Se presentó el tercer informe de Monitor de Uso de la Fuerza Letal en América Latina y el Caribe

El pasado 16 de abril se publicó el tercer reporte de Monitor de Uso de la Fuerza Letal en América Latina y El Caribe (MUFL). Se trata de una iniciativa que se propone medir el uso y abuso de la fuerza letal por parte del Estado en 9 países: Brasil, Chile, Colombia, El Salvador, Jamaica, México, Perú, Trinidad y Tobago y Venezuela. 

En un evento virtual que convocaba investigadores, académicos y prensa, diversos ponentes presentaban los datos de cada uno de los países mencionados.

Por Venezuela, fue nuestro investigador Keymer Ávila quien tuvo la responsabilidad de presentar en capítulo correspondiente del informe.

Entre la información presentada Ávila destacó que en Venezuela, el 2020 y 2021, fueron los años en que las muertes por intervención de la fuerza pública registradas en las noticias ocupan los porcentajes más altos dentro de los homicidios, 25% y 21% respectivamente.

“Que una cuarta parte de los homicidios los cometa el Estado es un claro indicio del uso abusivo de la fuerza. Esto es algo que no se ha observado en ningún otro país. Y estos casos son apenas un subregistro.”

Keymer Ávila

Ávila advierte que en el periodo mencionado los casos han disminuido. Sin embargo, no se plantea un panorama alentador: el número de casos continúa siendo muy alto en comparación con el histórico de casos nacionales. Agrega que “cuando se hacen los contrastes regionales, se puede apreciar que las cifras siguen siendo preocupantes”.

La merma de la vida social y económica, la reducción de la población producto del éxodo, la pandemia, la política interna que intenta aparentar normalidad en medio de un clima electoral, son algunas de las causas nuestro investigador numera para explicar la reducción de los casos.

Sin embargo, Ávila asegura que, si bien los indicadores de incidencia, que son los vinculados a las magnitudes en términos de población, número de agentes y riesgos a los que se enfrentan, han disminuido, los indicadores de abuso de la fuerza letal han aumentado.

Para descargar el informe haz clic a continuación:

Verónica Zubillaga en Tercera Dosis: “El Tren de Aragua es el resultado de las políticas de mano dura”

En días recientes, nuestra investigadora Verónica Zubillaga dio una entrevista para Tercera Dosis, un medio chileno que busca difundir investigación periodística y académica.

La entrevista, con el nombre “El Tren de Aragua es el resultado de las políticas de mano dura” y bajo la autoría de los periodistas Juan Pablo Luna y Juan Andrés Guzmán, la pueden leer a continuación.

El autoritarismo que emparenta a los gobiernos de Nayib Bukele y Nicolás Maduro lleva a las políticas punitivas a un nuevo nivel, dijo la investigadora Verónica Zubillaga. En Venezuela “permitió al Estado matar impunemente”, mientras que El Salvador está en la fase previa, la de la deshumanización de los presos. Pero de ahí a la matanza “hay un paso”, cree.

La semana pasada el columnista Axel Kaiser dijo que Chille necesitaba una política criminal de mano dura que “haga correr sangre”. Los que piensan de esa manera tal vez se sorprendan al saber que una de las políticas de seguridad que más ha hecho correr sangre en Latinoamérica la implementó Nicolás Maduro entre 2015 y 2019. Ante el alza de la violencia delictual que vivía Venezuela, y también para controlar la protesta social, el gobierno tuvo la misma idea que Kaiser, porque hacer correr sangre no es realmente una idea nueva ni tampoco es propiedad de un sector político.

En su momento mayor violencia, entre 2016 y 2018, las fuerzas de seguridad ocasionaron más de 4 mil muertes por año, de acuerdo con las cifras que entrega la socióloga venezolana Verónica Zubillaga. La investigadora estima que en ese periodo el Estado desplegó una “necropolítica” y pasó del encarcelamiento masivo a la “matanza sistemática”.

-Para tener una noción de la magnitud de la matanza digamos que en 2016 la policía de Venezuela mató a 4.667 personas mientras que la de Brasil mató 4.219 personas. El número es similar, pero Venezuela tenía entonces 29 millones de habitantes mientras que Brasil, al menos 200 millones-, explicó la investigadora a TerceraDosis.

¿Ese derramamiento de sangre hizo al país más pacífico? ¿Derrotó al crimen?

No.

En realidad, esta política hizo al crimen organizado más fuerte y violento. El encarcelamiento masivo, de hecho, es una de las causas del surgimiento del Tren de Aragua y de otros grupos de crimen organizado en Caracas. Peor aún, cuando el gobierno se dio cuenta de que no podía ganar ni tampoco seguir derramando sangre, pactó con las bandas una reducción de homicidios y secuestros a cambio de dejarlas gobernar numerosos territorios de la zona centro sur de la capital venezolana. En esta entrevista Zubillaga cuenta la compleja vida en eso barrios administrados por el crimen, fenómeno que la política comparada llama “gobernanza criminal”.

Verónica Zubillaga es doctora en Sociología por la universidad de Lovaina, investigadora en la Universidad Simón Bolívar en Venezuela y Profesora Visitante en la universidad de Columbia. El año pasado publicó, junto con David Smilde y Rebecca Hanson, el libro La Paradoja de la Violencia en Venezuela, un texto que explica cómo un país, que fue una democracia sólida en los 80s, quedó atrapado en una espiral de violencia criminal, pese a que durante los gobiernos de Hugo Chávez (2002-2013), Venezuela tuvo extraordinarios ingresos petroleros y se desplegaron masivas políticas redistributivas.


“Lo que se vivió con Maduro fue la mano dura en contexto autoritario, y esto implica un paso más. Porque en un contexto autoritario y con Estado de Excepción, se puede matar impunemente”


La espiral de violencia continúa hoy. Aunque las principales organizaciones criminales ya no gobiernan en Caracas, los ciudadanos se enfrentan a una extendida extorsión policial. “Hemos vuelto a una violencia más desorganizada en esas zonas. Algunos vecinos te dicen, ‘antes con la banda no te robaban, ahora los policías te roban y te cobran vacunas (coimas)’. Esa es una de las mutaciones actuales”, dice la investigadora.

La dolorosa experiencia venezolana hace que Zubillaga reaccione con crítica ante la ola de fans que tienen las políticas de Nayib Bukele en El Salvador. Sostiene que las acciones de Maduro y Bukele, pese a estar en veredas opuestas, se emparentan no solo por la extrema violencia que despliegan sus Estados sino porque se trata del uso de la mano dura en un contexto autoritario. Eso fue lo que permitió al Estado venezolano “matar impunemente” dijo la investigadora a Tercera Dosis. Al ver la deshumanización con que se trata a los presos en El Salvador, Zubillaga ve “como un horizonte verosímil” que en ese país “ocurra una mutación desde el actual punitivismo carcelario a una matanza sistemática”.

LA VIOLENCIA Y EL TREN DE ARAGUA

La investigadora identifica tres hitos que llevaron a que el crimen organizado se fortaleciera en Venezuela y que hicieron que la violencia se volviera una forma de relación social dominante. Este recuento es muy interesante para los latinoamericanos, porque la experiencia venezolana desafía varias creencias: no solo la idea de que la mano dura es una bala de plata sino también la idea de que las políticas redistributivas necesariamente tienen éxito.

El primer hito que destaca Zubillaga ocurrió en 1989 con la llegada al gobierno de Carlos Andrés Pérez, quien ya había gobernado el país en la década de los 70s, durante el boom económico. A fines de los 80s Venezuela tenía problemas económicos debido a la caída del precio del petróleo, su principal exportación y muchos pensaron que, si reelegían al presidente que los había gobernado durante la bonanza, éste la traería de vuelta. Pensaron un poco como los chilenos que creyeron que el segundo gobierno de Sebastián Piñera repondría el crecimiento económico de los 90s. En ninguno de los dos países ocurrió lo que el votante esperaba. Pérez diseño un paquete de reformas neoliberales y la repuesta fue un estallido social con varios días de saqueos y represión conocido como el Caracazo en febrero de 1989, del mismo modo que el estallido social remeció a Chile mientras Piñera empujaba una reforma tributaria que rebajaba los impuestos a las empresas.

Zubillaga explica que en la década de los noventa “mientras avanzaban las medidas neoliberales, proliferaban el microtráfico y las armas, y comenzamos a tener una violencia parecida a la de Brasil. Pero nosotros no teníamos grandes grupos de crimen organizado como ellos. Lo que había eran bandas de jóvenes con mucho arraigo territorial, lo que la literatura llama ‘bandas de esquina’, que ejercían una violencia muy expresiva, muy vinculada a la masculinidad y al tráfico de drogas, pero con poca organización interna.”

