Voces en cuarentena: La leña y la basura

Voces en cuarentena: La leña y la basura

“Lo que vivimos es una inseguridad en todo, hasta la inseguridad de la policía, estamos por nuestra cuenta” nos comentó José, un hombre de 50 años proveniente del Valle, un importante sector urbano de la ciudad de Caracas.

Desde hace al menos tres años conocemos a José, pues compartimos con él experiencias de trabajo de campo, acompañando víctimas de la violencia armada y apoyando pequeñas iniciativas como sancochos comunitarios, todo en aras de velar por el bienestar de algunos vecinos de su vereda.

A pesar de los escasos recursos con los que contaba, José siempre se mostró esperanzado de poder hacerse cargo de algunas situaciones: para él, ayudar a buscar un par de zapatos para un joven ya constituía un logro. “Antes no los tenía y ahora sí, el trabajo está hecho”.

José nunca optó por mostrar su quehacer, siempre operando desde lo desapercibido. También se mostró escéptico de participar en entrevistas y videos, aunque siempre estuvo presto a tener largas caminatas por El Valle acompañadas de interesantes conversaciones sobre la historia del barrio u anécdotas sobre su vida como transportista.

Recientemente comenzamos a notar con preocupación cómo llegaban a su teléfono cada vez más peticiones de ayuda. Desbordaban su capacidad de respuesta, pues no llegaba a leer todos los mensajes o a contestar todas las llamadas. Algo nuevo estaba pasando por su mente, para José la cuarentena estaba significando más inconvenientes de los que tenía previstos.

Durante la primera semana de cuarentena, él continuó apoyando desde sus recursos a algunas personas. Nos compartió cómo veía la comunidad tranquila y en resguardo: “la gente cumple con las medidas, a pesar que ni agua tenemos…” fue uno de sus comentarios. Entrada la segunda semana, sus recursos personales comenzaron a agotarse: ya no era tan fácil conseguir una harina o conseguir una mano de cambures, sus redes y contactos comenzaron a escasear. La impotencia fue entrando a su casa como un visitante nuevo en su vida.

Cuando conocimos a José quedamos admirados de su fortaleza. Hacer acción social y popular en Venezuela siempre ha sido cuesta arriba y en los últimos años con mayores razones. José se esforzaba por mantenerse “fuera de la política”, como quien no quiere que sus actos sean coloreados arbitrariamente, aunque sus acciones eran fundamentalmente políticas: servir a los otros.

En la tercera semana de cuarentena, comenzamos a debatir la idea de registrar las experiencias de las personas, con pequeñas entrevistas por notas de voz. José no tiene teléfono inteligente, así que recurrió a una vecina para dejarnos una nota de voz. Al oírla, sentimos que ese no era el José que habíamos conocido. Su clásico “vamos pa´ lante” se convirtió en queja y lamento. Y con justa razón, pues él ya no estaba resolviendo lo básico ni para sí mismo.

Las emociones y sentimientos no se nos presentan de manera unívoca, discriminar entre una y otra es un arduo y complejo trabajo. Hablar de emociones en la pandemia es inédito. Buscamos como criterio situaciones límites para poder acompañar: violencia extrema, conflictos armados, desplazamientos masivos son algunos de los referentes. Pero, parte de estas vivencias ya habían sido experimentadas por José: uno de sus hijos migró al sur del continente, otro de ellos fue asesinado, lo habían asaltado numerosas veces, tenía que hacer colectas para dar de comer a conocidos. Lo límite era parte de su día a día.

Aún con todo su fogueo, José dejó de ser José, o al menos el José que nosotros conocimos. Su impotencia se asomaba como rabia y también como dolor. La cuarentena y su correlato social lo hicieron trasvasar límites que él mismo no llegó a pensar: “No puedo comprar el gas, el camión nos quita mucho real para eso, ahora voy a los basureros a buscar leña para cocinar. Convertí la platabanda en el lugar para cocinar”

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Cuando caminábamos por el barrio, veíamos en aquellas enormes tinas de latón verde, en las que la gente tiraba la basura, cómo muchos jóvenes y ancianos se acercaban a esculcar buscando cualquier cosa aprovechable. Nos conmovíamos siempre con estas imágenes, y José, con sus clásicas salidas, nos decía: “hay que tener bolas para hacer eso, no cualquiera lo hace”. Con un tono de cinismo y pesimismo a la vez, como rescatando una agencia humana del medio más deshumanizante de nuestros días. Ahora José me comenta que él mismo debe buscar leña en la basura para cocinar. No nos dice que es un acto valiente y tampoco tenemos el valor de recordarle sus propias palabras.

Dice tener la rabia para salir a la calle y gritar lo que pasa, pero también siente el desasosiego de quien pareciera ya no tener nada que perder.

La cuarentena está significando muchas rupturas. El quiebre de alianzas humanas cercanas, la caída de los pequeños capitales culturales que muchas personas como José utilizaban para valerse por sí mismos y así apoyar a otros. La cuarentena está eliminando las posibilidades de autonomía de muchas personas y, la dependencia de ayudas —gubernamentales o políticas— no es una opción que asegure, ni al menos, sobrevivir.

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