¿Quiere ver cómo vive la gente del río?

Fue una pregunta retórica, pues no me dio tiempo de responderle cuando ya subíamos a la canoa nuevamente.

– “Así les toca vivir, ahí tienen a los niños… en medio de todo el río les da de comer.”

Decía Ramiro con seriedad, sin titubear. Era estoico a lo que veíamos.

“Aprenden a pescar, guindan hamacas y viven así, como tirados ahí”

Como tirados ahí, me pareció una metáfora dolorosa pero acertada para ejemplificar cómo viven los migrantes en este pequeño tramo de la realidad fronteriza. En la franja del Arauca me encontré con aquellos que son expulsados de ambos países, viven en una zona gris sin apoyo de ningún Estado, pero con controles armados rígidos de los grupos armados que regulan la vida, lo que se debe hacer y lo que no, las consecuencias de saltarse estas normas son claras, el castigo y luego la muerte.

En los días de mi visita explotó un artefacto en una vereda cercana al río. En el hecho falleció un funcionario policial colombiano y un civil venezolano. Buscando las noticias, lo único que encontré sobre el venezolano es que estaba en el lugar y el momento equivocado. No hubo más registro. Esa no es cualquier muerte, es una muerte en el silencio.

La tranquilidad del río al final de la tarde me hacía pensar en el agotamiento de los chamos que hacen su vida aquí. Bajaban de las canoas y se sentaban, se quitaban los zapatos y la ropa. Lavaban y hablaban entre ellos. Algunos comenzaban a pescar. Cuando no sacaban nada con la tarraya los demás se reían

“¿así pescabas en tu rancho? ¡puro bagre es lo que eres tú!”

Yo tampoco pude evitar reír al escucharlos.

El río, la trocha, la carretera serpenteante, el calor, la plaga, los puentes cerrados, la violencia, todos son puntos comunes en las narrativas de quienes pasan por la

frontera o deben quedarse haciendo la lucha en los pueblos cercanos. Cada objeto tiene un sentido para regular el tránsito. El Estado venezolano y colombiano lo saben. La frontera es mucho más que la mezcla de dos países. Es como si el mismo territorio tuviera su propia agencia, y los Estados se valen de esto para regular algunos tránsitos y permitir muchos otros.

“Hace como quince o veinte años era al revés, venía muchísimo colombiano a vivir aquí. Eran los obreros, los que hacían el trabajo pues. La guardia los trataba mal. Ahora son los venezolanos allá. Por aquí pasan muchos de los que van caminando… la vida aquí es el paso.”

Me decía Rodrigo, a lo que le respondí: ¿puede un joven de estos irse cuando se le dé la gana? Su silencio me hizo pensar que la frontera no es solo tránsito y salida; para la vida de tantos y tantas jóvenes, es también una zona de confinamiento. El río puede fácilmente ahogar cualquier chance de estabilidad y progreso.