Esos grupos dispararon las tasas de homicidios en ciudades como Caracas, Valencia o Maracaibo. “A mediados de los 90s tuvimos del orden de los 22 homicidios por 100.000 habitantes”, explica la investigadora.[1]

Un segundo hito es la llegada de Hugo Chávez al poder, cuya estrategia inicial para enfrentar el crimen fue usar el ciclo alcista del petróleo para desplegar un intenso programa de políticas redistributivas, conocidas como las “misiones sociales”. Sin embargo, las tasas de homicidio se dispararon, el acertijo que Zubillaga aborda en su reciente el libro.

La investigadora sostiene que tres factores contribuyeron a que la redistribución no tuviera efecto en la criminalidad. El primero es la pérdida de la capacidad del Estado de imponer el orden público.

-La revolución bolivariana fue un proceso eminentemente disruptivo dentro del Estado. Por ejemplo, entre 1999 y 2018 hubo 15 ministros de Interior y Justicia y eso hizo que las políticas públicas de seguridad no hayan tenido continuidad o fueran truncadas por disputas internas del chavismo, principalmente entre sectores civiles y militares. Eso, por ejemplo, truncó la reforma policial de Chávez que respetaba los derechos humanos y que contaba con una amplia legitimidad, pues había sido creada por una comisión en la que participaron representantes del chavismo y de la oposición, expertos de las universidades y representantes de la iglesia. Por otra parte, la polarización política también entorpeció la coordinación de actores estatales, por ejemplo, entre alcaldías de oposición y la gobernación chavista. Todo esto impidió tener políticas de seguridad eficaces.


“Uno de los éxitos del Tren de Aragua es su amplia cartera de negocios y el servicio que prestan a otras organizaciones criminales.”


Otro factor que limitó el efecto de la redistribución fue la práctica de entregar armas a los civiles. Esta política se implementó luego del intento de golpe de Estado contra Chávez en 2002.

-A partir del golpe y percibiendo una continua amenaza, se comenzó a materializar una idea que Chávez repetía insistentemente: ‘la revolución bolivariana es pacífica, pero armada’. Así se formaron los llamados “colectivos”, grupos armados que se activan para lo que llaman “la defensa de la revolución” y que están compuestos por organizaciones que había antes de Chávez, grupos formados durante su gobierno, colectivos que tenían trabajo comunitario y otros más implicados en tráficos ilícitos. Como lo muestran los trabajos de José Luis Fernández-Shaw, se generó un incremento de la importación de armas ligeras. Y se sabe bien que las armas, que pueden introducirse por vía legal, las roban, se pierden y llegan a manos de las bandas o de los circuitos ilegales. Dicho sencillamente: más armas, más muertes.

Una última razón que limitó el efecto de la redistribución fueron las debilidades en el diseño de estas políticas.

-La redistribución fue muy intensa pero persistentemente dejó a la población juvenil afuera. Las misiones atendieron a madres, niños, agricultores, pero quedaron excluidos los jóvenes varones de sectores populares, que eran el grupo donde las bandas reclutaban. Por otro lado, estas políticas redistribuyeron ingresos, pero no lograron atender las desigualdades estructurales, que eran enormes. Entonces las poblaciones siguieron teniendo servicios urbanos muy precarios, educación de pésima calidad, etc. Así, mientras el precio del petróleo fue elevado, se distribuyó dinero y hubo un importante incremento del consumo; pero cuando el precio volvió a caer, Venezuela quedó pobre. Y como somos un país importador y con déficits de producción, si no hay dinero para importar, se genera una gran crisis. La baja del precio de 2013 y el colapso de la industria petrolera por pésima gestión, pérdida de personal calificado y corrupción, generó lo que llamamos el período de la emergencia humanitaria: hubo escasez de alimentos y hambre. El venezolano promedio y de sector popular perdió ocho kilos. Y allí se aceleró la migración a un nivel que se volvió visible en el continente.

Esa crisis forma parte del tercer hito que destaca la investigadora en la vía venezolana hacia la violencia.  En 2013 murió Chávez y Nicolás Maduro asumió el poder en un contexto de gran inestabilidad económica y con un aumento tanto de la protesta política como del crimen.

-Con Maduro entramos en una fase trágica, pues hubo un giro hacia la militarización de la seguridad con el objeto de combatir el crimen y también para reprimir la protesta. El 2015, que fue un momento delicado para el gobierno, pues hubo elecciones parlamentarias, se lanzó el “Operativo de Liberación del Pueblo” (OLP). Fue una política de seguridad terrible. Entre 2016 y 2018 las fuerzas policiales fueron responsables de ocasionar más de 4.000 muertes cada año. En los trabajos con Rebecca Hanson hablamos del giro de un punitivismo carcelario a una matanza sistemática. También dialogamos con el concepto de la ‘necropolítica’, porque en los barrios donde estuvimos trabajando, ser hombre joven, de piel morena, significaba que te podían matar con impunidad. La policía que participaba en los operativos usaba máscaras en forma de calaveras, lo que nos parecía una representación del poder de la necropolítica. En esta época tenemos las tasas de homicidio más elevadas en la historia del país: 70 homicidios por cien mil habitantes en 2016. La matanza fue tan escandalosa que, en 2019 Michelle Bachelet, en aquel momento Alta Comisionada de la Oficina de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, hizo su primer informe sobre las miles de denuncias que llegaban y destacó, además de la criminalización de la protesta, las muertes perpetradas por las Fuerzas Especiales de la Policía en operativos anticrimen. Esto fue muy importante para visibilizar internacionalmente esta violencia. Luego, en 2020, hubo otro informe, de la Misión Independiente de Determinación de Hechos de las Naciones Unidas, de nuevo visibilizando la magnitud de la violencia policial. Las críticas llevaron a que los OLP fueran reemplazados por las Fuerzas de Acción Especial de la Policía, (FAES); y la violencia policial empezó a ser más racional y dirigida, y comenzamos a ver un descenso de las muertes violentas. Actualmente, todavía tenemos esta violencia letal de la policía, pero mucho más orientada hacia blancos específicos. Por último, es importante señalar que actualmente el gobierno de Maduro está siendo examinado por la Corte Penal Internacional.


“Llevo 30 años haciendo entrevistas con jóvenes varones de sectores populares y me consta que las redes de inclusión que tienen son las redes de economías ilícitas”


-En Chile, en Perú y en muchos lugares de Latinoamérica mucho de lo que se escucha de Venezuela tiene relación con el Tren de Aragua. ¿Cuál es tu visión respecto a su origen y a su expansión?

-El Tren de Aragua es el resultado de las políticas de mano dura. Es un grupo de crimen organizado que se originó en la prisión de Tocorón cuando las políticas de encarcelamiento reunieron en ese lugar a muchos hombres jóvenes con experiencia profesional en armas. El gobierno perdió el control de esos recintos y los presos establecieron la gobernanza de las cárceles y extendieron su dominio en los sectores populares. El encarcelamiento masivo produjo procesos de mutación y organización interna en las bandas. En eso el Tren de Aragua sigue un itinerario similar al del PCC de Brasil o las Maras de El Salvador. Ahora, su expansión en el continente tiene que ver también con el proceso migratorio venezolano. Alrededor de un veinte por ciento de la población ha salido de Venezuela buscando mejores condiciones de vida: son 7 millones de personas, de acuerdo con los datos de Naciones Unidas. Entonces no solo ha salido el Tren de Aragua: han salido profesores universitarios, muchos de mis colegas, clases medias, trabajadores, sectores populares. Los trabajos de Andrés Antillano y la periodista de investigación Ronna Rísquez, evidencian la presencia del Tren de Aragua en Chile, Perú y en las fronteras con Colombia y Brasil. Pero creo que también hay un sobredimensionamiento de sus ramificaciones y un poco de sensacionalismo. Pienso que un joven venezolano que emigra y que está desprovisto de redes sociales y que no puede insertarse en la economía legal del país al que llega, puede decir que es del Tren de Aragua como una manera de presentarse y tener cierta identidad en las redes ilícitas en las que se tiene que mover. Por otra parte, las agencias policiales de los países receptores pueden tener intereses en fortalecer esta imagen de la extensión de esta banda criminal. Y los medios también contribuyen a esta situación de pánico moral, como apunta la clásica criminología crítica anglosajona. Pero también creo que algo que puede resultar muy desconcertante para ustedes es que las bandas criminales venezolanas han tenido una socialización en la violencia armada como respuesta a la violencia de Estado, que las diferencia de las tradiciones criminales a las que estaban acostumbrados en Chile.

-¿Existe todavía el Tren de Aragua, o está neutralizado, como ha sugerido el Presidente Maduro?

-Maduro hace referencia a la toma de la prisión de Tocorón en septiembre de 2023, un operativo militarizado que implicó al menos 11.000 funcionarios. En ese momento él escribió en su red social X que Venezuela quedaría “libre de las bandas criminales”. Las evidencias apuntan en el sentido contrario. El líder de la banda no fue aprehendido. Y sabemos que las redes criminales se adaptan con mucha facilidad porque los contextos en los que se desempeñan son siempre muy volátiles. Uno de los éxitos del Tren de Aragua es su amplia cartera de negocios y el servicio que prestan a otras organizaciones criminales. No hay que olvidar, además, que uno de sus negocios más importantes es la trata de personas, y son los propios venezolanos migrantes sus víctimas por excelencia.

-Para algunos analistas Venezuela se ha convertido casi en un narcoestado en cuanto a que pacta con el crimen organizado ¿Qué piensas de eso?

-Lo que hemos observado es que hay períodos donde ocurren lo que llamamos “gobernanza criminal”: asociaciones y colusiones entre las bandas y funcionarios o sectores del gobierno. En Venezuela esta colusión fue muy explicita. Por ejemplo, ocurrió con una banda de crimen organizado que fue una de las más famosas de Caracas: la banda de La Cota 905, también conocida como la banda del Koki. En 2017, año de intensa protesta social y luego del período sangriento de la OLP, el gobierno de Maduro se dio cuenta de que estos operativos no lograban bajar los homicidios, e hizo un pacto con estas bandas en términos de suspender la entrada de la policía a las zonas donde ellas operaban, que se denominaron “zonas de paz”. A cambio, las bandas se harían responsables de bajar los homicidios y secuestros y de controlar a la población. Entonces lo que vemos es “la gobernanza criminal clásica” que implica una soberanía territorial de las bandas. Aunque claro, como el Estado venezolano es muy fragmentado, aunque existía ese pacto, la policía continuaba entrando intermitentemente y las confrontaciones armadas se mantenían.

-Lo que estás diciendo lleva implícito un cuestionamiento a la distinción que tenemos entre democracias y regímenes autoritarios. Una de las características que tiene el autoritarismo clásico es control territorial. Y lo que muestras es que lo mismo que vemos en democracias como la brasilera, donde hay gobernanza criminal de las periferias, lo vemos en un contexto autoritario. Entonces, ¿esto es más un problema de Estado que un problema de régimen?

-Depende de cuál periodo se considere. En Venezuela ese tipo de pactos está claramente vinculado con un momento de mucha crítica a la legitimidad del gobierno. En 2017 de nuevo hubo mucha protesta en la calle y estos acuerdos se generaron tanto para controlar la protesta como para bajar los crímenes que causaban pánico social, como el secuestro. Entonces, estos tratos tenían que ver con el esfuerzo y la disposición de un Estado autoritario para garantizar control territorial y sobre todo la hegemonía y consolidación. Así se produjo la situación paradójica de que la oposición era enfrentada con una represión muy fuerte, mientras estas bandas criminales, como no pretendían tomar el gobierno, tenían permitido operar y controlar territorios. La lógica es que estos acuerdos garantizaban control territorial y la consolidación del gobierno autoritario. Por ello, tiendo a ver este fenómeno dentro de la mutación del gobierno de Maduro hacia un neopatrimonialismo más autoritario.

VIVIR GOBERNADO POR CRIMINALES

– ¿Cómo fue para los ciudadanos vivir en esas zonas donde el Estado permite al crimen organizado tener el control?

-Durante el pacto había fronteras precisas y las bandas estaban encargadas de mantener el orden en su territorio. Por ejemplo, si una mujer era golpeada por su marido, ella lo iba a denunciar con la banda y había una escala de castigos muy claros: la primera era una advertencia verbal, la segunda, un disparo en la mano, y la tercera vez se podía llegar al castigo letal. Cuando hacíamos las entrevistas, la gente se refería a estas organizaciones usando metáforas estatales. Decían ‘aquí la banda es como los tribunales’. Y para ciertas festividades, como el día de la madre o el día del niño, la banda distribuía regalos, hacía fiestas públicas. Entonces la gente decía, ‘bueno, es que ellos aquí son como los ministros’.

“En mis investigaciones hablé mucho con las mujeres y ellas vivían en estos “pactos” como sometidas a un poder despótico pero dadivoso. Era estremecedor. Una mujer contaba, ‘aquí vivimos como animalitos, como el monito que no puede ver, que no puede escuchar y que no puede hablar’. Esta situación tenía mucha resonancia con lo que Giorgio Agamben llama “la nuda vida”, es decir, la vida sin derechos, sin capacidad política, reducida casi a ser meramente un organismo biológico. Se vivía bajo un profundo miedo. Algunos vecinos, sin embargo, comentaban que tenían la tranquilidad de que no les iban a robar. Es decir, que las normas estaban claras. Pero se vivía con un profundo miedo frente a este despotismo armado”.

– ¿Por qué dices que este poder era también “dadivoso”?

-Porque como el grupo criminal necesita el silencio de los vecinos, también buscaba tener una buena relación con ellos. Entonces hacían regalos, organizaban fiestas enormes y a veces podían coordinar algún tipo de servicio como la distribución del agua. Durante la Pandemia, por ejemplo, distribuyeron mascarillas y estaban vigilantes de la cuarentena. Pero al mismo tiempo es un poder despótico, muy arbitrario. A una mujer que creían que los había delatado, la mataron y la quemaron a la luz del día. Fue un castigo-espectáculo que buscaba ser aleccionador: esto le pasa al que nos delata. Ese relato de la mujer quemada siempre salía en las historias de las mujeres, expresando el miedo con el que se vivía.

-En una investigación mostraste a un grupo de mujeres que lograban negociar con las bandas y reducían la violencia. ¿Cómo conseguían eso?

-Esa es una investigación muy  significativa que hicimos con Manuel Llorens y John Souto, y después con Rebecca Hanson. La llamamos “Gritos, Conversaciones, Murmullos y Chismes: las respuestas de mujeres ante los actores armados.”  Y en ella comparamos la experiencia de mujeres en dos barrios caraqueños: uno que tenía una tradición organizativa derivada de la presencia de grupos religiosos, comunidades de base cristiana, universidades; y otro que era una comunidad con precaria presencia de organizaciones y donde se llevaron los Operativos de Liberación del Pueblo. Las mujeres del barrio organizado llegaron a un pacto de cese al fuego con las bandas y constituyeron “comisiones de paz” para detener las confrontaciones armadas. La experiencia era muy llamativa también por las expresiones discursivas, es decir, por como las mujeres se referían a lo que habían logrado. Te decían ‘en esta comunidad una les habla como si fuera su madre, uno los regaña y los increpa: ‘mira, te estás saliendo de los pactos’”. Llamaba muchísimo la atención esa utilización estratégica del rol de la madre y cómo los jóvenes de las bandas respondían a eso. Y claro, esto se relacionaba con que la propia madre del jefe de la banda estaba allí y era una figura muy respetada en el barrio. Pero también funcionaba porque, desde el punto de vista instrumental, a la banda le convenía la situación, porque el negocio siempre florece cuando hay calma.

“Esto estaba en profundo contraste con la experiencia de las mujeres del otro barrio donde había una banda criminal organizada enfrentada a los operativos militarizados. En este barrio se vivía en una situación de alerta permanente. Ese era el barrio donde habían quemado a una mujer y en las entrevistas ellas murmuraban; ni siquiera se atrevían a pronunciar el nombre de los líderes de la banda. Era la experiencia del abandono, de la total orfandad de derechos. Lo que nos pareció muy llamativo de esta comparación fue, primero, que las políticas de mano dura secuestraban los recursos culturales y micropolíticos de las mujeres para lidiar y manejar la violencia en el vecindario. Y, segundo, que el fortalecimiento del tejido social, de las redes de solidaridad local, permitían a las mujeres increpar a los actores armados.”

– ¿Cómo evolucionó esa gobernanza criminal? ¿Sigue operando hoy?

-No. Esas reglas funcionaron entre 2017 y 2021. Pero cuando las bandas pretendieron ampliar el control territorial hacia otros barrios y comenzaron a desplegar de nuevo una violencia espectacular, el gobierno de Maduro, que ya estaba consolidado después de la pandemia, reaccionó con un operativo militarizado impresionante, en julio de 2021. Así se acabó la gobernanza criminal. Muchos de los líderes huyeron del país y el Koki, que era uno de los líderes más visibles, fue asesinado. Hoy ese territorio ya no está sometido a las bandas, sino más bien a la extorsión de policías. Hemos vuelto a una violencia mucho más desorganizada. A veces los vecinos dicen, ‘antes, con la banda no te robaban, ahora los policías te roban y te cobran vacunas (coimas).’ Esa es la mutación actual.

ARMAS Y FUTURO

-Algunos investigadores estiman que hay que pasar de combatir el tráfico de drogas a combatir el tráfico de armas. Tú estuviste en una comisión presidencial por el control de armas y desarme, durante Chávez. ¿Por qué tantas armas terminan en manos de la población joven?

-Las armas son un tema central en nuestra historia de la violencia. Estoy pensando, por ejemplo, en frases como “la revolución es pacífica pero armada” y el impacto que tuvo la entrada de las armas a la vida política y contemporánea de Venezuela. Haciendo relatos biográficos de hombres jóvenes, he visto cómo ellas marcan definitivamente sus trayectorias. Se utilizan, por supuesto, para llevar a cabo robos, o cobrar venganzas,  pero también forman parte de las solidaridades del grupo: es decir, una prueba de amistad entre jóvenes es que cada uno sabe dónde el otro esconde su arma. Y no solamente la utilizan para cometer venganzas u obtener dinero, sino que te decían ‘cuando tú tienes el arma, quieres salir a experimentar, a probarla, a probar la adrenalina’. Entonces es como que el arma abre horizontes “lúdicos” incluso, de salir a buscar aventuras. Por eso es importante que la población no tenga acceso a ellas.

“Cuando estaba en la comisión presidencial nos concentramos en las armas ligeras, porque son las que terminan entre la población común. El trabajo de José Luis Fernández-Shaw, que también participó en la comisión, muestra un incremento de la importación legal de pistolas. En mis trabajos empecé a advertir que las armas que eran distribuidas entre la población por razones políticas comenzaban a circular luego sin control, hacia las redes ilegales. Y allí las policías son muy importantes porque su tarea es incautar armas, pero también las distribuyen en los circuitos ilegales. Y los jóvenes, que dicen repetidamente que las municiones las consiguen con la policía. Venezuela no produce armas, pero sí municiones. Recuerdo que, en las discusiones en el marco de la Comisión para el Control de Armas, uno de los representantes de la Policía Nacional le dijo al representante militar “hay que comenzar por controlar las municiones”. La idea era traer la tecnología que se usaba en Brasil para marcar las municiones y así saber el origen de las fugas. Pero al sector militar nunca le interesó controlar el flujo de municiones, y frente a esa resistencia, no hubo manera de llevar ese programa a cabo. Así, en un contexto de profundísima conflictividad política, ocurrió que las armas legales se colaron hacia las redes ilícitas y a la población. Por eso es que siempre va a ser una pésima noticia para la población cuando se produce la liberalización del porte de armas, como proponía Bolsonaro o Milei.”

-Después de tus investigaciones, ¿en que política pones tu esperanza? ¿Crees, por ejemplo, que es viable la solución de una organización local como la de las mujeres que retan a los pandilleros?

-Si fuese la cuestión de construir una utopía, me gusta esto que contaban de dejar la guerra contra las drogas y movernos hacia la guerra contra las armas. Nuestros países que son tan desiguales, y han dedicado tanto dinero a las industrias militares y a las prisiones… Llevo 30 años haciendo entrevistas con jóvenes varones de sectores populares y me consta que las redes de inclusión que tienen son las redes de economías ilícitas. Entonces, cómo después de décadas de fracaso de la guerra contra las drogas y de persistente desigualdad estructural, insistimos en eso y no se tienen políticas masivas de inclusión juvenil. Para mi ese es uno de los grandes cuestionamientos para nuestro continente. Esos recursos deberían ir a mejor educación, mejor justicia, mejores programas de inclusión para los jóvenes, mejor atención sanitaria para consumidores de drogas.

“Cuando veo las millonarias inversiones en prisiones que ha hecho El Salvador, un país con tanta desigualdad, y veo las imágenes de las mujeres y de los familiares de los hombres que están presos, esperando, sin tener noticias fuera de las prisiones, me parece un horror; y tiene tanta resonancia con las imágenes de las madres y mujeres en Venezuela fuera de las prisiones. Pienso que es cuestión de tiempo para que El Salvador vea los resultados dañinos y no esperados de la política de mano dura. Y creo que hay un giro que es importante destacar en lo que estamos viendo allí. Porque conocemos las políticas de mano dura tradicionales en el continente, pero me parece que estamos ante una nueva fase, pues ocurre bajo un gobierno autoritario, como lo es ahora el de El Salvador. Eso es lo que vivimos en Venezuela. Lo que se vivió con Maduro fue la mano dura en contexto autoritario, y esto implica un paso más. Porque en un contexto autoritario y con Estado de Excepción, se puede matar impunemente. Entonces, veo como un horizonte verosímil para El Salvador, que ocurra una mutación desde el actual punitivismo carcelario a una matanza sistemática. De hecho, si se pone atención a cómo hablan los funcionarios policiales y de las prisiones de los pandilleros encarcelados en los muchísimos reportajes, se percibe la deshumanización total. Las imágenes que el mismo Bukele transmitió en su Twitter revelan la deshumanización radical: estas centenas de hombres, casi desnudos, en ropa interior, con la cabeza rapada, agachados, en filas y en humillación pública. Me parece que, de allí a tener una matanza, hay un paso. En Venezuela ese discurso de deshumanización y de justificación de la matanza estuvo tan institucionalizado que incluso entre algunos sectores de la población sigue estando legitimado que los malandros merecen morir.”


RECUADRO

La influencia del Castro-Chavismo en Chile

-En Chile se habla mucho de la alianza castro-chavista. Se ha dicho, por ejemplo, que el estallido chileno fue instigado por esta alianza. Y ahora se ha planteado que la orquestación del secuestro y asesinato del exmilitar venezolano Ronald Ojeda viene de Venezuela. ¿Cuál es la capacidad del gobierno de Maduro de hacer eso?

-Creo que asociar a grupos venezolanos a los eventos del 2019 es quitarles protagonismo y agencia a las protestas de los propios chilenos en su país. La verdad es que me parece más como una teoría conspirativa. Me parece que la envergadura de la protesta y de los reclamos está vinculada con la propia historia y actuales clamores de ustedes. Desde afuera uno siente que hay unas heridas en la historia chilena que quizás no se han procesado. Entonces, el 2019 fue como… caramba, los chilenos se dan cuenta que tienen esas heridas, o como dice esa expresión en inglés ‘esos esqueletos en el closet’. Creo que el proceso chileno tiene profundas razones y no le hace bien vincularlo con Venezuela. Ahora, puede ser, por supuesto, que hubiera y que haya todavía bandas de gente agitadora, eso es muy probable. Pero a los venezolanos los están usando como agitadores para todo. Por nuestra amplia migración, ahora somos considerados los agentes externos en el interior de sociedades con sus propios conflictos y esto nos convierte en los chivos expiatorios ideales. En 2019 en Bogotá también escuché que los venezolanos eran los autores de las protestas. Si los venezolanos fuésemos tan eficaces… (Risas).

Lo que sí parece claro es que, en esta época de elecciones en Venezuela, cuando tanto Gustavo Petro como Lula Da Silva han manifestado críticas a Maduro, el único respaldo ha venido desde Nicaragua. Y pensándolo en términos geopolíticos, creo una de las causas para que llegáramos a esa situación fueron las sanciones de Estados Unidos contra Venezuela. Tuvieron un pésimo efecto. Por una parte, terminaron por legitimar al gobierno de Maduro frente a sectores del chavismo. En 2019 casi nadie apostaba por él, sin embargo, la manera en que maniobró frente a las sanciones, lo validó entre sus pares. ¿Y qué hizo Maduro? Tejió alianzas con países autoritarios como Rusia, China, Turquía e Irán. Hay un vuelco hacia asumirse un gobierno frontalmente autoritario, a tener socios autoritarios, y en ese sentido hoy los apoyos latinoamericanos incondicionales son Cuba y Nicaragua. Es decir, hemos dado un giro hacia la consolidación de un gobierno claramente autoritario, en el cual permanentemente se están violando leyes, acuerdos y los derechos de la población. En este periodo preelectoral, por ejemplo, hay una avanzada de una tendencia extremadamente represiva donde se observa una falta de pudor con el autoritarismo. Ha habido un recrudecimiento de la persecución política impresionante. Hoy tenemos una compañera, Rocío San Miguel, que es investigadora del tema militar, que está en prisión. También personajes muy cercanos a la candidata política María Corina Machado fueron detenidos a la usanza de las dictaduras del Cono Sur: la agarraron en la calle y las grabaciones son terribles. Es evidente que el gobierno de Maduro, junto con el de Nicaragua, son gobiernos autoritarios que tienen cada vez menos recato en ejercer este autoritarismo impúdico violando todos los derechos de la gente.

¿Cuál dirías que es la situación de Venezuela en términos de la inserción del país en mercados ilícitos regionales? Estoy pensando particularmente en lo que ocurre en las fronteras que tienen con Colombia y Brasil.

-En estos momentos estamos tratando de pensar a Venezuela y a Colombia de manera relacional, porque hay importante presencia de grupos armados colombianos en Venezuela, por ejemplo, el ELN, en la zona de frontera y de El Tren de Aragua en Colombia, entre la variedad de grupos que se mueven en esa zona. Eso genera unos flujos muy importantes de economías ilegales y de personas. Entonces, pensar sobre la paz total en Colombia implica obligatoriamente pensarla en diálogo con Venezuela.

-En esa frontera no solo hay tráfico de drogas, sino de personas y minería. Funcionan varios mercados.

Claro, en el sur del país hay minería ilegal. Y ahí está el ELN, pero también hay fuertes indicios de presencia del PCC de Brasil. Y lo que se advierte es una suerte de colusión entre el sector militar y las bandas armadas para posibilitar la extracción, allí los trabajos de Andrés Antillano son significativos. Por eso me parece que el desafío para nosotros, pero también para Colombia, enrumbada en ese proceso que ha denominado como “la paz total”, es precisamente cómo incluir a Venezuela en la conversación. Hoy varios colegas estamos tratando de resolver cómo pensar en esta propuesta de paz total relacionalmente, primero porque la frontera entre Colombia y Venezuela es amplísima y luego por este flujo de población y de rentas. También, porque los dos países tenemos tanto que aprender e intercambiar en término de nuestras historias de violencias, pero también en relación con los esfuerzos de construcción de paz y búsqueda de justicia. Entonces, es un desafío importante. Es un desafío muy complejo.

El Tema se presentó en Caracas

El pasado mes de febrero se llevó a cabo en la librería Kalathos del Centro de Arte Los Galpones, la presentación del libro El Tema, una memoria gráfica sobre los derechos humanos.

Se trata de un cómic, producido por nuestra red, que indaga en la influencia de los derechos humanos en la vida colectiva e íntima de las personas, a partir de la experiencia personal de su autor Lucas García.

El Tema, asegura, es una respuesta a la sensación de haber pasado de ser observador de los problemas, en su trayectoria de trabajo con diversas ONG’s, a ser participante: la realidad alcanzaba los relatos de otros, pero también el propio.

Es el esbozo del mapa de una experiencia personal. El dibujo de un territorio el que me interno descubriendo las ramificaciones del concepto de derechos humanos (y las violaciones que se producen sobre estos) en mi vida y las de aquellos que me rodean.

La presentación de El Tema, convocó a académicos, activistas y público en general y, además de su autor, contó con la participación del escritor Héctor Torres y el editor Sergio Dahbar.

Desde Reacin, se ha trabajado en diversas oportunidades con Lucas. Su obra, a través de la narración visual, ha permitido dejar un testimonio poderoso y de gran alcance de historias de lucha, conciliación y acuerdo como Las madres no se rinden: las mujeres de Orfavideh y su búsqueda de justicia y reparación y Nosotras tenemos que luchar: la historia de las mujeres y la tregua de Catuche, ambos cómics disponibles para su libre descarga en nuestra web.

El Tema, por su parte, está a la venta a través del portal de Editorial Dahbar.

El Tema que nos corresponde: entrevista a Lucas García

Desde Reacin, hemos explorado distintos formatos para visibilizar las causas que nos movilizan. Pero más allá del formato, nuestras investigaciones no solamente se concentran en el diagnóstico de algún daño; a través de la labor de nuestro equipo y las alianzas que trazamos, estamos también orientados hacia la propuesta de alternativas a los problemas que nos afectan.

Los derechos humanos han sido transversales en nuestro trabajo. Del mismo modo en que Lucas García, comunicador visual e ilustrador, considera que lo son en la vida de todos.

De esta premisa nace El Tema —un cómic producido por Reacin, bajo la autoría de Lucas y con el sello de Editorial Dahbar— que narra cómo los derechos humanos, su defensa y vulneración, alcanzan todos los espacios que ocupamos, incluso aquellos que pensamos más personales.

A propósito del reciente lanzamiento de El Tema, conversamos con Lucas para que nos contara más sobre el proceso de realización del cómic, desde un punto de vista reflexivo y vivencial.

En Reacin hemos reflexionado en diversas oportunidades sobre el poder reparador del arte. Siendo El Tema producto de un proceso que tú mismo defines como personal, ¿Me puedes hablar de ese proceso personal de mirar y procesar la realidad de los DDHH en Venezuela que conllevan a la realización del libro?

Haciendo El Tema estaba al final de proceso de concientizar y de integrar toda la realidad de los derechos humanos, que yo había venido trabajando desde hace tiempo, pero desde una actitud un poco más distante, menos inmersiva.

Este trabajo, tratándolo desde el formato del cómic y tratando además casos que me tocaban personalmente, marcó el inicio de un proceso de integración de los derechos humanos y me permitió empezarlos a entender como algo que está vinculado a todos los aspectos de la realidad de las personas, a mi propia realidad personal.

¿A qué crees que se debía ese distanciamiento que mencionas? ¿Nos son tan desafortunadamente naturales las violaciones de DDHH que pudieran pasar desapercibidas? ¿Hay una asociación frecuente de los DDHH con sucesos que la gente asume de mayor escala?

El tema de los derechos humanos, normalmente, surge a partir de la violación de los mismos, es decir, en una situación en la que la persona ha sido agredida, en la que la persona es una víctima. Y realmente la posición de la víctima es una posición que nadie quiere asumir. Se trata de una posición de vulnerabilidad, una posición de dolor. Percibo que es por eso que no es tan difícil el tema de los derechos humanos. Esa sería una razón.

Otra razón sería es que el tema de los derechos humanos pone a la sociedad siempre en conflicto con aspectos y porciones de si mismos con los que no quiere tratar. Esto se ve mucho en el tema de los derechos vinculados a la orientación sexual, incluso en los derechos vinculados al acceso a la comida. Nadie quiere estar en esa posición, nadie quiere tratar con esos aspectos de la sociedad que son problemáticos, y de alguna manera tratar el tema de los derechos humanos, hablar del tema, introducir esa conversación siempre es complicado, siempre es difícil. Además del hecho de que el tema de los derechos humanos termina siendo incómodo para el poder en cualquier contexto, ya sea en regímenes democráticos, autocráticos, totalitarios.

Pero el distanciamiento no es igual a la indiferencia. Podemos percibir que ciertos males no nos alcanzan, pero no voltear la mirada a otra dirección. Uno se encuentra con gente muy desinformada, en muchos casos jóvenes ¿A qué responde esa aparente indiferencia? ¿Puede ser visto como un mecanismo de protección? ¿Evadir como modo de supervivencia?

Uno de los aspectos que surge cuando empezamos a conocer sobre el tema de los derechos humanos, y sobre todo sobre sus violaciones, es que nos damos cuenta de que nosotros no estamos tan lejos de esa situación que estamos percibiendo. Y esa cercanía con esa situación obviamente no es cómoda, genera rechazo por parte de las personas.

También creo que muchas veces el tema de los derechos humanos es tratado de una manera muy abstracta y a veces, incluso, con cierto academicismo que lo puede distanciar de las personas.

Es vital empezar a entender que los derechos humanos forman parte de todo el tejido existencial de la persona. Están presente en todo, en lo más público y lo más íntimo. Hay que entender la importancia de poderlos conocer, defender, promover, como algo que va a repercutir en el bienestar de la sociedad en la que vives, y en tu propia vida.

Creo que esto último es algo que todavía cuesta mucho relacionar. A mi modo de ver, pasa un poco como en todo: realmente te haces consciente de las cosas cuando son un problema para ti. De lo contrario, uno intenta no prestarle atención. Eso sin contar que también hay una tendencia a no reconocer el problema que tenemos o el problema del que estamos cerca.

Otra cosa, con la que creo que hay que tener mayor cuidado, es que como sociedades modernas estamos perdiendo capacidades empáticas con el otro, eso de ver en el otro un valor positivo. Entonces a través del trabajo de los derechos humanos, creo que una de las principales cosas que se empiezan a desarrollar. Al principio pudiera ser muy incómoda, pero luego se vuelve muy humana. Hay que tener empatía con el otro, con sus problemas. Así empezamos a vernos a nosotros mismos en el otro.

Desde tu mirada como ilustrador y comunicador visual, ¿pasamos de “lunares en una sociedad fundamentalmente democrática” a qué?

Creo que estamos en un momento en el hay una gran crisis de los derechos humanos. Creo, además, que esa crisis nosotros la estamos viviendo en lo local, pero es también una crisis internacional. Porque, de nuevo, el tema de los derechos humanos es un tema incómodo para cualquier forma de poder, y al mismo tiempo pone en cuestionamiento ciertos valores de la sociedad en la que vivimos.

Esa imagen de que éramos una sociedad democrática no ha hecho mucho daño. La sensación de que las cosas que sucedían eran como lunares, nos llevó a no trabajar esos problemas de manera profunda y sincera en el momento en que empezaron a aparecer. Y esos problemas trajeron otros. Como bien decía Héctor Torres: “de esos polvos, vinieron esos lodos”.

El tema de ser laxos con ciertos temas de corrupción o violencia policíaca, el tema de haber sido laxos con el funcionamiento de nuestro sistema judicial, el tema de haber sido laxos con lo que estaba sucediendo en nuestro sistema penitenciario, todo es parte de las causas. Lo que estamos viviendo ahora es producto de no haber prestado atención y de habernos descuidado con esas cosas que estábamos empezando a notar y que no estaban funcionando, que no eran correctas, y que ahora tienen una intensidad y una escala muchísimo mayor, mucho más desproporcionada.

Por lo tanto nos va a costar muchísimo más recuperar unos niveles de convivencia y de respeto a los derechos humanos, a mi modo de ver, aceptables.

El Tema recoge diversas historias. Al leerlas me generaron mucho impacto, incluso en la brevedad los textos. ¿A qué se debe esta resonancia que puede tener un formato como el cómic al abordar temas tan complejos como la violación de DDHH?

Creo que la resonancia del formato es tal, porque el cómic como medio y como lenguaje gráfico secuencial tiene un elemento que a mí me parece maravilloso, que es el cruce entre la palabra y la imagen: lo que no puede relatar la imagen, lo termina relatando la palabra, y viceversa.

Esos elementos que conforman al cómic se complementan muy bien, tienen mucha fuerza narrativa.

Por otro lado, está el asunto de tratar al sujeto a partir de herramientas de la ficción y dándole un contenido emocional, que creo que es de lo que a veces carece los tratamiento más académicos, más despojados, externos y distantes.

En el momento en que empezamos a tratar esto como una historia, con un componente necesario emocional que requiere el relato para poder ser efectivo y para poder vincular al lector con lo que está pasando, creo que la conversación sobre los derechos humanos se vuelve mucho más enriquecedora y pertinente para el lector, para las audiencias.

En ese sentido, creo que sí es necesario a veces ver la realidad a través de un filtro de lo dramático. Entendiendo lo dramático como eso: cuál va a ser la historia que vamos a contar, y cómo vamos a potenciar unos aspectos de la historia en lo emocional para que tengan resonancia en el espectador.

Concluimos el Diplomado “Impactos de la violencia, movilización de víctimas y demandas de justicia en Venezuela”: Un espacio de aprendizaje y reflexión crucial para el país

Estamos muy contentos y queremos compartir que concluimos el diplomado titulado “Impactos de la violencia, movilización de víctimas y demandas de justicia en Venezuela”, realizado en colaboración entre la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) y la Red de Acción e Investigación por la Convivencia Ciudadana (REACIN).

El diplomado se llevó a cabo entre  el 25 de marzo y el 22 de julio, y contó con la participación de 25 personas seleccionadas y becadas al 100% por REACIN, entre más de 70 postulados, todas ellas vinculadas al trabajo con temas de violencia, víctimas, asistencia humanitaria y otras áreas afines.

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El grupo reunido presentaba una diversidad de perfiles, incluyendo profesionales en el campo de la seguridad y atención a víctimas, miembros de organizaciones sociales, periodistas, académicos/as y estudiantes. La variedad de enfoques y experiencias enriqueció ampliamente el desarrollo del programa y fomentó un diálogo interdisciplinario muy valioso.

El diplomado fue cuidadosamente coordinado por Andrea Chacón y Chelina Sepúlveda, quienes se ocuparon de la estructuración y la articulación  de los contenidos académicos y logísticos.

Además, el programa contó con la participación de reconocidos profesores/as y expertos/as en el ámbito, quienes aportaron su sólida experiencia y conocimientos especializados para enriquecer la formación de los participantes. Los/as profesores/as que contribuyeron su experiencia y conocimiento fueron:

– Verónica Zubillaga (Universidad Simón Bolívar – USB)

– Andrea Chacón (Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey – ITESM)

– Keymer Ávila (Universidad Central de Venezuela – UCV)

– Manuel Llorens (Universidad Católica Andrés Bello – UCAB)

– Francisco Sánchez (Universidad de Florida – UFL)

Asimismo, el diplomado contó con la  participación de seis invitados/as internacionales, expertos/as en diversos campos relacionados, quienes enriquecieron las discusiones con sus perspectivas globales:

– Vivian Khedari (Senior Mental Health Advisor, The New School NY)

– Ana Cepeda (Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey-ITESM)

– Ignacio Irazuzta (Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey-ITESM /Universidad del País Vasco-UPV/EHU)

– Gabriel Gatti (Universidad del País Vasco-UPV/EHU)

– Óscar Carbonell (Guernica Centre)

– Mariana Mora (Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social – CIESAS)

El diplomado se estructuró en cinco módulos que abordaron temas cruciales en el contexto de la violencia en Venezuela:

Módulo 1. Violencia en Venezuela.

Módulo 2. Seguridad Ciudadana, Políticas, Policía y Violencia Institucional.

Módulo 3. Impactos y Respuestas a la Violencia en las Comunidades.

Módulo 4. Violencia y Subjetividad. La Perspectiva de las Víctimas.

Módulo 5. Búsqueda de verdad, sentidos de justicia y movilización de víctimas en América Latina.

Los módulos introductorios, los dos primeros, pretendían ubicar un contexto y lenguaje común para hablar de las violencias que ocurren en nuestra región y en nuestro país. A partir de ello, se inició el abordaje de los impactos y respuestas a la violencia en las comunidades, llevando la mirada a lo micro, entendiendo cómo se vive, experimenta y significa las violencias desde las comunidades, sus propias dinámicas y las personas vinculadas a ellas.

Por último, se abordaron y cuestionaron conceptos vinculados a la construcción social de las figuras de la víctima y el victimario, cómo estos conceptos se han relacionado a temas de ciudadanía, y de qué manera, a partir de ahí se construye agencia.

Finalmente, en el último módulo se abordaron temas de memoria, entendimiento de los sentidos de justicia, el acompañamiento a personas con experiencia de victimización y todo lo vinculado a búsqueda de verdad y movilización de víctimas.

Uno de los elementos más valorados por los/as participantes fue el tema del abordaje psicoemocional de personas víctimas de la violencia y del propio aprendizaje asociado a la propia gestión emocional y de contención de las personas que trabajamos en esta área.

La experiencia recibió una calificación altamente positiva por parte de los asistentes, quienes destacaron su utilidad y aplicabilidad en su quehacer diario, tanto en el ámbito académico como profesional y activista. El conocimiento adquirido y las reflexiones sostenidas auguran un impacto significativo en la búsqueda de la mejora de la situación en Venezuela.

Asimismo, los debates y reflexiones en torno a la construcción social de las figuras de la víctima y el victimario, tanto como su vinculación con la ciudadanía y la agencia, proporcionaron una visión crítica y profunda que dejó una huella significativa en los asistentes.

En nombre de la organización y los coordinadores, deseamos felicitar a todos los involucrados por el éxito de este diplomado y por su compromiso con la construcción de conocimiento y áreas de acción para la atención a temas vinculados con la violencia y las personas víctimas de ella.

Consecuencias de Balas (NO TAN) Perdidas

Cualquiera puede suponer que las lesiones o muertes a causa de las denominadas “balas perdidas” son un tema de interés en el contexto de un país como Venezuela, donde frecuentemente ocurren enfrentamientos entre distintos tipos de actores armados (estatales y no estatales), quienes disparan balas que pueden tomar cualquier rumbo: los cuerpos de aquellas personas con las que se enfrentan, o cuerpos ajenos a la disputa, pero que estaban en un lugar y en un momento trágicamente desafortunados.
Decimos que NO son balas TAN perdidas debido a que, finalmente, las balas están hechas para herir o para matar (más allá de si fue intencional o no). La que hiere o mata, aunque sea a la persona equivocada, es una munición que cumple su propósito. Por tanto, al ser una mercancía que causa letalidad, su simple comercialización y circulación implica un riesgo
latente que exige ser controlado y regulado por el Estado.

Lee más descargando el boletín Consecuencias de Balas (NO TAN) Perdidas en el siguiente enlace:

The Paradox of Violence in Venezuela: un libro que aclara el alcance de la violencia en el país

Las elevadas tasas de homicidio de Venezuela han competido con las de Honduras y El Salvador en ubicarse como las más altas de la región latinoamericana. Por otro lado, nuestro país tuvo una de las mayores reservas de petróleo del mundo, y un contexto de abundantes recursos hasta el año 2012.

Entre los años 2004 a 2012, la política social redistributiva redujo la pobreza de ingresos de las familias, al menos coyunturalmente durante esos años. Sin embargo, durante este mismo periodo, los niveles de violencia se dispararon. ¿A qué se debe este aumento?

The Paradox of Violence in Venezuela: Revolution, Crime, and Policing During Chavismo es un libro que representa el esfuerzo de un grupo de destacados estudiosos de la violencia en América Latina ―entre los cuales están varios investigadores de REACIN― para aclarar el alcance de la violencia en Venezuela.

El libro define la violencia “como una práctica que los actores racionales e integrados en el contexto utilizan para afirmar o mantener el control en las relaciones sociales”.

Además, en el texto se argumenta que “los contextos en los que hay competencia por los recursos, estructuras sociales e institucionales que no distribuyen los recursos de forma estable e instituciones que no prevén la resolución de conflictos, verán surgir la violencia cuando los individuos y los grupos intenten capturar los recursos y afirmar su dominio sobre los demás”.

Sus capítulos analizan las diversas aristas y conclusiones de un debate de cinco años sostenido entre un grupo de académicos internacionales y venezolanos. En todos se desarrolla una interpretación conceptual que sugiere que el crecimiento hipertrófico del Estado venezolano, la forma de gobernanza revolucionaria del chavismo, el fracaso de la reforma policial y la militarización de la seguridad, así como la persistencia de la desventaja estructural concentrada, contribuyeron a los dramáticos niveles de violencia y muertes violentas en Venezuela.

Este libro representa un esfuerzo único de investigación empírica, sistemática, traducida a un lenguaje claro y sencillo, en el que con profundidad y sensibilidad se ofrece una interpretación comprometida con la complejidad, para desenmarañar el fenómeno del impresionante aumento de la violencia en Venezuela en los últimos veinte años.

Entre los autores, figuran  de nuestra red, Verónica Zubillaga y Rebecca Hanson, ―que también son dos de las editoras―, Manuel Llorens y Keymer Ávila.

Destacable que 9 de los 15 autores sean venezolanos y 7 de los 13 capítulos tengan, al menos, una mujer autora.

Actualmente está disponible, en inglés, directamente en la Editorial y en Amazon.

Sus editores trabajan, en este momento, en una traducción al español y esperamos que se publique a finales de este año o en a comienzos del 2024.

Taller Periodismo, Justicia y Paz

Durante este año, como parte de nuestra vocación por generar colaboraciones y programas formativos que fomenten el análisis crítico y el intercambio de ideas, hemos llevado a cabo el taller “Periodismo, Justicia y Paz” dedicado a periodistas, en dos ediciones y en modalidades diferentes.

La primera edición realizada de manera virtual, contó con el trabajo conjunto de Monitor de Víctimas, Runrunes y Foro Cívico, además de nuestra red. 

Durante un total de seis encuentros, llevados a cabo entre la última semana de febrero y las dos primeras de marzo, los periodistas participaron en sesiones con Cristian Correa, abogado del Centro Internacional de Justicia Transicional (ICTJ); Michael Reed – Hurtado, abogado y periodista de la Universidad de Georgetown y Manuel Llorens, psicólogo clínico e investigador de nuestra red. Todas las sesiones contaron con la moderación de la periodista de investigación Ronna Risquez.

La sexta y última sesión de esta primera entrega del taller, reunió a dos periodistas internacionales de punta que han trabajado en contextos adversos en América Latina. Se trató de José Luis Sanz, corresponsal en Washington del diario El Faro; y Diana Durán, corresponsal en Bogotá de The Washington Post. 

Entre los temas abordados a lo largo de las seis sesiones estuvieron las obligaciones internacionales del Estado en materia de justicia; el rol de la Corte Penal Internacional y la complementariedad positiva; perspectivas sobre verdad, justicia, reparación y justicia restaurativa; formas de registro del sufrimiento, manejo de trauma y sobreexposición a la violencia e inclusión de sectores de la población tradicionalmente estigmatizados.

El taller contó con 30 participantes, tanto periodistas de distintos medios locales, como periodistas de la diáspora venezolana y estudiantes de Comunicación Social.

Meses más tarde, el 31 de mayo, llevamos a cabo una segunda edición del taller, esta vez de manera presencial en las instalaciones del Impact Hub Caracas. 

La convocatoria reunió a los participantes de la primera edición y a otros periodistas interesados. En esta oportunidad, el taller constó de una sesión, que contó con la presencia de Michael Reed-Hurtado, bajo el formato Q&A. 

Esta segunda edición del taller “Periodismo Justicia y Paz”, fue efectuada en alianza con Foro Cívico, y la sesión estuvo moderada por la politóloga y profesora Colette Capriles.

En ambas ediciones, se desarrollaron jornadas de reflexión, en rico intercambio con los periodistas participantes. Estos encuentros forman parte de la aspiración colectiva de estas organizaciones, apoyadas por las alianzas con abogados de reconocida trayectoria internacional, para seguir promoviendo espacios de encuentro, donde se ahonden los asuntos pertinentes y críticos para la  en la búsqueda de justicia y la defensa de los derechos humanos en nuestro país.

La asignatura pendiente: la violencia dirigida hacia las mujeres de Caracas

Nuestra investigadora asociada Andrea Chacón, en trabajo conjunto con Monitor de Víctimas, Runrunes y Caracas Mi Convive, lideró una investigación que pretende aproximar al lector a la violencia de la que son víctimas las mujeres en Caracas.

Con este boletín, desde REACIN, nos hemos propuesto ofrecer insumos claros, ante la necesidad de análisis, frente a la carencia de información y, por extensión, a la invisibilidad de esta realidad.

En el marco del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, les dejamos —a continuación—, un PDF del trabajo para su descarga.

Michael Reed

Michael Reed en Contrapunto: Justicia venezolana no ha sancionado a las cadenas de mando por violaciones de DDHH pero de que podría hacerlo, podría

En días recientes publicamos una entrevista a Cristian Correa, abogado del International Center for Transitional Justice (ICTJ), hecha por el medio digital Contrapunto.

Continuando en el marco de la conferencia Asegurando Justicia para Venezuela, que llevamos a cabo en julio del año en curso, esta vez publicamos una entrevista hecha por el mismo medio a Michael Reed-Hurtado.

Reed-Hurtado es un abogado colombo-estadounidense y Profesor de la Universidad de Georgetown. Fue uno de los invitados internacionales con quien compartimos durante las pasadas jornadas de julio.

«La demanda de justicia de la ciudadanía venezolana no la puede satisfacer la Corte Penal Internacional», subraya el abogado colombo-estadounidense, del Centro Guernica para la Justicia Internacional. Afirma que en Venezuela tan solo se inicia el largo y doloroso recorrido hacia el reconocimiento de las víctimas, «que implica confrontar la negación de distintos procesos de victimización y diversas formas de sufrimiento que se han extendido durante décadas»

Pareciera que Michael Reed-Hurtado no solo quiere nadar contra la corriente, sino también caer pesado. Cuando el abogado colombo-estadounidense, del Centro Guernica para la Justicia Internacional y la Universidad de Georgetown, afirma que «la demanda de justicia de la ciudadanía venezolana no la puede satisfacer la Corte Penal Internacional», más de un ceño seguramente se frunce.

Hace alusión no solo a la represión gubernamental contra las protestas en 2014 y 2017 y a los presos políticos, sino también a los operativos policiales contra comunidades empobrecidas. También, a las operaciones contra la insurgencia. «Hay muchas violaciones de derechos humanos que se han cometido en territorio venezolano durante muchísimo tiempo, y el ejercicio de responsabilidad en los sucesivos gobiernos ha sido débil o ausente. Hay un problema histórico de asunción de responsabilidad, hay un problema histórico en el que cuerpos de seguridad cometen crímenes de manera impune. Hay un pasado de represión contrainsurgente que no ha sido objeto de investigación», describe.

La conversación con contrapunto.com transcurre en dos tiempos. El primero, un diálogo por zoom. El segundo, por wasap. Ambos son consecuencia de las reflexiones generadas durante jornadas organizadas por la Red de Activismo e Investigación por la Convivencia (Reacin).

Las expectativas sobre la CPI están apartadas de la realidad, asevera, y recuerda que el Estatuto de Roma parte de la complementariedad; es decir, que los procesos de justicia «se sigan en el foro doméstico». Por eso gran parte de la tarea es «promover esfuerzos concretos y reales de justicia en los países». Quien ignore este principio «está manipulando de manera intencional o no conoce lo suficiente para entender que el propósito de la CPI es no actuar, sino promover que las cosas se hagan en el foro doméstico».

No hay la menor duda, reitera, «de que se han cometido violaciones graves de derechos humanos en territorio venezolano, no hay la menor duda de que hay compromiso de las autoridades estatales en el planeamiento y ejecución, pero no todo se resuelve a golpe de derecho penal; ni siquiera con una, dos o tres acciones ejemplarizantes que pueda tomar la CPI».

Como abogado, remarca que se saca mucho más provecho al robustecer y promover acciones concretas en el el país que decir que se va a adelantar un caso y sostener la responsabilidad penal de cinco personas. «Esto no quiere decir que el derecho penal no tenga lugar en la respuesta a los problemas que plantea Venezuela», aclara.

El sistema de justicia no ha sancionado a las cadenas de mando por violaciones de derechos humanos. «No lo ha hecho, pero de que podría, podría», recuerda. Todo depende de capacidad técnica y voluntad política.

Mucha retórica y pocos dientes

«El uso del derecho penal internacional (DPI) para enmarcar las denuncias de violaciones manifiestas a los derechos humanos y otras situaciones derivadas del abuso de poder en Venezuela es extendido y se torna problemático. Por un lado, el derecho penal internacional es un poderoso recurso retórico que emociona y parece dar renovado vigor a las voces que claman justicia; por otro lado, es un recurso con pocos dientes y (algo) escandaloso», afirma.

En su opinión el derecho penal internacional «puede ser útil en el contexto venezolano, pero el radiante camino de promesas y expectativas que se ha tendido está repleto de delirios y trampas. El éxito retórico de este paradigma puede conducir a terrenos pantanosos. Por ejemplo: la politización y la instrumentalización de una rama del derecho internacional que carece de un corpus juris consolidado pueden llevar a evoluciones poco útiles (incluyendo su dilución, en la medida en que el ladrido del DPI es mucho más fuerte que su mordida)». También señala que la promesa de una CPI «que produce justicia cuando el sistema nacional protege a los presuntos responsables probablemente se puede aguar, contribuyendo, aún más, a la imagen de un órgano internacional inefectivo que, no ha sabido despegar (o aterrizar) en los contextos latinoamericanos».

Reed aclara que no quiere desanimar a nadie. «No se trata de desalentar a quienes en Venezuela promueven procurar justicia en relación con graves crímenes amparados por el poder, pero sí aterrizar algunas de las aspiraciones que se han extendido sobre la CPI».

Las instancias internacionales, «además de contribuir al reconocimiento de las violaciones y las personas victimizadas, elaboran el rastro de la injusticia y hacen explícito el incumplimiento de los compromisos internacionales por parte de Estados que, como el venezolano, niegan y ocultan las atrocidades y sus responsabilidades». Son «instancias valiosas, pero no reemplazan la (necesaria) acción estatal. Los mecanismos internacionales de protección (por ejemplo, los del sistema interamericano) limitan, controlan, condicionan y complementan la acción estatal, de acuerdo con compromisos soberanos; pero no la sustituyen».

Es decir, que las presiones internacionales «son medios para conseguir cambios en el plano nacional, no son un fin en sí mismo». Por ende, la acción de la CPI «debe maximizarse para fortalecer el proceso de procuración de justicia en Venezuela. La intervención de la CPI no debe ser vista como un fin en sí mismo; además, es un instrumento particularmente selectivo: de hacerse cargo de algunos casos, no escogerá más que un manojo. El resto debe tramitarse en sede nacional».

CPI: Muy específica

Según su análisis, en Venezuela «hay un universo amplio y variado de conductas que exigen la puesta en marcha de mecanismos efectivos de rendición de cuentas» y que no forman parte del examen de la CPI. «Se trata de conductas graves que requieren justicia, pero que no son crímenes de lesa humanidad o no son los crímenes de lesa humanidad sobre los cuales ha decidido enfocarse la Fiscalía. Estas tendrán que ser juzgadas, eventualmente, en sede nacional. Ante la perpetración masiva de conductas, la respuesta al cúmulo de casos no provendrá de un organismo internacional que aplica esta rama del derecho internacional público. Como en todas las otras realidades, la investigación y juzgamiento de esos casos recae sobre las autoridades nacionales».

La intervención de la CPI es muy específica, enfatiza. «La carga preponderante de investigación, juzgamiento y establecimiento de responsabilidades de conductas que acarrean crímenes internacionales recaerá, en todo caso, sobre las autoridades nacionales. Es decir, el proceso de hacer justicia será principalmente nacional. En resumidas cuentas, el proceso ante la CPI es lento, engorroso e incierto, y hay muchos factores (legales, políticos, económicos y de seguridad) que lo condicionan y que seguramente lo empantanarán. En el mejor de los casos, la ruta es farragosa e incierta y extraña para la mayoría de la ciudadanía venezolana. Además, el recorrido será resistido activamente».

Es hora de pensar, sostiene, «cómo se puede conducir este camino para que tenga efectos favorables en la búsqueda de la justicia en Venezuela: la activación de la competencia de la CPI no es un fin en sí mismo, es un medio para promover justicia en el plano nacional».

Una respuesta a las víctimas

¿A qué deben aspirar las personas victimizadas? «Las personas victimizadas deben aspirar a la realización de sus derechos a la verdad, la justicia y la reparación. Y esas aspiraciones solo se pueden satisfacer mediante un proceso robusto de consecución de justicia. El proceso de reivindicación ya se inició; hay ciudadanas valientes y demandantes que encaran la negación oficial y demandan justicia por la muerte de sus familiares». E incluso en condiciones adversas «su proceso de reclamación es el punto de partida. Ahora, es el turno de la sociedad y del Estado: deben reaccionar. ¿Cómo las van a acoger? ¿Cómo van a reconocer su sufrimiento y cómo van a procesar sus reclamos?».

Con base en su experiencia, Reed-Hurtado asevera que, aunque se habla sobre víctimas, «en Venezuela tan solo se inicia el largo y doloroso recorrido hacia su reconocimiento, que implica confrontar la negación de distintos procesos de victimización y diversas formas de sufrimiento que se han extendido durante décadas. Siguen proliferando los discursos justificativos de la violencia; continúan negándose ciertos hechos; se sigue culpabilizando a ciertas víctimas; y, censurablemente, hay unas víctimas que siguen valiendo más que otras».

Esto indica que «el camino será largo y, poco o nada, se ha reflexionado sobre las implicaciones de tender ese recorrido en torno a una víctima-ideal, un modelo único (abstracto) que nada tiene que ver con el universo real, plural y diverso de las personas que han sido victimizadas en Venezuela».

Es deber del Estado venezolano, insiste, «desplegar el poder público de manera responsable y transparente para hacer justicia, según las pruebas, especialmente en el caso de patrones de perpetración sistemática, como lo ilustran las ejecuciones cometidas por miembros de los cuerpos de seguridad en contra de jóvenes pobres que habitan barrios marginales de diferentes centros urbanos».